Festival de Santander: Evocación de aquella Viena
Sesión de lo más interesante con dos obras de jóvenes compositores españoles y el siempre sorprendente y rompedor (en su momento, 1912, claro) «Pierrot Lunaire» de Schoenberg. En su «Arlecchino» de 2024 Josep Planells (1988), aventajado alumno de personalidades como Sciarrino, Ferneyhough, Rihm y de los españoles Sánchez Verdú y Sotelo, pone de manifiesto su habilidad para servirse de efectos de buena ley con un sorprendente manejo de los timbres. En un lenguaje atonal muy refinado establece líneas maestras evocadoras que revelan una imaginación que podríamos calificar de acuarelística con una delineación rítmica que tiene algo de danzable.
Una excelente pintura del legendario personaje de la «commedia dell’arte». Obra encargada por Sonido Extremo y que se ha tocado esta temporada en otros lugares. La interpretación, al mando de Jordi Francés, con un conjunto de cinco instrumentistas, extrajo toda la sutileza de la breve partitura, de signo sin duda teatral y que se inspira en parte en el cuadro El carnaval de Arlequín de Miró. En la composición abundan los inteligentes contrastes tímbricos y acentuales. La más adecuada
–con esa idea fue encargada por Francés y su grupo– para servir de pórtico a un concierto que se cierra con «Pierrot Lunaire».
En ese planteamiento entra también evidentemente la instrumentación de Israel López Estelche (1983) de la «Sonata para piano op. 1» de Alban Berg, que era estreno absoluto y en la que el compositor español advierte «la suntuosidad cromática del romanticismo». Al trasladar la partitura a un pequeño conjunto de cámara el autor pretende «clarificar y desentramar las líneas contrapuntísticas ocultas en cada enlace»; y a fe que lo consigue. Gracias también a la pulcra e intencionada interpretación ofrecida.
Y pasamos sin solución de continuidad al «Pierrot Lunaire», que permanece hoy como una especie de faro determinante de una estética y de un pensamiento. Su estructura es muy curiosa, ya que viene constituida realmente por tres grupos o partes de siete melodramas cada uno escritos para voz hablada, piano, flauta, piccolo, clarinete y clarinete bajo, violín, viola (estos dos instrumentos tañidos aquí por la impecable Cecilia Bercovich) y violonchelo. El recitado o «parlato», que no canto, discurre con la sugerente estructura del llamado «sprechstimme» y sigue los poemas del poeta simbolista belga Albert Giraud en la traducción alemana de Hartleben.
Humor negro, onirismo, morbidez, mal gusto, sadismo, crueldad… de todo hay en esa extraña música. La fantasía de la mano creadora se percibe en el tan variado y sugerente tratamiento instrumental. Juego preciso, espiritualidad aguda, instinto genial, y, curiosamente, restos de un extraño clasicismo, veía en la obra Roland Manuel. En todo caso es, sin duda, una composición afín al cabaret berlinés, que se estrenó precisamente en la capital de Alemania el 12 de octubre de 1912 con la participación de la actriz vienesa Albertine Zehme.
La voz narradora ha sido en este caso la del tan activo y versátil contratenor Xavier Sabata. El timbre de mezzo, de sorprendentes irisaciones y ricas vetas penumbrosas del contratenor no hay duda de que ofrece nuevas luces y acentos a la obra. Hace unos meses el cantante interpretó la obra en el Teatro de la Abadía de Madrid en una discutible versión teatralizada en la que Pierrot dialogaba con la figura de Narciso a partir de pasajes de Ovidio, «este consumiéndose para conocerse y aceptarse; y aquel aislándose, construyéndose un avatar para esconder el sufrimiento que conlleva no sentirse nunca en casa». Sorprendente planteamiento que creemos se alejaba del meollo de la obra.
En su interpretación, ahora solo vocal, partitura en mano y ataviado con una floreada camisa, Xabata ha mostrado de nuevo su musicalidad y su refinamiento. Su voz bien asentada no puede seguir las escaladas de una soprano lírico-ligera y sortea los obstáculos con cordura, aunque con poco brillo. Pero es expresivo. Y estuvo acompañado magníficamente por Sonido Extremo y la emotividad de su móvil y entregado director.
Echamos en falta, tanto en la breve presentación de Francés como en el programa de mano, que se explicara en alguna medida la significación musical y artística de este «Pierrot». Muchas líneas cotándonos la biografía de los intérpretes y ninguna dedicada a Schoenberg. La mayor parte del público, que mediaba la sala Pereda, se quedaría in albis.