Simone Biles está aquí, recital en su regreso
Este domingo, sin lluvia por fin en París, el Arena Bercy está de fiesta. Música a buen volumen por los altavoces para amenizar al personal, casi aforo completo porque es un día especial. Hay algarabía en la espera y silencio nervioso cuando se anuncian las gimnastas que participan hoy en las rotaciones. Hay aplausos para acompañar a China, Italia, y las representantes de Alemania y Algeria, y algo menos al aparecer la israelí Lihie Raz. Pero hay eclosión cuando se recibe al conjunto estadounidense: Jordan Chiles, Hezly Rivera, Sunisa Lee y, claro, un terremoto cuando se ve aparecer a una resplandeciente Simone Biles . Una estrella queriendo, por todo lo que ha hecho en sus actuaciones, y sin querer, por todo lo que dejó de hacer. Sin dejar la chaquetilla negra hasta el último momento, calienta y estira brevemente las piernas y los brazos mientras sus compañeras ya están probando la barra de equilibrios, su primer elemento. En su propio calentamiento, ya hay una ovación de las grandes. Y lo que queda. Un pabellón de gimnasia siempre es bullicioso y puede hasta desorientar. Todos los deportistas compiten a la vez en los diferentes aparatos y a los aterrizajes en la colchoneta, el roce de las manos en los elementos, incluso la estela de aire que dejan los cuerpos en movimiento, se suma la música que acompaña al ejercicio de suelo para ellas. Y la grada decide qué aplaude y a quién, por lo que la algarabía es notable. A un lado, la argelina Kaylia Nemour ejecuta un ejercicio con mucha seguridad en las asimétricas. En la otra esquina, Yihan Zhang cumple con nota en el salto. Y de pronto, hay un murmullo que sale de la nada y al girar la cabeza hacia el origen se descubre que Simone Biles se acerca a su primera actuación, en la barra de equilibrios. De vuelta la estadounidense al lugar del vértigo, pues hace tres años se despidió de Tokio 2020 en este mismo aparato tras un plan acortado por los fantasmas: la presión atenazó su cabeza y se bajó de las finales por equipos e individual. La estadounidense lidera al equipo , y toda la gimnasia, con una gracia natural, como si no. Que mide 142 centímetros, pero llena la escena como si midiera el triple. El ajetreo de alrededor cesa de inmediato. Nadie salta, nadie gira, nadie calienta, nadie se mueve, nadie habla. Se ha bajado el volumen de la música y de la grada, parece haberse encendido un escenario distinto, especial y único por el que desfila la exclusividad. Es el turno de Biles. Y el planeta gimnasia se para. Solo ella se mueve, impecable, firme, segura. Un 14.733 en su primera nota de París 2024 , primera del elemento, mano derecha dos veces al pecho al terminar. Estoy aquí. Biles ha vuelto. Para brillar en individual y para hacer equipo : habla con las compañeras, mueve los hombros para bailar y despejarse, no para en la silla, observa, aplaude, anima, la primera en abrazar a Jade Carey tras una caída que la dejó fuera de los límites en su ejercicio de suelo. Y para remontar la puntuación del grupo, claro, que en este ejercicio es donde se nota que Biles juega a otro deporte que se llama gimnasia, pero porque no hay todavía otra denominación. La altura que alcanza, los giros que consigue, la valentía que se permite están en registros de otra liga superior, a pesar de un pie fuera en una recepción: 14.600. El reto contra sí misma todavía es más desigual en el salto, donde amanecen unos tímidos aplausos pero que se paran cuando se acerca al inicio de la calle. Levanta los brazos y dirige las emociones del personal. Porque en esos pocos segundos la grada contempla un ejercicio matemático de ángulos, alturas y vértices que deja el aliento contenido hasta que el aterrizaje activa el botón de expulsar el aire y del aplauso apoteósico. En ella, una sonrisa amplia, alegría y alivio, para un 15.800 de nota en el primer salto; un poco más seria en el segundo, 14.800. Que esto es solo clasificación, pero en el duelo contra la gravedad, Biles empuja todavía más los límites de lo posible. Sin vértigos ni fantasmas. Biles está aquí.