Cinco Villas para un viaje redondo por la provincia de Zaragoza
Al noroeste de la provincia de Zaragoza, entrelazada con Navarra y delimitada por el impresionante paisaje de la Bardena, nos espera la comarca zaragozana de las Cinco Villas. Estamos en una tierra marcada por la historia. Esa historia que relatan los libros escolares y que queda grabada a fuego en la memoria. Resulta muy emocionante sentirla en primera persona, atisbarla con nuestros propios ojos, fantasear con las gentes que por allí caminaron siglos atrás y, por supuesto, saborearla sentados a la mesa, porque si hay algo de lo que puede presumir esta comarca zaragozana (además de estar salpicada por bellos castillos, iglesias y paisajes naturales), es de contar con una auténtica gastronomía de máximo nivel, con productos propios de gran calidad y el toque de profesionales hosteleros que se dejan la piel porque el viajero se sienta como en casa y se lleve el mejor sabor de boca. Y lo consiguen. Damos fe de ello.
La aventura por la comarca de las Cinco Villas implica viajar en el tiempo, pues no hay que olvidar que estas tierras fueron frontera entre cristianos y musulmanes, y posteriormente entre reinos cristianos. La impronta de todo aquello ha quedado grabado en las calles serpenteantes y estrechas de sus pueblos más icónicos. Desde Zaragoza, Tauste nos dar la bienvenida con la esbelta torre de la iglesia de Santa María, cuyo aspecto de fortaleza pronto descubriremos que es el típico en esta zona.
Gratal, paso obligado en Ejea
El siguiente alto en el camino debe ser Ejea de los Caballeros, cabeza de la comarca y con todos los servicios necesarios. Cuenta con alojamientos tan cómodos y bien situados como el Hotel Ciudad de Ejea o el Hotel Salvevir, perfectos para callejear y descubrir su rico patrimonio, entre el que destacan las iglesias de Santa María y San Salvador, ambas románicas de transición al gótico, sin pasar por alto los restos de la antigua judería. Pero si somos amantes de la gastronomía, nuestros pasos deben guiarnos hasta uno de los restaurantes más especiales de la comarca y uno de los más prometedores de Aragón: Gratal. No es una exageración, pues el don de David Fernández, con varios premios ya en su despensa, bien merece una pausada visita. Sin prisa y con la mente abierta, ya que el joven cocinero propone una cocina apegada a la tierra, que se abastece del producto de proximidad de la comarca, pero con una originalidad en la presentación y en la fusión de sabores que quita el hipo. Su menú degustación resulta, simplemente, espectacular y una de las obligaciones de cualquier viajero.
[[QUOTE:PULL|||Aquí no faltan bellas juderías, esbeltos castillos e icónicas iglesias románicas]]
Rumbo al norte, la ruta continúa por municipios como Sábada, repleta de edificios y casas señoriales que conviven con la elegante iglesia gótica de Santa María y el espectacular castillo-fortaleza de origen medieval. Unos kilómetros más arriba nos espera Uncastillo, uno de los pueblos con más encanto de toda la zona en el que resulta sencillo imaginar cómo era vivir en plena Edad Media. Merece la pena dedicar toda la mañana a descubrir con calma este pueblo, recorrer los restos de su castillo (y subir hasta arriba para deleitarse con las vistas), deambular por las laberínticas calles de su espectacular judería y acercarse a sus siete iglesias, algunas de ellas de las que ponen el vello de punta. Imprescindible adentrarse en la iglesia de San Martín de Tours, que acoge el Centro de Arte Religioso del Pirineo con una magnífica colección de arte sacro. De la mano de su guía, Jesús, la experiencia resulta una auténtica lección de arte e historia que embelesa. Y sería un pecado no entrar en Santa María la Mayor, uno de los mejores ejemplos del románico aragonés, con una escultórica portada.
El Caserío de Biel
Con el alma a rebosar de magia por la atmósfera sentida en Uncastillo, ahora toca colmar el cuerpo con los manjares de la tierra. Para ello nada mejor que coger la sinuosa carretera A-1202 y dejarse guiar hasta el pequeño pueblecito de Biel, a los pies de la sierra de Santo Domingo. Esta villa de pasado sefardí presume de tener una judería perfectamente conservada, que invita a caminar sin rumbo por ella.
[[QUOTE:PULL|||Jóvenes cocineros repletos de pasión hacen maravillas con productos de la comarca]]
Ese recorrido es perfecto después de haberse sentado a la mesa del restaurante El Caserío de Biel, una joya gastronómica para los amantes de la caza, de las setas y de la cocina con pasión, pues ese es el ingrediente que marca la diferencia en los fogones de Luis Romero, un veinteañero que decidió volver a sus raíces para cumplir el sueño de convertirse en cocinero. Y vaya que si lo ha cumplido, pues a punto de celebrar su 30 años ya se ha convertido en una de las promesas más punteras de la gastronomía aragonesa, capaz de deleitar al comensal con recetas como el canelón de pasta fresca relleno de jabalí estofado en ragout de vino tinto, las albóndigas caseras de corzo en salsa de cebolla caramelizada o la espectacular tarta de queso casera con la que se saltan las lágrimas. Inolvidable.
El alma de Sos
El broche de oro a la escapada por la comarca zaragozana de las Cinco Villas no puede ser otro que la estancia en Sos del Rey Católico, considerado por méritos propios uno de los pueblos más bonitos de España y declarado Conjunto Histórico-Artístico, pues conserva uno de los mejores conjuntos medievales de Aragón. Repleto de atractivos históricos, gastronómicos y paisajísticos, hay que dedicarle al menos un día entero, así que lo mejor es buscar alojamiento y disfrutar de la calidez de sus vecinos. La oferta alojativa resulta de lo más variada, ya que, además de su icónico Parador de Turismo, existen alternativas rurales tan coquetas como la Casa del Infanzón, en plena judería y regentada por Felipe y María José, encargada de que el huésped comience a tope el día gracias a sus abundantes desayunos a base de productos locales de kilómetro cero aderezados de mucho mimo. El mismo mimo que demuestra con cada viajero Fernando, alma máter del Hostal Las Coronas. Este establecimiento es todo un clásico de la localidad tanto para dormir como para comer, gracias a las delicias que el mismo Fernando elabora en su cocina, como la ensalada de codorniz escabechada, los trigueros con mollejas de pato, la piruleta de foie o el cordero al chilindrón, por citar solo algunos.
Una vez ubicados, solo queda ponerse unas cómodas zapatillas y caminar sin rumbo por este idílico conjunto urbano que parece un escenario de película (como bien supo ver el genio Luis García Berlanga). Los pasos por sus calles empedradas nos regalan estampas coloridas, gracias al esmero de los vecinos con sus flores y jardines, y nos llevan a descubrir la judería, sus iglesias románicas, la Plaza Mayor, la Lonja, el Ayuntamiento y el imponente palacio de Sada, donde nació Fernando El Católico. Cuna de reyes, el privilegio es nuestro por descubrir esta tierra.
De regreso a casa, la última parada debe ser Calatayud, que bien merece una escapada propia. Pero si el tiempo apremia, no pierda la oportunidad de preguntar, sin miedo, por La Dolores y darse un homenaje en el restaurante de su icónico mesón. El ternasco no defrauda y, sin duda, le hará volver.