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Solo queda el circo

Solo queda  el circo

Ante la amenaza de teatro y conflicto institucional, lo mejor es que Puigdemont llegue tranquilamente a la Cámara catalana, se siente, peine su flequillo y vote no.

Puigdemont puede regresar a España como lo hizo Santiago Carrillo cuando el PCE no era legal; es decir, disfrazado, a gastos pagados y con la connivencia del Ministerio del Interior. El fugado sabe que ha llegado el fin de su aventura, que es imposible estirar más el cuento. Sánchez ha conseguido dejarlo sin victoria posible más allá de la escenografía victimista. No puede impedir la investidura de Illa, solo retrasarla, ni forzar un adelanto electoral en Cataluña ni derribar al gobierno socialista. Está desactivado. Sánchez, incluso, si no indica nada al Tribunal Constitucional, puede ahora permitir que Puigdemont pise prisión por la malversación, que para el Tribunal Supremo está fuera de la amnistía.

El fugado en vías de retorno no puede hacer mucho daño, salvo a la vista de todos. Nos hará sentir alipori y traerá a nuestra memoria el ridículo de 2017, de aquella tensión del golpe, con la discordia posterior entre PP, PSOE y Ciudadanos para aprovechar la situación. Su fiasco será que no provoque ninguna reacción altisonante, como el fracaso del payaso es no arrancar ni una sonrisa. Por eso Josep Rull, el hombre de Puigdemont en la Presidencia del Parlament, ya ha dicho que suspenderá la sesión si detienen al retornado.

Ante la amenaza de teatro y conflicto institucional, lo mejor es que Puigdemont llegue tranquilamente a la Cámara catalana, se siente, peine su flequillo y vote no. Una vez verificada la investidura de Illa, el retornado solo tiene dos posibilidades: o se queda a vivir en el Parlament o sale y es detenido. Lo primero es ridículo y lo segundo es lógico y legal.

No habrá una gran reacción de los CDR o de la Asamblea Nacional Catalana porque no son más que sombras de lo que fueron. Además, estamos en agosto, y la «agostidad» solo sirve para los contratos públicos espurios y las oposiciones amañadas. Por tanto, Puigdemont no emulará al Tarradellas de octubre de 1977 que simbolizó la vuelta del autogobierno a Cataluña. Será el regreso de un delincuente mientras la vida institucional continúa su curso sin él. Quedará como Artur Mas, pero con una pena de prisión por delante. No tendrá capacidad para dañar a Sánchez más que negándose a votar sus leyes, como Vox o el PP; es decir, con la naturaleza de cualquier grupo parlamentario. Y esta existencia corriente duele mucho a un supremacismo que vive con el complejo de ser el ombligo del mundo.

A Sánchez no le viene mal el circo que quiere montar Puigdemont. Le dejará como un gobernante que no cede a todo porque Junts supone un extremo al que su Gobierno no se va a acercar (de momento). El «sanchismo» tendrá así a su «nacionalista malo», a ese partido «ultra» que sirve como contraejemplo de los «sensatos» y «moderados» de ERC. Cuanto más farruco se ponga Puigdemont, incluso si se encadena en una escalera del Parlament o junto al mueble bar del despacho de Rull, mejor para el relato sanchista porque el líder del PSOE parecerá más centrado. Además, si el retornado la monta con los suyos y da un gran espectáculo, tendrá asegurado que Feijóo jamás de los jamases planeará una moción de censura con los diputados circenses de Junts.

Pues sí. Sánchez vuelve a ganar. Hay que empezar a pensar que juega con los dados trucados, o que es capaz de visualizar los escenarios posibles mucho mejor que sus adversarios porque cuenta con el apoyo de instituciones previamente colonizadas por sus acólitos. Sin duda, es el rey del oportunismo, y si Puigdemont acaba entre rejas podrá decir que él buscó el «reencuentro» pero Junts no quiso escuchar, e incluso puede tener el desparpajo de recordar que en noviembre de 2019 prometió traer a Puigdemont y meterlo en la cárcel. Y no olviden que la soberanía fiscal no es posible, pero ERC ha picado. Es un genio del mal.

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