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Francia busca una salida a la parálisis política tras la tregua olímpica

Con la acrobacia hollywoodense de Tom Cruise bajando en rapel en pleno Stade de France, los Juegos Olímpicos de París llegaron a su final. La fiesta duró dos semanas y dejó un sabor de éxito en todo el país. Especialmente en el Palacio del Elíseo, donde Emmanuel Macron sigue felicitándose por haber logrado un evento histórico. Pero todos los franceses lo sabían. Sabían que esta «tregua olímpica» llegaría a su final y habría que regresar a la dura realidad política: una Asamblea Nacional electa pero no instalada y una batalla feroz por el nombramiento de un nuevo primer ministro.

La alianza de partidos de izquierda –el Nuevo Frente Popular– ya había presentado a su candidata: Lucie Castets, antigua asesora económica de la alcaldesa de París, Anna Hidalgo, y más recientemente directora de Finanzas y Compras de la capital. A sus 37 años, Castets es abiertamente lesbiana y madre –junto a su pareja– de un niño de dos años.

Pero si bien el bloque izquierdista obtuvo la mayoría de escaños en las recientes elecciones parlamentarias, el equipo de Macron no esconde que el presidente la ha descartado de plano. Antes de los Juegos Olímpicos y sin mencionarla, ya Macron se refería su candidatura como insuficiente: «La cuestión no es un nombre. La cuestión es qué mayoría se puede encontrar en la Asamblea para que un Gobierno pueda aprobar reformas, presupuestos y hacer avanzar el país», declaró.

Castets no se amedrenta y ha comenzado a mover los hilos para su nombramiento. Incluso empieza a comportarse como primera ministra electa, enviando a principios de esta semana una carta a todos los diputados –excepto a los del partido de extrema derecha Regrupamiento Nacional– para discutir «el método» de gobierno de su coalición. Un documento que expone su programa de gobierno y las grandes líneas que lo identifican. Entre ellas, se cuentan mejorar el poder adquisitivo, derogar la polémica ley de reforma de las pensiones y acentuar la fiscalización a los contribuyentes y empresas multinacionales con mayores ingresos.

Promete Castets una fluidez en el diálogo entre diputados, pero no habla con precisión de aumentar el sueldo mínimo a 1.600 euros como prometió su alianza en campaña. Tampoco hace referencia abierta a una vieja petición socialista y popular: restablecer el impuesto a las grandes fortunas que Macron eliminó desde su primer mandato. Cuando la prensa francesa le pregunta al respecto, Castets responde que es «un horizonte» a perseguir. Habrá que esperar. No es tonta: sabe que la mayoría parlamentaria que alcanzó el Nuevo Frente Popular es relativa y puede obtener el rechazo del hemiciclo si no se sienta a negociar con diplomacia.

La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, primera fuerza del Nuevo Frente Popular, amenazó ayer a Macron con poner en marcha un procedimiento parlamentario para destituirlo si no nombra a su candidata conjunta. Un proceso con pocos visos de prosperar tras la negativa de los socialistas a sumarse a la iniciativa.

El horizonte de Macron, en cambio, se inclina más hacia los socialdemócratas o abiertamente hacia la derecha. Y en ese sentido hay dos nombres que resuenan cada vez con más frecuencia. El primero es Bernard Cazeneuve, último primer ministro del Gobierno de François Hollande. Un hombre de 61 años, respetado en el ámbito político por su sentido del deber de Estado, fiel a los principios de izquierda, pero con abundante simpatía por la derecha. Aunque volver a Matignon no es precisamente su sueño, Cazeneuve ya ha asegurado que lo haría para «evitar que el país caiga en la decadencia, en la ingobernabilidad». «Si hay que hacerlo por el bien colectivo, estoy dispuesto a hacerlo. Pero lo digo una vez más: estoy totalmente desinteresado en este asunto».

El segundo nombre que circula por los pasillos y en la prensa es el derechista Xavier Bertrand, antiguo ministro en las carteras de Salud, Trabajo y Familia bajo los Gobiernos de Nicolas Sarkozy y Jacques Chirac. Bertrand podría encarnar una derecha con pinceladas socialistas, susceptible de atraer también a la izquierda. Alguien que podría ofrecer una cohabitación potable –y no recalcitrante– a Macron, jugando la carta de la buena gestión presupuestaria y de su proximidad con las regiones del interior del país.

Sin embargo, no todo es miel. Si bien podría haber un entendimiento suficientemente razonable entre presidente y primer ministro, el problema que podría suponer la candidatura de Bertrand es que Los Republicanos fue uno de los partidos menos votados. De 577 escaños que conforman la Asamblea Nacional, la derecha no asociada a Reagrupamiento Nacional solo ha obtenido 67.

La pregunta que se plantea la izquierda es legítima: ¿cómo puede un representante de la derecha elevarse a primer ministro si no tiene el respaldo en escaños? En realidad, dentro de lo estrictamente legal, nada obliga al presidente a nombrar a un representante de la mayoría parlamentaria.

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