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Inmigración y Trankimazin

El sanchismo usa la inmigración irregular en su estrategia para confrontar con la oposición, dividir a la derecha con la guerra entre PP y Vox, y distraer a la sociedad. Una vez más, Sánchez ha utilizado un elemento clásico del populismo: la gobernanza por la gestión de los sentimientos. La migración es un asunto emotivo y muy mediático que se puede emplear fácilmente para la movilización. Si el tema del acogimiento o rechazo del extranjero ilegal que llega a nuestro país se convierte en asunto de competición entre partidos, el populista gana. Acuérdense de Trump y su muro. Sánchez ha hecho lo mismo que el norteamericano, pero a la inversa.

El truco es dejar que el problema se hinche, no tomar ninguna solución como Gobierno y que el globo reviente en la cara de la oposición. Así, Sánchez ha dejado crecer las dificultades en Canarias, Ceuta y Melilla contando con que las imágenes impactantes de personas luchando por su vida iban a cargar de emociones al público-elector. Sabía que esto iba a crear un debate en la opinión pública, bien calentado en las redes sociales, y que se convertiría en política de partido para sacar rédito en las urnas. Por eso disfrutó con la ruptura de Vox con el PP por el tema de los menores no acompañados. Sánchez alentó el recurso a la demagogia del partido de Abascal con su inacción y ocultando los datos de los expulsados, y Vox contribuyó a la estrategia sanchista de distraer la atención de la amnistía, la supuesta corrupción de Begoña Gómez y el cupo catalán fijándose en el tema de la inmigración ilegal.

Mientras, el PP ha guardado silencio de una forma preocupante. Es preciso decir que los populares son lentos, y que ese ritmo está pasado de moda en el mundo de la inmediatez digital. La gente quiere respuestas rápidas que serenen los ánimos más intranquilos, no dontancredismos que se hacen infinitos y que precisan de un ansiolítico en vena. La consideración de que la política de Estado tiene paso de buey, en un caminar lento para dejar un surco bien marcado en su sitio, es muy loable, pero está anticuada cuando se vive en la oposición. La inmigración ilegal, por ejemplo, no es un problema con el que nos hemos encontrado al madrugar esta mañana. Es una pieza clave de la política española y europea desde hace décadas, y señaladamente a partir de la crisis de los refugiados en 2015. El PP debería tener un plan al respecto desde hace muchos años más que el consabido «lo que diga la Unión Europea» y, sobre todo, la conciencia de que debe llegar a su electorado antes de que se agote el Trankimazin en las farmacias.

El plan presentado por Feijóo en Canarias está bien porque combate el uso populista de la inmigración ilegal con la propuesta de un pacto con sentido de Estado. Poner en marcha las instituciones españolas y europeas, con solidaridad entre las regiones en un proyecto común, dista mucho de los discursos partidistas que estamos acostumbrados a escuchar. No saldrá adelante porque Sánchez no aceptará jamás nada que venga de Feijóo, pero por lo menos da la sensación de que una parte del sistema político español es normal y que pretende abordar un problema desde la responsabilidad, no haciendo mezquinas tácticas electorales usando a las personas.

Ahora bien. El PP es una alternativa que en ocasiones parece un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma y, además, a cámara lenta y mal contado. No me atrevo a decir que es el ritmo gallego que impregna ahora a Génova, tan pausado como sabio, pero sería de agradecer que los populares expusieran con rapidez y concreción qué van a hacer con el cupo catalán o cómo piensan descolonizar el Estado y revertir la Ley de Amnistía. Es conveniente porque veo al electorado del centroderecha intranquilo, deseando tener algo a lo que agarrarse.

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