Manu Tenorio: "Todavía tengo dinamita y sigo aprendiendo. Tengo muchísima hambre"
Es imposible olvidar que Manu Tenorio (Sevilla, 1975) se hizo popular gracias a un concurso de televisión que se convirtió en todo un fenómeno sociológico, «Operación Triunfo». Fue en su primera edición, la de mayor audiencia, y ya entonces se advertía en él madera de artista; alguien con un universo propio y no un mero intérprete. Fiel a esa esencia, ha apostado desde entonces, y ya hace de eso 22 años, por una carrera de cantante y compositor con personalidad y ha evitado ser un pelele en manos de la industria, aunque esa decisión lo haya acabado apartando de los grandes escaparates.
Asiente: «A mí me ofrecieron la oportunidad de hacer un tipo de música y desarrollar un tipo de carrera. Y me hice la siguiente reflexión: si hago lo que me dicen los compañeros de la discográfica es probable que tenga más éxito, o reconocimiento popular entendido como éxito, pero ¿voy a subir al escenario y me voy a sentir realizado con lo que estoy haciendo? Y dije: “No”. Entonces, como ya tenía esa verdad absoluta, decidí que no iba a seguir por ahí, porque me iban a hacer subir a un escenario más grande pero no iba a ser feliz. Quería seguir desarrollando mi carrera como autor y con otro tipo de música. ¿Aposté por mis principios artísticos? Sí, pero eso también te pasa una factura. Se podría decir –prosigue– que no me vendí, entre comillas, pero después todo se hace más difícil: llamas a las radios donde antes te abrían y ya no te abren; llamas a algunas televisiones en las que antes te abrían y ya no te abren, y te metes en el lado oscuro del bosque».
¿Se ha llegado a sentir abandonado? «No me he sentido abandonado, pero supe que me encontraba solo y que tenía que empezar desde el principio otra vez, pico y pala. El gran problema no era ese –explica–, sino que yo tengo muchos cojones. Y no tenía capacidad psicológica para decir abandono esto y ya me busco la vida por otro lado porque es imposible enfrentarte a estos molinos de viento. Pero resulta que 23 años más tarde sigo sacando mis discos, mis canciones, tengo mis conciertos: hace dos años hice una gira con Onda Cero de más de 40 actuaciones. He estado en México, tengo nuevos proyectos. He hecho duetos con Armando Manzanero, Serrat, Rosana… Modestamente, estoy haciendo mis cositas».
Lo suyo es la canción melódica, un género que en los años 70 y 80 tuvo un gran predicamento. Pero hoy, en la época del reguetón y el trap, no goza del mismo tirón. ¿Tiene Tenorio la sensación de ser hijo de un tiempo pretérito, anterior al suyo? «Yo estoy buscando todavía el DeLorean –ríe–. Tengo un coach que es muy listo, más que yo, y me dice: “Mira, Manu. La vida te da unas cartas y tú tienes que aprender a lidiar con ellas”. A llorar, a la llorería. Hay que venir sequito de casa. Y cambiado».
Muchos de los músicos que han protagonizado esta sección en las últimas semanas –David Otero, Manuel Carrasco, Ana Guerra…– dicen ir o haber ido a terapia desde hace años. ¿Desde cuándo tiene Manu Tenorio un coach? «Los artistas, y tú que eres escritor lo entenderás, trabajamos con las emociones. Si tú no abres el baúl, olvídate: ni te va a salir un buen libro ni una buena canción. Tienes que sacar toda tu vulnerabilidad. Yo empecé con una psicóloga que me dio una serie de herramientas para lidiar con seudodepresiones. Y digo “seudo” porque, básicamente, eran decepciones. Y después empecé con un coach que es amigo mío y cada cierto tiempo tengo una sesión con él. Lo que hace es reordenar otra vez el rompecabezas. Porque nosotros estamos todo el día funcionando, tío. Hay ciertos problemas –continúa– que son comunes a todos los creadores, y el problema que tiene el músico, el escritor, el pintor, es que, como nos gusta tanto lo que hacemos, estamos todo el día componiendo o escribiendo con la cabeza. Y te tienes que decir: “¿Te puedes callar un poquito y dejarme descansar?”. ¿Cuántas veces, a las tres de la mañana, te ha venido la ideíta y te has tenido que levantar de la cama para que no se te olvide? Pero que conste que yo soy un puñetero afortunado. Y me di cuenta de que no podía hacer nada mejor en esta vida –revela– a raíz de una experiencia que tuve con mi hijo. Le empecé a escribir una canción, “Paso a paso”, cuando estaba en el vientre de su madre. Hay muchas ideas dentro de ella, pero una de ellas habla de mi inseguridad a la hora de ser padre. Y en ella le digo que iremos aprendiendo paso a paso y perdonando. Porque si no perdonamos vamos a ser un saco de odio, rencor y miseria. Y cuando mi hijo empezó a tener uso de razón, le dije que le había compuesto esa canción. Se la puse en el coche, le estaba mirando por el retrovisor y vi que se empezaba a esconder. Hasta que se agazapó y le pregunté: “¿Qué te pasa?”, y me lo encuentro llorando y me dice, entre sollozos, que no se podía creer la suerte que tenía de que su padre le hubiese escrito una canción tan bonita, que eso no lo tenía ningún otro niño de su colegio. ¡Tenía seis años! Me quedé paralizado. Te diré que todavía tengo dinamita y sigo aprendiendo. Tengo muchísima hambre».
Tenorio acaba de lanzar el sencillo «Momentos», una personalísima versión de un clásico de Julio Iglesias y un adelanto del que será su nuevo disco, «El origen», la segunda parte de una trilogía concebida como un homenaje a la canción melódica, y cuya primera entrega fue el disco «La verdad». En ese nuevo cedé en construcción, Tenorio busca un sonido «más actual y menos clasicoide, no por ningún prejuicio sino para seguir jugando y disfrutando». Le pregunto si ha tenido la ocasión de conocer a Iglesias: «Hablé con él una vez –afirma– y le tiró los trastos a mi mujer». «Qué tío, no descansa nunca», le digo, y él, entre risas, asiente: «No descansa, no. Me dije: mira, te lo voy a perdonar porque eres Julio Iglesias, ja, ja, ja». ¿Le habría gustado hacer con él una versión de alguno de sus temas? «Bueno, todavía no se ha muerto… Sí lo contemplo, porque le tengo mucha admiración, lo que pasa es que el hombre está más recogido ahora».
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Nos vemos en la esquina de Agua y Vida
Por Javier Menéndez Flores
Cuando despertó, la música todavía estaba allí. Tras aquel sueño imposible y sin embargo cierto, de estadios llenos y autógrafos a todas horas, al veinteañero que se imaginó un dios le dio por asomarse a las aguas quietas del espejo y se enfrentó al rostro desconcertado de un mortal. Fue como si lo abofetearan. Y la semana dejó de ser un sábado detenido y volvió a poblarse de lunes y domingos por la tarde. Con un hilo de voz, Manu se preguntó qué coño había hecho noviembre con todas las flores y sintió otra vez el empujón del frío y el sabor picante del vértigo. Pero las canciones, benditas sean, seguían ahí, en las entrañas de su cabeza y en cada una de sus terminaciones nerviosas. Y se agarró fuertemente a ellas y comprendió en el acto que aunque el viaje sería largo, no lo haría solo.
Madurar de un día para otro es una putada, nadie dice que no. Pero si logras ignorar lo superfluo y concentrarte en lo esencial, serás capaz de tripular tu nave por vez primera y ya para siempre. Y si echas un ojo al retrovisor y observas el blanco añil o aquellas tres palabras, entenderás que ya no eres aquel que fuiste, y ni falta que hace. La vida no tiene otro tiempo verbal que el presente continuo, por eso de nada sirve echarse a llorar ni cubrir con saliva las heridas: actúa, ejecuta, camina, rema. Eres exactamente lo que haces, no lo que hiciste y aún menos lo que proyectas hacer.
(Estuviste en las catacumbas sin un duro, pero qué lujo inigualable el de ser pobre y tener sueños y reírte con esa pasión que sólo conoce la juventud. Y en la plaza de Pumarejo, a espaldas del Arco de la Macarena, comenzaron tu educación sentimental y tu camino hacia las estrellas. Y La Carbonería, en el profundo barrio de Santa Cruz, se te antojaba el Bernabéu. Y si no aparece en ninguna de tus canciones es porque a ver cómo vas a mejorar el mar o una puesta de sol).
Propende Manu a la melancolía, tal vez esté en sus genes. Pero sigue matriculado en esa universidad en la que enseñan a huir del dolor y a buscar el placer sin descanso, y asegura con voz firme que obtendrá la licenciatura. Y en el «Mediterráneo» de Serrat sólo atisba vitalismo y luz. Un azul que te comprime el alma y te dice en cada uno de sus versos que no hay nada como respirar.
(Los principios, Manu, qué frágiles parecen a veces y cuántos héroes se han desprendido de ellos en cuanto han oído el tintineo del oro. Pero tú conservas el tesoro de aquellos días sentado en la esquina de Agua y Vida –Virgen Santísima–, en la que el mundo se paraba. Y aquellas mil pesetas que os dieron a ti y a tus compinches os supieron a un millón de dólares. La felicidad era eso, aunque entonces lo ignorases. Y todo lo que vino después fue una suma de decisiones y descartes, nada nuevo bajo el sol que nos quema).
Se chocan un día dos Vergara como podrían hacerlo dos asteroides en el espacio exterior, y uno no sabe si es un capricho del azar o algo que estaba decidido desde el principio de los tiempos, pero qué más da. Súbete al primer tren que pase, no esperes al siguiente, y canta alto, fuerte. La vida, ya tú sabes, son momentos que no vuelven nunca más.
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