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Festival de Granada: Digno remate del certamen

Por fin pudo verse y apreciarse en el Festival al muy joven Tarmo Peltokoski (23 años), otro de los numerosos discípulos del eterno Jorma Panula. El discípulo se muestra en el podio bien anclado, brazos en amplio arco, de atinado balanceo. Gestualidad variada que le sirve para tener atada a la orquesta y para comunicarle sus intenciones. Aspectos que contribuyeron a que pudiéramos escuchar un buen concierto, estupendamente recibido por un público bien dispuesto y receptivo tras el triunfo de la Selección de fútbol española en la final de la Eurocopa, que pudo verse a través de la gran pantalla instalada en el hemiciclo. Todo era positivo para que la sesión musical circulara por los mejores caminos. Escuchamos en primer lugar una bien diseñada, de claro contrapunto y líneas estupendamente marcadas, obertura de «Los maestros cantores» de Wagner, en la que no faltó incluso una cierta chispa. Enseguida, en una sesión protagonizada por tres compositores muy relacionados entre sí, escuchamos una interesante versión, con una orquesta muy cuidada, de los «Cuatro últimos lieder» de Strauss, esas maravillosas y nostálgicas páginas del fin de una vida. Los timbres orquestales, adecuadamente tratados por la flexible batuta, sin llegar a exprimir toda la efusión que atesoran, envolvieron con finura la voz de la soprano Elsa Dreisig, una lírica de relativo tonelaje, emisión sana, fraseo intenso y musicalidad a flor de piel. Al timbre le falta algo de metal, de esplendor, de cristal, de sustancia, aunque posee un cierto toque dorado. A falta también de una mayor presencia vocal y de una mayor variedad de matices. En todo caso, la interpretación fue muy plausible. Incluso en el refinadísimo último lied, «Im Abendrot». La cantante no pudo ensayar con la Orquesta porque llegó poco antes del concierto. Pero el encaje fue bueno. Ya habían colaborado en estas piezas en alguna ocasión anterior. Luego se nos sirvió una bien trabada y contrastada «Novena» de Bruckner, una obra incompleta y testamentaria, en cuyo último movimiento, «Adagio, Langsam, feierlich», está contenido lo más sustancial y profético del arte orquestal del Pío organista de San Florián. Destacamos la buena planificación, los bien administrados contrastes, el trabajo en los «crescendi», el amplio fraseo. Nos gustó especialmente la pausada elaboración de la coda del primer movimiento. En general, hubo impulso y a veces el requerido toque fantasmagórico, reforzado en ocasiones por imponentes «pizzicati». Es cierto que el «legato», la continuidad de tantas frases, la regulación de dinámicas, no se consiguió en muchos instantes, pero hay que tener en cuenta la (relativa, eso sí) bisoñez de Peltokoski, que en todo caso obtuvo una muy buena prestación de una Orquesta de calidad mediana, aunque compacta y musical.

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