World News

Hipnótico debut de Juan Ortega en el triunfo y despedida de Hermoso en Bilbao

El viento soplaba como si no tuviera en cuenta que era sábado de feria y que ese sábado de feria no era un día cualquiera. Se anunciaban Diego Urdiales y Juan Ortega en el cartel para decir adiós a Pablo Hermoso de Mendoza. No era un día más para los amantes del arte, del toreo, de la tauromaquia que ocurre desafiante de los tiempos, de la despaciosidad. Nublado, chispeante, tristón… qué cosas… Pablo Hermoso se despedía y lo hizo con tibieza con el primero de la tarde, que nos pilló fríos, como el día. Anduvo el rejoneador sobrio y sin salirse de su estilo clásico, pero tampoco llegó a trascender en su labor al noblón primero. Le habían homenajeado a modo de despedida antes de deshacerse el paseíllo con un aurresku. Brilló con el cuarto en una faena mucho más emocionante, en la que se ajustó y dejó que el toro llegara a las cabalgaduras. El rejón y el cariño le premió con el doble trofeo, para un adiós a la altura de su historia.

El regreso de Diego Urdiales

Sacaron a saludar a Urdiales, que hacía unos cuantos años que no venía a la plaza de Bilbao, donde ha tenido tardes espectaculares y además llegaba con una lesión de costillas jodida. La cosa no pudo empezar peor. El primer toro se estrelló contra el burladero y se descoordinó y en el golpe contra el siguiente quedó inédito. Se estiró a la verónica Diego con el sobrero de El Puerto de San Lorenzo y antes de acabar el saludo capotero se había partido una pata. ¿En serio? Así era. Estaba maldita la corrida bendita. En fin. Nos fuimos al tris, ya de Valdefresno y cinqueño. Se comportó como toro viejo que era ya en banderillas. Apretó a Pirri en los palos y Perico, de la cuadrilla de Ortega, le hizo un quite magistral. Bonito gesto de Diego de agradecérselo en el mismo burladero. Cosas de toreros. Hay instantes que lo cambian todo. Después el toro tuvo muchas ganas de rajarse y pocas de tomar la sincera muleta de Urdiales, que quiso y lo intentó por ambos pitones con mucha verdad. El toro no quería nada. Se desmonteró El Víctor después de clavar en la cara a un toro que no era fácil porque apretaba. Ya había mostrado su mansedumbre. Y se lo puso imposible a Urdiales, porque estuvo siempre a la huida y a la contra del toreo. Se le atravesó la espada.

La faena de Ortega al tercero, que tuvo franqueza, ese punto de bronquedad y falto de continuidad, fue una belleza. Un gusto ver cómo se expresa Juan en la plaza, cómo resuelve los conflictos del toro, su manera de andarle por la cara, y esa manera tan única y suya de ralentizar la embestida: hipnotiza a los toros. Es una cosa mágica y emocionantísima. Fue todo tan bonito, cuidado y torero, que no te podías desprender de lo que ocurría en el ruedo ni un segundo. La despaciosidad de los muletazos, la torería de los remates, la improvisación, el chispazo, una belleza difícilmente de explicar y fácil de sentir. La plenitud del toreo. Se fue detrás de la espada y hundió el acero. Y el trofeo... Había sido todo bonito.

Esperábamos en el sexto. Comenzó a caer la lluvia. Casi poético. Tuvo bueno el embroque el toro. Belleza en las verónicas. Descomunal la media. A dos manos el prólogo de muleta que fue una preciosidad, como la faena para paladearla, sin la ligazón de las tandas, de uno en uno los muletazos. Tan bonita y torera la manera de enganchar al toro, de entenderse con él... Hundió la espada, pero requirió del descabello. Se perdió por ahí el trofeo, la torería es un halo que nos persigue todavía, abrumadora.

Читайте на 123ru.net