Eladio Romero: «Es sobrenatural que los diálogos de ‘A mí la Legión’ pasaran la censura»
Con más de un centenar de títulos, este doctor en Historia vuelve a elegir la temática de lo paranormal y, después de hacer lo propio con la Guerra Civil, se centra ahora en los «Episodios sobrenaturales en la España franquista» (Almuzara).
¿Cómo se organiza y cuánto tiempo le lleva cada libro?
En primer lugar, ayuda mucho el estar jubilado, aunque desde siempre he dedicado al menos cuatro horas al día todos los días del año –excepto imponderables– a trabajar en mis libros. Es decir, que estamos hablando de constancia y fe en cada proyecto que inicio. En cuanto la temporalidad, hay libros a los que he dedicado dos y hasta tres años, como mis «Itinerarios y lugares de memoria de la Guerra Civil». Mi tesis doctoral sobre «El imperialismo hispánico en la Toscana» me costó cuatro años. Sin embargo, últimamente busco asuntos menos complicados y dedicó entre cinco o seis meses por cada uno. A veces, incluso menos.
Este último es una primera parte. ¿Tanto abarca esta crónica de lo sobrenatural?
Hablamos de veinte años, de 1939 a 1959. Un tiempo de oscuridad donde se produjeron muchísimos fenómenos sobrenaturales. He preferido reunirlos en un solo volumen, para dejar el periodo 1960-1975 (es decir, el segundo franquismo o el desarrollismo) para otro tomo que aparecerá en unos meses. En definitiva, hemos optado por dividir el franquismo en un tiempo de oscuridad y otro de «esplendor» económico. Aunque algunos fenómenos sobrenaturales coinciden en ambos momentos, otros son muy específicos de cada uno. Como fue el caso de Uri Geller, que no se entendería sin el surgimiento de la televisión.
¿Cómo se documentó?
Todo tipo de publicaciones de la época: revistas, periódicos, libros... e incluso documentos cinematográficos, como películas, carteles y programas de mano. Y, claro es, fuentes secundarias, es decir, la bibliografía sobre cada tema.
¿Cómo explicar esa proliferación de apariciones con tinte religioso?
La Virgen, los santos, Jesucristo... se han aparecido en España desde tiempos inmemoriales. Después de la guerra, y en el marco de un catolicismo a la vez impuesto y a la vez muy tomado «al pie de la letra» por los eclesiásticos más fanáticos, la necesidad de encontrar algún alivio a las grandes necesidades del momento empujó a personas, sobre todos mujeres adultas y niñas, a creer que en esas apariciones. En muchos casos estaban inspiradas en otras más famosas, como las de Fátima o Lourdes. Raquel Roca, la niña que contempló a la Virgen en 1947 en Cuevas de Vinromá (Castellón), lo hizo tras ver la película «La canción de Bernardette», cuya temática eran las apariciones de la Virgen en Lourdes.
¿Cuál le atrae más?
Precisamente la de Cuevas de Vinromá, que inspiró a la película de Berlanga «Los jueves, milagro», y que, además, congregó a unas 250.000 personas cerca de la localidad buscando curarse o aliviar sus penas. De hecho, muchos, creyendo que las aguas del arroyo que por allí transitaba eran milagrosas gracias a la Virgen, se arrojaron a ellas. Y eso que era diciembre. No hay constancia de que nadie sanara.
Franco solo hizo tres viajes al extranjero. El tercero y último fue para visitar a la Virgen de Fátima.
Como militar, antes de que comenzara la Guerra Civil, había visitado academias militares en Gran Bretaña o Francia. Ya como jefe de Estado solo salió al extranjero en tres ocasiones, y nunca en avión: en 1940 para entrevistarse con Hitler en Hendaya (Francia); en 1941 para hacer lo propio con Mussolini en Bordighera (Italia), y en 1949 para visitar al dictador portugués Oliveira Salazar y devolver la visita que la imagen de la Virgen de Fátima había hecho a España el año anterior. Que cada cual saque sus conclusiones.
¿Y qué decir de Franco «señalado por el dedo de Dios» y obrador de milagros él mismo, para el que se llegó a pedir la condición de cardenal?
Lógicamente, de todo ello solo se hicieron eco sus hagiógrafos. Uno de ellos, Juan Manuel Useros Molina, maestro nacional y periodista, publicó en 1957 un libro en el que se decía que Franco fue «un niño bueno que iba a la escuela todos los días y rezaba todas las noches». Hasta aquí, todo normal. Sin embargo, el asunto comienza a adquirir un cariz más extraordinario cuando se afirmaba que la madre de aquel niño, Pilar, recibió la visita de la Virgen para anunciarle que su hijo Paquito recibiría como dones celestiales una espada, un caballo blanco, el corazón de un César y el entendimiento de un sabio. Ya un poco más crecidito, Franco habría recibido directamente, en tres ocasiones, la visita de la Madre de Dios para ordenarle que salvara a España de los «malos españoles». En cuanto a su postulación como cardenal, ese mismo año de 1957, un grupo de españoles cuyo nombre quiso mantenerse en secreto propuso la creación de una comisión que negociara con el Vaticano el nombramiento de Franco como purpurado. La propuesta no prosperó.
¿Cómo es posible que llegara tan lejos el «alquimista» Filek con ese combustible milagroso que iba a sustituir a la gasolina?
Filek, un oscuro personaje de origen austriaco que se otorgaba un origen aristocrático y que afirmaba haber llegado a capitán del ejército imperial en la I Guerra Mundial, llegó a España en 1931. En realidad era un estafador, y Martínez de Pisón lo demuestra en su libro dedicado a dicho individuo. Los republicanos lo encarcelaron al comenzar la guerra al considerarlo un espía, pero lo liberaron por falta de pruebas. Este hecho, unido a la amistad que entabló con el cuñado de Franco, Serrano Súñer, le permitieron acercarse a las autoridades para ofrecer su fórmula de gasolina sintética, la filekina, un combinado de fermentos vinícolas y verduras. El propio Franco llegó a creer en él, pero cuando se constató que su «invento» no movía nada, acabaron encarcelándolo de nuevo, aunque en secreto. La prensa había hecho demasiada propaganda del producto, y no se podía reconocer que todo había sido un engaño.
En el apartado de la censura a cargo del ministro Arias Salgado, no falta el sexo, con «apariciones» fálicas o el componente homosexual de «Harka» e incluso de la célebre «¡A mí la Legión!». Es sorprendente en títulos comparables a aquel «Raza» del propio Franco.
Las películas de la época dedicadas a la Legión coinciden todas ellas en el componente machista, exaltador de la virilidad castrense y misógino. Más o menos como se decía eran los espartanos, los legionarios, en esas cintas, solo veían la camaradería de guerra y al amigo junto al que combaten. Todo lo demás era superfluo... y femenino. Y, claro, en ambas películas, «¡Harka!» y «¡A mí la Legión!», ambas de 1941, hay diálogos y escenas notoriamente homosexuales. De ahí que consideremos algo sobrenatural que pasaran la censura.
El episodio de los incendios de Laroya en 1945, esas combustiones espontáneas que investigó en 1990 Iker Jiménez, puede que sea de lo más extraño que contiene el libro... ¿Cuál es su ranking de rarezas?
Sin duda estos fuegos, a los que no se ha encontrado todavía explicación, formarían parte destacada de este ranking. Pero el libro también incluye el caso de la terrible explosión de Cádiz de 1947, en la que algunos testigos vieron a un personaje misterioso al que nunca se encontró después, quien advirtió de que en una sala del polvorín de la Armada había explosivos sin detonar. O el de la supuesta piedra extraterrestre que, en 1957, encontró el enfermero Alberto Sanmartín cuando paseaba por el madrileño puente de los Franceses. Más abajo hablamos de ella.
Si antes abordó Belchite ahora es el fuerte de San Cristóbal el protagonista de psicofonías cuyo estudio llega a 2015, además de balnearios o sanatorios abandonados.
El fuerte pamplonica de San Cristóbal, que fue prisión durante la guerra y la posguerra, el túnel ferroviario de la Engaña (Vega de Pas, Cantabria), el preventorio de Aguas de Busot (Alicante), poblados abandonados como El Alamín... Todos son lugares donde hubo mucho sufrimiento por muertes o, enfermedades, y en todos ellos..., muerto Franco, aficionados y profesionales del tema han captado psicofonías que luego reproducen en YouTube. Resulta realmente divertido y estimulante constatar cómo se desgañitan muchos por hacernos creer que lo que ellos reproducen son palabras pronunciadas por humanos.
Acerca de los platillos volantes, que ya se mencionan en el anterior libro, en este cuenta que «todo el mundo afirmaba haber visto alguno de esos extraños objetos». Quizá lo más peregrino sea el episodio de Krasny Bor, escenario de una batalla crucial para la División Azul.
Sí, fue el 10 de febrero de 1943, en los alrededores de Leningrado. En esa jornada, marcada por los bombardeos artilleros y los ataques soviéticos, un grupo de soldados españoles ocultos en un búnker de la localidad de Puskhin, entre los que se encontraba el gallego Óscar Rey Brea, pudieron contemplar cómo sobre sus cabezas permanecía inmóvil, durante varios minutos, una nave en forma de disco, hasta que, por fin, desapareció a gran velocidad. Los soldados supusieron que se trataba de un arma secreta alemana o un aparato de observación ruso. Pero Rey Brea no pareció quedar muy convencido con esta explicación, y cuando regresó a España dedicó el resto de su vida a estudiar el fenómeno de los ovnis, siendo uno de los pioneros en nuestro país.
¿Qué papel otorga a Juan José Benítez, al que menciona como ufólogo en este campo?
Benítez es un periodista divulgador, no un científico. Ha escrito mucho sobre temas ufológicos, religosos y parapsicológicos, pero siempre con muy poco rigor. Incluso se le ha pillado en asuntos que son claramente un fraude, como el de Mirlo Rojo, un episodio televisivo de 2004 en el que llegó a afirmar que la NASA había ocultado pruebas de vida en la Luna. De todas formas, prefiero no ahondar, porque este personaje es muy propenso a poner querellas por atentar contra su honor.
Cierra el texto la intervención de otro clásico, Javier Sierra, en la investigación de la piedra «extraterrestre» de Alberto Sanmartín.
Javier Serra es, sin duda, mucho más serio. Tiene una interpretación del caso de la piedra de Sanmartín mucho más racional. Según su versión, Sanmartín era una persona que no creía en los platillos, ni sabía nada de ellos, ni nunca le habían interesado, pero resultó que aquel día había ido a bailar con una chica, se despidió de ella en Moncloa y entonces perdió el conocimiento. Cuando lo recobró, se encontró sobre el puente de los Franceses y vio que tenía una piedra en la mano. Su imaginación acabó haciendo el resto, afirmando que se trataba de una piedra extraterrestre. Años después, tras haber marchado a Sao Paulo, Sanmartín escribió en portugués un libro titulado «El embajador de las Estrellas» (publicado en español, en Buenos Aires, en 1977), donde afirmaba, respecto a la versión oficial de la prensa, que, aparte de salir a dar un paseo por culpa de aquel dolor de muelas, también había estado recibiendo una orden telepática para que acudiera a ese lugar determinado. El desdichado Sanmartín ya no sabía cómo seguir llamando la atención.