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El cine español no es tan "progre" como creíamos

Vivimos en tiempos extraños. Sean Penn, ganador del Oscar por interpretar a un político pionero en la defensa de los derechos de los homosexuales («Mi nombre es Harvey Milk», 2008), se ha quejado de que vivimos en tiempos «pobres para la imaginación» y que aquello, en referencia a un heterosexual haciendo de gay, «no podría repetirse hoy». Aquejumbrado por una presunta censura, en entrevista con «The New York Times», no parece que haya estado atento a las alabanzas a Paul Mescal por su pasión «queer» interpretada en «Desconocidos», o siquiera a la carrera de actores como Stanley Tucci o Benedict Cumberbatch. Lo que sí reflejan las declaraciones del actor, además de un desconocimiento del cine contemporáneo que nos ayuda a entender sus estrepitosas incursiones como director, es que claramente existe un debate, una ansiedad cultural a la que es necesario ponerle datos, nombres, cifras y argumentos.

Por eso, iniciativas como el informe anual del Observatorio de la Diversidad en los Medios Audiovisuales (ODA), que se encarga de analizar los personajes del cine y las series españolas en cuanto a segmentos de género, origen o diversidad funcional, se hacen tan necesarias para ver quién tiene razón: dato mata relato. Y es que el dichoso relato, forjado a fuego en discursos vehementes de alfombra roja y entregas de premios, nos dice históricamente que el cine español está comprometido con la inclusión, que no hay un colectivo más diverso que el del séptimo arte patrio. El dato, en cambio, nos dice que solo el 13% de los personajes de 2023 fueron LGTBQ, y la mayoría propagando estereotipos de promiscuidad.

El cine migrante como quimera

Si nos vamos a la discapacidad, los personajes españoles fueron el 2,9% del global, frente al casi 7% que representan estas personas en la sociedad. Sin embargo, y aunque ha aumentado la presencia femenina (significa el 47,04%), sigue llamando la atención que tan solo el 13% de los personajes de la ficción española sean racializados. Si lo personalizamos, el dato es aún peor. ¿Recuerdan aquella película española dirigida o protagonizada por un inmigrante o, siquiera, un hijo de inmigrantes? No, porque no se están haciendo (salvo casos honrosos como el de «Chinas», de Arantxa Echevarría). Y, cuando se hacen, es difícil que las personas racializadas encuentren puestos de relevancia en la producción.

 

Frente a filmografías como la británica o la francesa, con todo el picante colonialista que le quieran poner, el cine español languidece en su anti-racismo de chapita y activismo de pegatina. ¿Seguimos con los datos? En España se calcula que alrededor del 18% de la población nació en el extranjero, sea cual sea su condición documental. Esto, en los Premios Goya, se traduce en un 0% de nominados en Mejor Dirección o Dirección Novel en el último lustro. No es que los BAFTA o los César puedan enorgullecerse de nada tampoco en cuanto a cifras, pero ahora mismo tenemos en cartelera cintas como «Los indeseables», de Ladj Ly, caso impensable en España. ¿Se imaginan ustedes una dirigida por un migrante, con una temática que conozca de primera mano, estrenándose más allá de nuestras fronteras? El cine español, menos «progre» de lo que se cree, tampoco.

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