Los Siete Infantes de Lara (I)
Uno de los argumentos universales de la narrativa humana es el cuento de la venganza de un clan contra otro por una ofensa muchas veces de tipo simbólico, sexual o político que surge de un desplante en lo que constituye un motivo típico de muchos cuentos, mitos y leyendas. En la mitología griega quizá la venganza más perfecta la ejemplifique el mito de Alcmeón, que está inserto en la leyenda de los Siete contra Tebas. Allí, los siete caudillos que iban a tomar encontrarán un trágico final y no serán sino sus hijos los que logren el triunfo en la siguiente generación: en el caso de Alcmeón, la venganza va dirigida contra su madre por haber traicionado a su padre Anfiarao. Ese número 7 es simbólico para ese tipo de grupos, muchas veces de hermanos o parientes, que están rodeados de cierto halo épico y mítico, cuando no de la desdicha, desde los siete samuráis a los Siete Infantes de Lara en la leyenda castellana… Veamos el caso de la mitología hispana: se trata de una historia muy difundida y que parece haber constituido acaso un cantar de gesta perdido, que se atestigua de diversas maneras y especialmente en el romancero en torno a asesinato de siete infantes de Lara o de Salas. Hay discusión académica acerca de si se puede considerar la tercera muestra de la gran épica castellana. En todo caso, la historia se centra en la descendencia del noble castellano Gonzalo Gustioz y Doña Sancha, procedentes o bien de Salas o Lara de los Infantes, ambos en la provincia de Burgos.
En la boda entre doña Lambra de Bureba y Rodrigo o (Ruy) Velázquez de Lara se invita a las familias de la nobleza en una suerte de punto de ignición de la aventura. La hermana del novio, doña Sancha, es invitada junto con su marido, Don Gonzalo, señor de Salas, y sus siete hijos, los infantes. La pelea parece que se desata por un lance aparentemente menor, como es el lanzamiento de unas varas. Y es que las bodas son uno de los momentos más peligrosos de la narrativa patrimonial, con el banquete y sus invitados, muchas veces mal avenidos y otras enormemente peligrosos y susceptibles de saltar a la mínima (véase el cuento de la batalla campal entre centauros y lapitas: llama la atención la mala cabeza de quien invitó a unos centauros al festejo). Ahí empieza una disputa que acabaría con la muerte de un primo de doña Lambra. Como dice el romance: “Las bodas se hacen en Burgos, / las tornabodas en Salas; / las bodas y tornabodas / duraron siete semanas: / las bodas fueron muy buenas, / mas las tornabodas malas.”
Algo muy típico de las bodas en la mitología y los cuentos es el problema de la familia política, que se suele evidenciar en un banquete de bodas problemático: si no recuerden lo que ocurre en los dos grandes ciclos épicos de los griegos, que comienzan con sendas bodas problemáticas entre un mortal y una diosa, las de Tetis y Peleo y las de Cadmo y Harmonía (siempre hay algún olvido en la lista de invitados, y la persona afrentada no suele perdonar y lanza una maldición tremebunda o planea una venganza). Como quiera que fuera, en el caso castellano, la disputa entre la familia de la novia y los hijos de Gonzalo y doña Sancha acaba con la muerte de Álvar Sánchez, primo de la novia, que cae golpeado por Gonzalo González, el más pequeño de los Siete Infantes. En la mitología universal, la familia extensa y lateral, los cuñados, causan este tipo de enfrentamientos: la antropología lo ha estudiado también y llama la atención, en el caso de la mitología griega, la lucha de concuñados para incorporarse a un clan o a un oikos o evitar una incorporación. En suma, el típico conflicto de integrar familia con familia.
En un episodio posterior, la propia novia, doña Lambra, verá al joven infante Gonzalo en paños menores mientras se baña antes o después de un lance de cetrería, lo que se interpreta simbólicamente como una provocación sexual. Ella responde a su vez con una afrenta representativa para avergonzar al de Lara con otra alusión seguramente sexual. Todo esto se recoge en diversas versiones, la más completa la de la Estoria de España compuesta durante el reinado de Sancho IV en el siglo XIII. Aunque, como estudia Menéndez Pidal, todo puede retrotraerse a un gran poema perdido del año 1000.
La venganza comenzará justo después, en un plan orquestado por Ruy Velázquez, que diseña la típica estratagema del cuento popular. Primero envía al padre de los infantes, Gonzalo Gustioz en misión diplomática a Córdoba, ante el caudillo andalusí Almanzor, con una carta en árabe –lengua que Gonzalo desconoce–, instando al receptor a matar al mensajero que la lleva. Sin embargo, Almanzor se apiada y no lo mata, sino que lo deja en cautiverio. Luego, en un lance guerrero contra las tropas musulmanas, el malvado tío de los siete infantes manda directamente a los siete hermanos a un callejón sin salida donde serán masacrados y decapitados: “¡Ay Dios, qué buen caballero / fue don Rodrigo de Lara [...] / Si aqueste muriera entonces, / ¡qué grande fama dejara!, / no matara a sus sobrinos, / los siete infantes de Lara, / ni vendiera sus cabezas / al moro que las llevaba.” Dejaremos el resto de la historia por ahora…