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El retorno de los clones versión 'First Dates'

Dos que duermen en el mismo colchón… Hasta el extremo. Llevado al outfit. Maridar pantones y patrones con quien se comparte vapeador, copazo y lecho amenaza como tendencia creciente. Entre las celebrities parece contagiarse sin rubor. A saber, se trata de salir de casa sincronizados hasta las cejas como los amantes de Teruel. La ocurrencia exige un histriónico ‘plan renove’ del vestidor para bajar al súper con el mismo jersey camel de pico en cashmere solo para pedirle a coro al charcutero cuarto de pechuga de pavo y demostrarle que lo tuyo es amor del bueno.

En la prehistoria de este ‘spin off’ de Pili y Mili que debería vetarse en todo photocall que se precie, están Britney y Justin. Sí, Spears y Timberlake encarnan el pecado original. Son el Adán y la Eva precursores del matchy-matchy, en versión First Dates. Aunque todo sea dicho, la una y el otro parecían más hermanas que novios cada vez que asaltaban una fiesta en los 90. Tenían su mérito, porque no existía ni WhatsApp ni Shein para que se pusieran de acuerdo a la velocidad del rayo y revestirse de arriba abajo con idéntico estilismo y negociar el despelleje milimétrico que tenían que alcanzar sus jeans. Sintonicen como ellos lo hicieron en su momento y podrán descubrir que aquello era en realidad una pasión tóxica con resaca de por vida. Sí, porque clonarse de esta guisa siempre augura el final de la relación. Sin necesidad de que lo vaticine el Maestro Joao.

Denlo por hecho. Tanta complicidad en falsete no puede acabar bien nunca. Llegará la ruptura y el reparto de los trapos conjugados. ¿Se los queda quien eligió el look? ¿Se aplica el régimen de separación de bienes? ¿Se autodestruyen las prendas si se mantienen alejadas una de la otra a más de dos tabiques de distancia? Que no cunda el pánico. Quien sea que entone el ‘Se acabó’ de María Jimenez, podrá reciclar lo mismo el blazer que el pantalón pitillo, asegurándose, eso sí, de que no tiene previsto cruzarse con su ex en lo que medie hasta la próxima pandemia. Además, siempre tendrá más salida en Wallapop cualquier animal print que un tatuaje compartido. Sí, porque ese amor eterno en falsete que queda grabado en la piel cuesta borrarlo y duele de lo lindo.

Y es que no hay peor combinación que intentar ir combinados. Por más que seas Rihanna. Ella que todo lo puede, se traiciona a sí misma como diva, cada vez que decide sintonizar percha a percha con su rapero de cabecera A$AP Rocky. Compartir estilo se presenta como prueba de fidelidad, cuando en realidad lo único que provoca es algo más que repelús. Véase esa pareja que llega al altar maridando color y flor en el ramo y las horquillas de ella, y en la corbata y ojal de él. Este postureo impostado de compatibilidad de cartón piedra habla, en no pocos casos, de alguien que manda y otro alguien que se deja. A eso huele lo que hizo Kourtney Kardashian, cuando se quedó embobada de Travis. No le quería perder el fichaje. Y se hizo gótica. Cambio de look, no porque te lo pida tu pareja, sino como estrategia libre de feromonas para agasajar, para conseguirte un like a golpe de armario.

En esta trampa también parece haber caído el novio de Zendaya, Tom Holland. Ella, siempre de relumbrón, la pongan donde la pongan. Todo por obra y gracia de su estilista. Él, hace lo que puede, para no desentonar. Aunque le falten centímetros. Y lo logra. Aunque solo sea por su querencia a tirar de los botines del Fary para intentar llegarle a su chica al mentón.

En esto de coordinarse hasta las carillas, siempre hay un pequeño grupo de iluminados, como esos elegidos del cielo a los que nunca les da un golpe la puerta del ascensor, que sintonizan por ciencia infusa. Los nacidos para ser agapornis. Sí, esos pájaros que se hacen el harakiri cuando les deja su par. Ahí encajan tanto Bradley Cooper y Gigi Hadid, como Jeff Goldblum y Emilie Livingston. Programados de serie. Separados al nacer. Estaban hechos el uno para la otra. Y viceversa. Telepatía para salir de casa tan neutros en los colores y cortes como aburridos en su ser y estar vital. O tan divertidos, que no les importa marcarse un Horteralia de vez en cuando. Es la única virtud de este embrollo: arrejuntar a quienes forman parte de la misma tribu fashion, sea preppy, posh o boho chic. Lo certifican Kaia Gerber y Austin Butler. Y apuntan maneras para unirse a este club Dua Lipa y su nuevo crush, Callum Turner. Comparten lo justo en vibes, pero saben garantizar autonomía de cada uno en fondo y forma. Vaya, que da la sensación de que se quieren sin empalagar.

En el fondo, jugar a ser siameses no es otra cosa que remasterizar esa niñez de quienes tuvieron que sufrir a unos progenitores empeñados en uniformar a sus hijos. Ahora es lo mismo, pero con canas teñidas y algún pinchazo de bótox para acabar como las monjas díscolas de Belorado: alienarse en un mismo hábito preconciliar que alerta de cisma marital. Pin y Pon. Zipi y Zape. Para acabar como una copia adulterada de las Olsen. O un spoiler de Los chicos del maíz. Error 404.

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