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Sorpresón en Alcobendas: el escondite de los atletas jamaicanos

Los Juegos Olímpicos son inevitables. La cita de París huele a la legua y las grandes potencias se posicionan, casi en formación bélica. Es Jamaica, tierra de corredores legendarios, una de las que más histeria provoca. Usain Bolt fue y es un dios, uno de esos atletas, de los pocos, por los que merecía la pena abandonar la playa en Londres 2012 o trasnochar en Río 2016. Y su estirpe es igual de enorme. Por eso, congela el alma ver a deportistas de la categoría de Shelly-Ann Fraser-Pryce en Alcobendas, Madrid, tres oros olímpicos, 10 mundiales conquistados por el meteorito de ébano y tres hijos a sus espaldas. No es una broma de mal gusto. A la selección caribeña de atletismo, sin previo aviso, le dio por aparecer esta semana en el municipio al norte de la capital. Es su base de operaciones para intentar mejorar las nueve medallas conquistadas en Tokio 2020. La escena es sobrecogedora. Es verano, el calor cae a plomo en la balsa de altas temperaturas que forma el centro de España y los niños ya no estudian con los libros, sino que lo hacen con raquetas y balones. Es muy fácil de entender por qué nuestro país es una fábrica inagotable de talento deportivo cuando uno se pasea por el Polideportivo Municipal José Caballero de Alcobendas . Suena el trap de Bad Bunny a todo trapo y los niños intentan emular a sus ídolos, por muy difícil que parezca. Las victorias de la selección española en la Eurocopa y de Alcaraz en Wimbledon están muy presentes. Se llena el recinto de almas en busca de la gloria y los monitores ponen la paciencia. Pero de la nada, desde las ocho de la mañana y hasta las diez, aparecieron leyendas vivientes. El equipo jamaicano desfiló como por el patio de su casa. Saludó con mucho entusiasmo, infinita su sonrisa si se le mira directamente a los ojos, encantado de que los aficionados se acerquen con cariño hispano a su rutina preolímpica. No son exigentes los esfuerzos de los atletas caribeños, necesitan aclimatar el cuerpo antes de liberarlo en París, pero impresionan sus músculos, sus gestos, su búsqueda de la eternidad. «El lunes, como todas las semanas, fui a entrenar a las pistas de atletismo del Polideportivo de Alcobendas con mi pareja. Había escuchado rumores, pero fue toda una sorpresa llegar allí y ver a cinco o seis atletas de raza negra, con aspectos y cuerpos de profesionales. Fue muy llamativo, porque en estos campos abundan sobre todo las personas que se están preparando para un oposición, como la de bomberos o la de Policía», explica a ABC Raúl Fernández , vecino de Alcobendas, cofundador de la empresa Pigeons Solutions y atleta del equipo Canguro AAC. Pensaba Raúl que el equipo era de segunda, pues por esos lares nunca se han visto atletas profesionales y mucho menos aspirantes a medallas olímpicas. Pero por allí estaban colosos de la talla de Kishane Thompson , esperanza jamaicana para los 100 metros lisos, o la ya mencionada Shelly-Ann, que devoraba vallas con una facilidad insultante. También se dejó ver por el recinto Jaydon Hibber t, superdotado de 19 años que aspira a robarle alguna medalla a Jordan Díaz, cubano y español que prtende a marcar una época en el triple salto. «Para el ojo experto no es normal. Son atletas a los que varios entrenadores dan instrucciones muy concretas. Además, después de competir, cada uno tiene su fisioterapeuta. Les dejamos entrenar, obviamente. Pero a la segunda vuelta de calentamiento, ves a Shelly-Ann Fraser-Pryce. Se para contigo y está encantada de hacerse una foto. Una maravilla», asegura Fernández. La leyenda, tras un calentamiento que rozó el infinito, se despojó de la superficie, se quitó la indumentaria color granate para quedarse con una equipación negra. Esperó la máquina a que el sol apretase con contundencia, parecía que quería medirse en condiciones extremas. Sus pisadas provocaban aplausos y temor, quebraban el asfalto. Era un espectáculo y los presentes eran muy conscientes de que estaban viendo algo único. Son la comidilla de una mañana intrascendente en Alcobendas pero lo que más llama la atención es que los jamaicanos, entre series y sobreesfuerzos, cantan a raudales. Solo hacen falta unos minutos en su presencia para saber que son diferentes, que son felices pese a la cruda realidad de su país. Con los cascos en sus orejas y el móvil embutido en los pantalones de licra, los caribeños disfrutan de cada momento de su estancia en Madrid. «Y, al final, vi al Señor», berreaba Shelly-Ann entre estiramiento y estiramiento. Sus compañeros buscaban una roca bajo un árbol para distanciarse del pesado clima. Otras atendían a los consejos de sus mentores. El akelarre parisino empezaba a completarse. «La gran sorpresa es que tú te sueles encontrar a atletas internacionales en centros de alto rendimiento, no en polideportivos municipales de la periferia. Es un campo donde abundan opositores, más opositores y corredores populares que atletas per se» «Lo mejor es que, tras hacer ejercicios de musculación y de pesas, subieron varias fotos donde claramente se veía que estaban en Alcobendas, con sus muy reconocibles gradas multicolores. También me pareció genial que, pese a su estatus, fueran al gimnasio del recinto. Con todo el respeto, es una sala súper básica y frecuentada por jubilados, jubiladas, chavales y chavalas. Ellos estaban haciendo sus ejercicios y, en medio, estaba Fraser-Pryce con sus ejercicios de fortalecimiento de pierna y glúteo». Así es la realidad de Alcobendas esta semana, una tranquila localidad, repleta de rutina satisfactoria, pero revolucionada por los atletas más potentes del planeta. La larga y densa leyenda de Jamaica echa a volar en Alcobendas.

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