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No tiene donde ir

Lo de salir corriendo no es cosa que se le dé mal a Puigdemont. Por eso tiene a toda la tropa de Junts mosqueada, elucubrando unos y otros sobre los escenarios que se podrían dar caso de protagonizarles don flequillo una nueva espantada.

El problema es que nuestro hombre en Waterloo no tiene muchos sitios a dónde ir. Ni tan siquiera al Parlament de Cataluña a liderar la oposición. Estos días se ha reunido en Bruselas con sus coroneles para inyectarles ánimo y decirles que, por supuesto, me quedo. Porque si dejara la política tendría que dedicarse a contar nubes, y eso está bien un par de días, pero al tercero cansa. Que le pregunten si no a Zapatero, que espetó convencido, tras su retiro forzado: «El mejor destino es el de supervisor de nubes acostado en una hamaca». Duró una semana, entregándose después a la tarea bien reparadora de la mediación latino-comunista.

A Puigdemont lo de mediar se le da regular, y sin embargo es un consagrado artista de la huida y el enredo. Podría seguir huyendo hacia ninguna parte, pero eso le obligaría a tener que ejercer otra vez de periodista mediocre, y ya no está el hombre para reportajes. Al Punt Avui no va a volver, aunque le prometan el oro de México. El oro que España no robó por mucho que la señora Sheinbaun lo asegure, en su ignorancia. El oro se lo repartieron los criollos, o sea, los ascendientes de su jefe Obrador, tras esquilmar no solo a los aztecas sino a los olmecas, los zapotecas, los totonacas y los xalcatecas. De manera que la que tiene que pedir perdón por ignara es Sheinbaum, y pedirlo también por haber trabajado para los terroristas del M-19, tal y como ha revelado el colombiano Petro. No va a pedir perdón por nada y continuará con su habitual sectarismo y enfermiza ceguera. O sea, igual que Puigdemont.

El gironés salió corriendo a lo turuleta, dejó tirados a los suyos y se dedicó a vivir del cuento en Waterloo. Siete años a cuerpo de rey, a costa del dinero español, mientras sus principales comandantes las pasaban canutas en la cárcel. Ahora sería lo normal que, vistas sus reiteradas promesas de dejar la política si no ganaba las elecciones, anunciara el retiro en el congreso del partido. Pero no lo va a hacer. No tiene adonde ir y de ninguna manera va a renunciar a los privilegios que le otorga el cargo de gerifalte mayor del independentismo cataloide, tras pasar de paria en Estrasburgo a estrella mundial por la gracia de Sánchez. No tiene poder administrativo alguno, apenas cuatro ayuntamientos de poca monta, pero manda en el Gobierno de España, dicta sus normas, encoje o ensancha el campo de juego a conveniencia, y le dice a Pedro lo que tiene que hacer si quiere seguir viviendo en la Moncloa. Y como Pedro quiere, ambos felices.

Por eso Puigdi no se va a ir de donde está ni va a dejar el partido ni nada. Ya no le aguanta ni Putin. En realidad, según revelan quienes conocen la historieta rusa, a las huestes puigdemonas las engañaron cuatro tipos que decían ser del Kremlin, pero que no eran tanto. Les pagaron una pasta tras asegurar estos que sí, somos amigos de Putin, de Medvedev y de Lavrov, y mandaremos 15 mil mercenarios de los Wagner para lo que necesites, pero antes afloja y paga. Ellos pagaron y los rusos desaparecieron con todo el cargamento y buenas palabras. El tocomocho al mismísimo molt honorable president. Que por eso no dice nada de este tema don flequillo. Le da vergüenza.

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