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En recuerdo de Emilio Sanz-Pastor Rivas

No es fácil escribir unas líneas en recuerdo de un amigo desaparecido. Se amontonan en la cabeza de golpe y porrazo tantas vivencias compartidas que te invade súbitamente la nostalgia. Muchas anécdotas, tantos recuerdos, que se hace insignificante el espacio que alcanza, pues daría para escribir un libro. Coincidí con Pablo Capote a finales de mayo en el pabellón de caza que los padres de Emilio Sanz-Pastor Rivas han construido para albergar la nutrida colección de trofeos que reunió su querido y único hijo en el transcurso de su vida. El lugar escogido por Javier y Emilia está situado en la provincia de Segovia, en una pequeña pero bella y arbolada finca. La edificación se levanta integrada en el paisaje como un jardín secreto abrigado por la umbrosa falda de la montaña. Allí, Pablo me invitó a que escribiese unas letras a modo de recuerdo y de presentación para quienes no conocieron a Emilio. Yo le conocí hace muchos años, casi veinticinco, en unas alegres y juveniles monterías en la provincia de Guadalajara, donde tenía arrendada la caza mayor del término municipal de Mochales. Pronto brotó entre nosotros una simpática amistad y fue todo un descubrimiento el conocer a un esperista nato. Tanta era su afición que yo no salía de mi asombro, ya que en noches congeladas de los meses más fríos del año y en aquellas soledades de La Alcarria esperaba con ahínco a un determinado cochino durante semanas, hasta que al fin lo tenía fijo en la cruz del anteojo. Como ejemplo de su pertinaz afición a los aguardos, recuerdo que había un gran guarro aquerenciado en una zona encharcada aledaña al río Mesa . Las márgenes estaban tupidas de espadañas, carrizos y juncos. Los hielos se acumulaban toscamente como una gruesa e informe capa de barniz sobre la enmarañada y gris vegetación. Tal frío hacía que atemorizaba y la visibilidad era prácticamente nula. La helada no sé sabía si caía del cielo o si brotaba simplemente de la tierra empapada. Todos aquellos severos inconvenientes no hicieron mella en su determinación, ya que permaneció infatigable noche tras noche, en los gélidos meses de enero y diciembre , hasta que al fin pudo abatirlo, cosa que me dejó sorprendidísimo y que levantó sonadas envidias en algunos cazadores del lugar. Emilio sentía un profundo amor y entusiasmo por la naturaleza y la caza . Nació su colosal afición venatoria gracias a su abuelo César Sanz-Pastor, ya que era propietario de la bellísima finca Valmayor, sita en el montero pueblo de Fuencaliente, provincia de Ciudad Real. Fue allí, entre aquellos tupidos montarrales y peñas de Sierra Madrona, impregnados de pátina montera, donde cazó su primer animal de caza mayor, un venado en montería, siendo aún un jovenzuelo. Con los años, comenzó a posicionarse como un defensor a ultranza de la caza mayor completamente salvaje y del rececho , es decir, sin cercas cinegéticas y donde el equilibrio natural funcionase con la mínima intervención del hombre, tal y como entendían los viejos cazadores y monteros. Tanta fue su ilusión que arrendó en la provincia de Zamora, concretamente en la portentosa sierra de la Culebra 14.000 ha y sin ánimo de lucro. Para tal colosal tarea tuvo la inestimable ayuda de su también buen amigo Tomás Yanes. Fundó Caza en Abierto , sociedad de caza mayor para el ejercicio de la actividad venatoria sin vallas cinegéticas, pues consideraba la caza tipo 'cercón' como una aberración moral que había que combatir.A los pocos días de estar allí, nosotros llegamos a la conclusión de que quienes mejores trofeos de venados sabían hacer no eran los biólogos, ni los ingenieros de montes ni sonados cazadores que todo lo saben, sino la selección natural que hacen los lobos. De esta manera, se convirtió en un entusiasta del 'Canis lupus signatus', aunque también comprendía muy bien que había que organizar la caza de sus poblaciones para que este bello cánido salvaje pudiera convivir lo mejor posible con ganaderos y cazadores. En su ya querida sierra de la Culebra , logró abatir venados verdaderamente extraordinarios, sobre todo uno que, más que una cuerna, es un monumento a la dignidad del ciervo puro y salvaje ibérico. Tristemente, Emilio se fue de este patético mundo en un terrible accidente de circulación, pero se encaminó hacia la otra vida con la cabeza bien alta , ya que nunca, ni nada ni nadie pudo hacerle olvidar la gran vocación que tuvo en su vida y que fue la naturaleza patria y agreste. Hasta siempre, amigo, y descansa en paz en las infinitas manchas del cielo.

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