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Atlántida: el poderoso y sumergido imperio que una vez fue feliz

Prosiguiendo los viajes a lugares incógnitos y seguramente inexistentes de la geografía mitológica de España hay que recordar que en la antigüedad, desde el mundo semita al griego, el lejano Occidente era la tierra de promisión de riquezas sin cuento, abundancia de bienes, justicia y buenas leyes, que se encontraban en las inmediaciones del océano exterior, el actual Atlántico. Los colonos fenicios y griegos, y más tarde los romanos, dieron pábulo a estas historias sobre seres y lugares extraordinarios. Leyendas como la de las columnas que funda Hércules allí de donde no cabía decir que había un más allá –«non plus ultra»– para los antiguos navegantes o las que hablaban de unas islas felices como una especie de paraíso terrenal lleno de riquezas de todo tipo, entre otras regiones utópicas, abundaron desde las fuentes clásicas grecolatinas a las bíblicas. En la Biblia, por ejemplo, se recoge la idea de un lugar a poniente repleto de riquezas y de donde llegaban naves cargadas de bienes para el comercio.

Muchas veces se habla de Tarsis y las suyas, de allende el mar, recogiendo el testigo mítico del comercio histórico de los metales. Los griegos evocan con el nombre de Tarteso una idea fabulosa de riqueza y estatalidad ideal que no es igual a Tarsis, como sabemos, pero de la que ha querido hacer en alguna ocasión equiparaciones: un país del oro y la plata, entre otros recursos ganaderos, agrícolas y metalíferos, que es gobernado por reyes justos y bondadosos, como Argantonio, aunque a veces sometidos a la tiranía de seres monstruosos como Gerión. Otra parte de la ecuación suele ser el nombre de la Atlántida, como un Estado de la más remota antigüedad que oscilaba entre lo ideal de sus leyes y recursos y lo excesivo, soberbio y tiránico de sus pretensiones de conquista: lo cuentan mitos platónicos. Es una leyenda moralizante, épica y filosófica, del auge y caída de una espléndida civilización, de la que muchos han querido hacer historia, e incluso geografía y, de forma más o menos fantasiosa, localizarla en la Península.

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De Santorini hasta la Península Ibérica

A lo largo de la Historia ha habido numerosos intentos de situar la Atlántida en una ubicación geográfica o en un continente perdido. Se han propuesto las islas de Faros, Chipre, Santorini, Troya o el Mar Negro, hasta, por supuesto, Cerdeña, las Azores, las Canarias, las Islas Británicas, Escandinavia o el Polo Norte. Pero sin duda los lugares favoritos se encuentran en la geografía mítica de España, especialmente desde los estudios del arqueólogo A. Schulten. Las sucesivas generaciones seguirán buscando este legendario continente en todos los rincones del mundo.]]

La Atlántida era, en los diálogos de Platón Timeo y Critias, de alrededor del 360 a.C., ese poderoso imperio insular que fue una vez feliz y luego decayó. Platón presenta el mito como una historia que escucha contar Sócrates de fuentes lejanas, de Critias nieto a Critias abuelo, de ellos a Solón, al que se lo cuenta a su vez un sacerdote egipcio. La Atlántida, nos dicen, estaba situada más allá de las Columnas de Hércules, cuando este paso era plus ultra, y se formaba como una confederación de reyes de gran poder que dominaba muchas partes del continente. Su centro parece una poderosa ciudad-estado llena de magníficos monumentos y rodeada de círculos concéntricos de agua. Al fin, tras un intento fallido de invadir el resto del orbe conocido, la antigua Atenas planta cara a la Atlántida y la derrota. Después sucede un cataclismo y la Atlántida se hunde en el océano para siempre, en una suerte de maremoto, que deja el paso del estrecho bloqueado, non plus ultra. Parece que incurrió en el pecado de soberbia, que provocó que la castigaran con la ruina, el fin de la edad dorada. Seguramente, la Atlántida debe relacionarse con el marco platónico de reflexión sobre la sociedad ideal en el contexto utópico de la idealización del pasado.

Pero más allá del mito filosófico se ha convertido en un lugar de ensueño: la identificación con la antigua Tarteso, en el sur de la Península, y con las Canarias, en una correlación con el mito de las islas de los afortunados, estaba servida… Hay quien compara este lugar mítico con otros como Shambala o las islas que aparecen y desaparecen de los cuentos medievales, celtas o eslavos, como las de Brasil o de Buyan, entre otros muchos lugares. Luego está la vertiente utópica y política: desde la Antigüedad, con la isla de Yambulos, hasta la edad moderna, con la de Utopía, en la obra de Tomás Moro, hay una insistencia en buscar ese no-lugar para explicar, desde fuera y desde la fantasía, nuestra defectuosa sociedad y las reformas que habría que acometer, con el ejemplo del mito. No otra cosa parece que pretendía Platón con esta historia.

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