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Los aranceles a los coches eléctricos importados de China, un nuevo despropósito que acabará pagando el consumidor

El gran reto que tiene el coche eléctrico es su elevado precio y escasa autonomía, lo que anula su atractivo. En unos días entrará en vigor el nuevo despropósito de la Comisión Europea, que está obsesionada porque todos tengamos un coche eléctrico, pero a precio de lujo, donde se aprueban nuevos aranceles para la importación de coches eléctricos desde China.

Es cierto que los fabricantes europeos de automóviles se encuentran en una encrucijada dentro del proceso de transición verde, pues, por un lado, la demanda de coches eléctricos no crece como se esperaba, a pesar de las ayudas, y por otro, su principal ventaja competitiva se encuentra en los vehículos de combustión. Por tanto, cuando intentan competir en el eléctrico chino, los costes de producción y, una vez más, la rigidez regulatoria de Europa, les pone en clara desventaja.

Para equilibrar las posiciones en el terreno de juego, aumentan los aranceles, pudiendo llegar al 50%, pero las guerras comerciales conllevarán represalias de China y terminarán pasando factura al consumidor, no a esos políticos que están desconectados de la realidad de los ciudadanos. Parece irónico que la transición energética prometa salvar nuestro futuro mientras nos vacía el bolsillo pagando más por el brillo de lo nuevo, sin que supere en eficiencia y fiabilidad a lo tradicional.

La gran barrera, para quien busca coche nuevo, es la autonomía. Todos hemos sufrido el deterioro de la batería del móvil y la ansiedad que produce en algunas personas. Al principio funciona a plena capacidad, pero con el tiempo, deja de aguantar todo el día sin recargar, la batería envejecida necesita recargas más frecuentes y su autonomía se reduce. Se trata de una señal inequívoca de que hay que comprar uno nuevo. Lo mismo ocurre con el coche eléctrico con la diferencia de que su precio es 100 veces el de un móvil.

En la carrera por el coche eléctrico, China nos adelanta por la izquierda y Europa, lo único que sabe hacer es ponerle obstáculos desde el coche escoba, sin darse cuenta que quienes realmente tropezamos somos los europeos que en vez de sacar provecho de la globalización debemos pagar precios inalcanzables para la clase media. Y luego, algunos se preguntan por qué las ventas de Tesla han caído un 50% en Alemania y las del conjunto de coches eléctricos un 30%.

Efectos colaterales

El resultado más probable es que la demanda siga cayendo conforme el precio no disminuya, a menos que sea absorbido por las marcas chinas. Además, tendrá efecto sobre la inflación que no se contiene y es que los precios de estos vehículos son superiores a los de combustión, por lo que poner aranceles, sirve a corto plazo a la industria europea, pero generará un desplazamiento de la compra hacia los de combustión. Es como subir el precio del viaje en tren cuando es más barato volar.

Esta medida podría funcionar si los europeos hubiésemos cambiado claramente nuestras preferencias por el eléctrico, pero lo que buscamos es movilidad y no sufrir el estrés energético que supone tener que recargar una o dos veces por viaje, con largas colas en las electrolineras, junto al riesgo de que el cargador no funcione. Basta con pensar en lo que a la mayoría nos ocurre cuando estamos fuera de casa o la oficina y el móvil te dice que le queda un 3% y no tienes cargador ni lugar donde enchufarlo.

Además, en los próximos cinco años comenzarán a comercializarse la nueva generación de baterías, que podrían llegar a tener una autonomía de hasta 1.200 kilómetros, con tiempos de recarga de menos de diez minutos, lo que retrasa la decisión de compra de las familias. Así pues, la tecnología de las baterías es una de las claves para que haya una sustitución del coche de combustión.

Pero el precio también es un freno, pues el consumidor europeo y ya ni hablamos del español, encuentra una barrera significativa en el elevado precio, lógicamente en relación a los salarios, que tiene cualquier eléctrico frente a su equivalente de combustión, a pesar de las ayudas gubernamentales. La edad media de los vehículos que circulan por nuestro país es de más de 14 años frente a los 8 años de Luxemburgo o los 17 de Grecia. Estos datos evidencian que los españoles no podemos permitirnos el lujo de cambiar de coche cada 10 años, como los alemanes, y no es porque le tomemos cariño al vehículo.

Esta medida no tiene sentido si realmente se quiere promover el uso del coche eléctrico, pues lo que consigue es frenarlo a menos que lo que se busque sea empobrecer al ciudadano, dificultar el uso del coche privado, algo que ya ocurre en las ZBE, o ambas cosas.

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