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Pitt y Clooney se hacen pequeños frente a la épica de “The Brutalist", firme candidata al León de Oro

En “Wolfs”, que se presentó fuera de concurso en la Mostra, Brad Pitt y George Clooney son lo que se conoce como “facilitadores”, o lo que es lo mismo, sirven tanto para un roto como para un descosido. Sería una buena definición de estrella polivalente y alérgica al paso del tiempo, si no fuera porque, la verdad, no los vemos como ídolos tiktokeros. En la película, que se pretende impregnada de la energía del thriller de los setenta, da la impresión de que el aura estelar de Pitt y Clooney empieza a tener fecha de caducidad, o, al menos, parece estar más conectada con la era de los grandes estudios que con la de las plataformas de streaming. Paradojas de la vida, “Wolfs” se va a estrenar directamente en Apple TV. Su director, Jon Watts, tenía Covid, y se ausentó en la rueda de prensa para dejar que Clooney, que no perdió la oportunidad de celebrar la honestidad y la generosidad de Joe Biden al retirarse de la carrera presidencial, opinara sobre el tema: "Es un fastidio, por supuesto que lo es... Necesitamos el streaming, nuestra industria lo necesita. Pero el streaming también se beneficia de tener películas estrenadas y por eso Brad y yo hemos trabajado tan duro para intentar que “Wolfs” llegara a las salas. La buena noticia es que creo que ahora hay mucho más trabajo para los actores”. Mientras tanto, Pitt balbuceaba frases sintéticas y fórmulas protocolarias.

Los “facilitadores” de “Wolfs” son los que limpian la escena del crimen. Lo malo es cuando no hay uno sino dos, y el cadáver en cuestión está más vivo que muerto. La noche que pasan juntos, los tres, con un alijo de drogas entre manos, constituye el débil corpus narrativo del filme, que es una olvidable comedia de acción, un divertimento ligerísimo hecho a mayor gloria de sus dos actores, amigos y residentes en el cielo de Hollywood, que se dedican la mitad del metraje a pelearse como dos ‘prima donnas’ que se guiñan el ojo cada vez que oyen la palabra “Corten”. La complicidad está asegurada, teniendo en cuenta las películas que Pitt y Clooney han hecho juntos (la serie “Ocean’s Eleven”, la magnífica “Quemar después de leer”), pero tanta chispa metacinematográfica acaba por resultar cansina.

Lo importante, sin embargo, no ocurrió en la alfombra roja, por mucho que Brad Pitt y George Clooney se divirtieran lanzándose pullas de guardería en “Wolfs”. Lo importante ocurrió cuando vimos la primera, y muy seria, candidata al León de Oro, “The Brutalist”, las tres horas y media (con intermedio incluido de quince minutos) de la extraordinaria película de Brady Corbet que se llevó una ovación unánime de la prensa. He aquí la ambición épica de la Gran Novela Americana que tantos escritores, desde Scott Fitzgerald a Thomas Wolfe, derramaron en su literatura, ahora en un torrente de imágenes que, rodadas en 70 mm y Vistavision, quieren evocar los filmes-evento con que el cine combatió la guerra contra la televisión en los años cincuenta. En rueda de prensa, Corbet contaba, casi al borde del llanto, lo difícil que había sido llevar a cabo una película que le ha costado siete años de su vida, y que hace “todo lo que nos dijeron que no podíamos hacer”, en términos de metraje y estructura narrativa. No es extraño, pues, que esté dedicada a “aquellos artistas que nunca lograron hacer realidad sus visiones". Él, sí, parece que lo ha conseguido.

“The Brutalist” cuenta la vida de Lászlo Todz (Adrien Brody), arquitecto húngaro educado en la escuela Bauhaus que llega a Estados Unidos en 1947, dispuesto a empezar desde cero. Su esposa y su sobrina están atrapadas en Austria, y su encuentro con un millonario excéntrico (Guy Pearce), que le saca de la miseria encargándole una obra faraónica, se convierte en su obsesión. Es inevitable pensar en “América, América”, de Elia Kazan, o “Érase de una vez en América”, de Sergio Leone, pero la tercera película de Brady Corbet (después de las prometedoras “La infancia de un líder” y “Vox Lux”) solo retiene de ellas su sentido de la épica y su reflexión sobre lo que significa el sueño americano, en este caso para un inmigrante judío, “un hombre que huye del fascismo para encontrarse con el capitalismo”. Es imposible resumir las fecundas ideas que lanza esta película-río -sobre la condición megalómana y autodestructiva del artista, entregado a la belleza como triunfo de la voluntad; sobre el cordón umbilical que une la sublimación del sueño americano con el nazismo; sobre el brutalismo arquitectónico como respuesta de cemento armado contra el objetivismo de Ayn Rand promulgado en “El manantial”- en su fértil metraje. Es imposible, también, ignorar el músculo creativo de sus hallazgos de montaje y de puesta en escena, empezando por el uso de la música y el sonido y acabando por la fluidez de sus transiciones. “El brutalista” es admirable incluso en sus derrapes -que los tiene, en su segunda parte- porque pertenecen a una clase de cine que prefiere equivocarse a cerrar la boca. Nos dejó anonadados.

Walter Salles hace memoria (histórica)

En una Mostra caracterizada por analizar el presente a partir de los hechos del pasado, inspirándose con frecuencia en casos reales, “Ainda estou aquí”, que competía en sección oficial, retoma la figura del congresista Marcelo Rubens Paiva, detenido y desaparecido en 1970 durante la dictadura militar de Castelo Branco, en un ejercicio de memoria histórica que Walter Salles ha desarrollado como antídoto a la era Bolsonaro. La película, contada a través de los ojos de la mujer de Rubens, Eunice (espléndida Fernanda Montenegro), es una correcta, funcional llamada de atención para los han olvidado que buena parte de los últimos cien años de la historia de la América del Sur está escrita con sangre.

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