"Los destellos", de Pilar Palomero inundan la Concha con un Antonio de la Torre entre la vida y el duelo
Hay una petición y una promesa. Una piedra en forma de foca, un camino transitado por la memoria de un pasado compartido, una elección voluntaria de cuidados, un ejercicio obligado de ponerlos en práctica. Hay una necesidad de entender sin ruido, una predisposición a guardar silencio, hay volcados sensibles de empatía, hay amor y hay final. En "Los destellos", la última propuesta de Pilar Palomero que compite por la Concha de Oro en esta 72ª edición de San Sebastián protagonizada por Antonio de la Torre, Patricia López Arnaiz y Julián López, se habla de una historia de muerte a través de la prologada inquietud de la vida y esos pequeños rayos esperanzadores de luz que van configurando el relato estaban, en palabras de su directora, presentes desde el comienzo.
[[QUOTE:PULL|||"Quería intentar trasladar todo lo que yo había sentido cuando falleció mi padre pero no solemnizar la muerte"|||Pilar Palomero]]
"Quería hablar de cómo una muerte próxima nos posiciona de forma distinta ante la vida y también intentar trasladar todo lo que yo había sentido cuando falleció mi padre pero no solemnizar la muerte. Hace daño y le tenemos miedo ala desaparición de un ser querido evidentemente, pero he intentado que se perciba como una película sobre la vida", introduce Palomero en entrevista con LA RAZÓN sobre las resonancias personales que afloraron durante el proceso de creación de esta particularísima adaptación de la novela de Eider Rodríguez, "Un corazón demasiado grande".
Proceso de aceptación
Escoltada por la dilatación de todo lo que no decimos, la cinta cuenta la historia de una mujer, Isabel (López Arnaiz), que tras recibir la petición de su hija para que esté pendiente de la evolución de la enfermedad terminal de su ex marido Ramón (a quien da vida un impecable De la Torre) y le cuide los últimos días que le quedan de vida, comienza a revivir etapas de su relación que favorecen el entendimiento del presente. Un presente nostálgico, apacible y agujereado por el recuerdo que comparte con su actual pareja, interpretada con solidez por Julián López, que aprueba con creces el reto de desmarcarse de su registro cómico habitual. Volver a un lugar en el que ya no se estaba y sentir que sigues entrando en casa aunque esta ya no lo sea. Acompañar en sus últimos días a una persona con la que compartirse demasiados, sin dejarse vencer por una tristeza más próxima al recuerdo común de lo vivido y lo formado (una familia a fin de cuentas) que al deseo de seguir perteneciendo como parte activa a una realidad afectiva que ya no existe y que no existirá más.
La dignidad con la que De la Torre encarna a un hombre corriente, un hombre bueno, que se resigna ante la inminencia del final entraña una delicadeza y una generosidad sobradamente agradecidas. "Cuando la gente toma consciencia de su muerte, la acepta. Es increíble. No vencemos a la muerte pero de alguna manera la asumimos. Y te lo digo por los casos de gente cercana o con los que he hablado para afrontar este papel", reconoce generoso De la Torre sobre su percepción de finitud antes de completar: "Mira Mujica decía que sabía que se iba a morir pero no quería. Y creo que a mí, en el fondo, me pasa un poco igual".