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El ADN misionero: no abandonarás a un pueblo en guerra

No deja asomar sensación alguna de miedo o desazón. Tampoco se le percibe como alguien recubierto de una armadura propia de un superhéroe o de quien atesora la Cruz de la Real Orden de Isabel La Católica. Ni por asomo. Cualquiera lo diría de alguien que está atrapado en el avispero de una guerra fratricida. De esas que solo alcanzan a tener unos segundos de visibilidad en los teletipos cuando se desatan o alcanzan un pico de muertes por una masacre infernal. Así, al peso. Entre tanto, en ese silencio de la indiferencia occidental que se traduce en una sangría cotidiana, se mueve Jorge Naranjo, sacerdote comboniano que acumula dieciséis años en Sudán dejándose la piel para que ese rincón de África comenzara a respirar algo de dignidad después de la guerra de más de cuarenta años que acabó con la independencia de Sudán del Sur. Y así lo parecía hasta que en abril de 2023 se desató un nuevo conflicto interno. Todo se frenó en seco.

«El ejemplo de Sudán parece indicar que lamentablemente hay categorías de guerras y, por tanto, categorías de personas. Por ejemplo, la guerra de Ucrania sería de primera categoría, por la atención internacional, la solidaridad y la búsqueda de soluciones para la paz. Sin embargo, nadie mira para África». Los datos avalan la tesis de Jorge. En este año y medio, más de diez millones de sudaneses han abandonado sus hogares. La mitad son niños. Y más de dos millones han huido a países vecinos. «Es el mayor número de desplazados del planeta, por encima de Siria, Gaza o Ucrania», comenta entristecido por la invisibilidad de esta tragedia.

Naranjo es uno de los cerca de diez mil misioneros españoles que han entregado su vida para hacer realidad las bienaventuranzas de los pobres y oprimidos. Hoy se celebra precisamente la Jornada Mundial de las Misiones, conocida popularmente con el Domund, con la que la Iglesia busca respaldar con la oración y las donaciones su labor evangelizadora en las circunstancias más inhóspitas.

Con esos euros que se echan en el cepillo, en los tradicionales sobres o a través de Bizum se levantan proyectos como la Universidad Comboni College de Ciencia y Tecnología que dirige este cura madrileño de 50 años, que tuvo que trasladar precisamente su sede de Jartum, porque se encontraba a apenas 800 metros del palacio presidencial, epicentro del fuego cruzado. «Nos desplazamos unos 1.100 kilómetros hasta Por Said. Esto nos ha obligado a crear una plataforma digital y diseñar una pedagogía para que haya una conectividad muy baja debido a la falta de medios», detalla. En esta ciudad ubicada en la Costa del Mar Rojo y alejada algo más de la primera línea de fuego, reside en una comunidad internacional con otros cinco religiosos: un ugandés, un mexicano y tres italianos. Los combonianos están al frente de una parroquia con escuela y otras tres escuelas en la periferia. Además, dentro del complejo parroquial también los combonianos trabajan mano a mano con las Hermanas de la Visitación en el colegio y con las Misioneras de la Caridad de la madre Teresa de Calcuta, centradas en los enfermos y los vulnerables del lugar.

Jorge se mueve entre las tareas administrativas y docentes de la universidad, y los proyectos inesperados de evacuación de población en otras regiones del país «porque los combates se van desplazando cuando menos te los esperas y siempre se requiere salir al rescate con atención sanitaria, traslados, alimentos…».

«La guerra ha cambiado completamente la dinámica de nuestra vida y nuestra misión en un país dividido, con unas zonas controladas por las milicias y otras, por el ejército regular», detalla, con una denuncia por delante sobre lo que sucede en el lado rebelde: «Violan a mujeres, secuestran a los jóvenes que no se unen a ellos, saquean y queman poblados enteros». A pesar de ello, subraya que «la Iglesia está presente en ambas zonas. Las embajadas han cerrado, muchas ONG se han pirado, pero la Iglesia permanece».

Una rendija para la paz

Sobre la posibilidad de que se abra una rendija para la paz, apunta que «desde la lógica imperante, analizando otros conflictos similares donde los mismos actores están detrás, el escenario más probable es que el conflicto se estacione, es decir, que el país se quede dividido con tensión en las zonas de fronteras». «Pero, podría suceder –apostilla después– que, por ejemplo, quien está armando a las fuerzas de apoyo rápido, es decir, a las milicias, por cualquier presión internacional, parase ese apoyo y eso, obviamente, decantaría la batalla inmediatamente hacia el otro lado».

En medio de este clima bélico que no invita al optimismo, no se achanta: «No tengo la sensación de que todos los esfuerzos de estos años de atrás se hayan ido al garete». De hecho, para el comboniano, «este año ha sido el más bonito de mi vida sacerdotal y misionera por haber podido compartirlo en estas circunstancias tan difíciles con el pueblo sudanés».

Y todo, en un país donde los cristianos son una minoría, apenas dos millones de una población –en torno a un 5 por ciento– de 47 millones de personas, mayoritariamente musulmanes. «Nuestra presencia es buena noticia tanto para cristianos como para musulmanes», subraya, vinculando esta reflexión al lema del Domund de este año, «Id e invitad a todos al banquete», una cita del Evangelio de San Mateo que hace referencia a la parábola en la que Jesús hace una llamada a los suyos a salir a los caminos al encuentro del otro sin reservarse el derecho de admisión: «El banquete de Dios es para todos. Y precisamente la prioridad son los excluidos y, en un país como este, también los musulmanes están invitados. De hecho, la acción de la Iglesia no tendría sentido si fuera solo únicamente para los cristianos».

En esta misma línea, detalla que «Dios es Padre de todos, es decir, que cada persona humana tiene ante sus ojos la misma dignidad, sea del país, de la tribu o de la religión que sea. El sueño de Dios es que en ese banquete que ha preparado para todos, estén todos compartiendo mesa».

España, el pulmón global del Domund

España es, hoy por hoy, el país que cuenta con más misioneros: 9.932 hombres y mujeres, de los que 6.042 están en destino en los llamados territorios «ad gentes», mientras que el resto se encuentran en nuestro país jubilados, en formación o colaborando en animación misionera. Además, España es el segundo país que más aporta, solo por detrás de Estados Unidos, al llamado Fondo Universal de Solidaridad, esto es, la hucha global del Domund que custodia la Santa Sede y que distribuye fondos a los cinco continentes. Solo el año pasado, los españoles aportaron 8,9 millones de euros de los 61,4 millones entregados en Roma. «No es que les estemos haciendo un favor a los misioneros, sino que son ellos los que nos están haciendo un favor a nosotros porque nos hacen conscientes de la misión universal de la Iglesia», explicita José María Calderón, director de Obras Misionales Pontificias, la entidad que vela por los misioneros y sus proyectos. Así, con las ayudas del Domund se puede seguir anunciando el Evangelio al 40% de la población mundial.

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