Pekín en alerta: el futuro de la rivalidad con EE UU pende de un hilo
La incertidumbre se cierne sobre el resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses, pero, a juicio de sus analistas, las consecuencias serán las mismas para China: más aranceles, más tensiones y una guerra comercial que no da señales de remitir. Mientras el ex presidente Donald Trump amenaza con intensificar la confrontación económica que él mismo inició, la vicepresidenta Kamala Harris podría optar por un enfoque más diplomático, aunque eso podría implicar movilizar a los aliados de EE. UU. contra la influencia china. La decisión que tomen los votantes no solo moldeará el futuro de la nación, también sentará las bases para la relación entre las dos economías más grandes del mundo, en un momento crítico de tensiones geopolíticas y económicas.
La inminencia de estas presidenciales ha llevado a los expertos en Pekín a adoptar una postura de cautela en relación con la continuidad de una política exterior que, en la última década, ha estado marcada por una creciente tensión bilateral. Los estrategas chinos, apoyados por encuestas que evidencian un consenso bipartidista en torno a la relación con China, anticipan que, independientemente de quién asuma el trono, la dinámica de competencia estratégica y contención seguirá siendo el eje central de la interacción bilateral. Zhao Minghao, profesor en el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Fudan, resumió esta preocupación al afirmar que "Trump y Kamala Harris son dos tazones de veneno para Pekín", enfatizando que ambos perciben a la potencia como un adversario.
Preparativos ante una nueva era de hostilidad
A pesar de su anhelo de estabilidad en la relación con Washington, el liderazgo chino se ha estado preparando desde hace tiempo para una intensificación de la turbulencia y una prolongada enemistad con la mayor economía del mundo. Una vez consolidado su poder, en marzo de 2023, Xi Jinping manifestó su preocupación al señalar que "los países occidentales, liderados por Estados Unidos, han implementado una contención, un cerco y una supresión generalizados contra nosotros, lo que ha supuesto graves desafíos sin precedentes para el desarrollo de nuestro país". Dos meses después, durante la primera reunión del nuevo Comité Central de Seguridad Nacional, y anticipando posibles crisis, Xi instó a los miembros del Partido Comunista a "estar preparados para los peores y extremos escenarios" y a "resistir la gran prueba de los fuertes vientos, las aguas agitadas e incluso las peligrosas tormentas".
Dos enfoques, mismas consecuencias para China
Durante una posible presidencia de Harris, el régimen chino podría buscar cimentar su administración en los acuerdos alcanzados con Biden, participando activamente en foros internacionales como las cumbres de APEC en Perú y del G-20 en Brasil, programadas para finales de noviembre. Esta táctica tiene como objetivo aprovechar los recientes esfuerzos diplomáticos de la administración demócrata, evidenciados por la visita a Pekín del asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, a finales de agosto. En este marco, la élite política china intentaría fomentar la cooperación en conflictos geopolíticos críticos y abordar los desafíos socioeconómicos que enfrenta Estados Unidos, especialmente en la fase final del gobierno de Biden y durante la campaña electoral demócrata.
La vicepresidenta estadounidense ha hecho poco para desmentir la percepción de que su enfoque hacia China será en gran medida coherente con el de Joe Biden, en caso de que gane estos comicios, En su intervención durante la convención nacional demócrata de agosto, prometió que "Estados Unidos, y no China, ganará la competencia del siglo XXI".
No obstante, la segunda economía mundial se está preparando para la eventualidad de un regreso de Trump a la Casa Blanca. La administración Trump (2017-2021) representó un punto de inflexión en los lazos sino estadounidenses, desafiando el equilibrio establecido desde el acercamiento de 1971. Este periodo se caracterizó por una creciente hostilidad hacia Pekín, con el mandatario buscando desmantelar los fundamentos económicos de sus relaciones.
Implementó un enfoque radical, comenzando con la imposición de aranceles severos sobre importaciones chinas y extendiendo el escrutinio sobre inversiones y controles de tecnología avanzada. En el ámbito de seguridad, su administración adoptó políticas para consolidar la hegemonía estadounidense en el "Indo-Pacífico", fortaleciendo relaciones con Taiwán y minimizando la política de "una sola China". Además, se redirigieron recursos hacia la Cuadrilateral, un foro estratégico que incluye a Australia, India y Japón, para contrarrestar la influencia china, mientras se incrementaban las operaciones militares estadounidenses en el Pacífico occidental, reafirmando su compromiso con sus aliados regionales.
A pesar de las dificultades para establecer una relación efectiva con Trump —evidenciadas por el intento fallido de enviar al antiguo embajador en EE. UU., Cui Tiankai, para mejorar los lazos— es probable que la cúpula china continúe su acercamiento. Simultáneamente, fortalecerá sus vínculos con Rusia y los países del Sur Global.
En este escenario, el régimen de Xi podría buscar fomentar la autonomía estratégica entre los aliados de Estados Unidos, especialmente en la Unión Europea, a través de incentivos económicos y la aceleración de acuerdos comerciales. Además, podría iniciar negociaciones tecnoeconómicas con Washington, mostrando disposición a realizar concesiones económicas a cambio de beneficios estratégicos en el Pacífico Occidental
Taiwán, línea roja
Independientemente de quién resulte vencedor, analistas diplomáticos coinciden en que Taiwán seguirá siendo la principal fuente de fricción y uno de los escenarios más peligrosos para un posible conflicto entre Washington y Pekín. Expertos advierten sobre los riesgos de una intensificación de las tensiones a ambos lados del estrecho, especialmente en un entorno de creciente incertidumbre durante los próximos cuatro años. Para el próximo líder, el desafío será encontrar el equilibrio adecuado entre disuasión y apaciguamiento, una tarea que Biden ha manejado más o menos con destreza.
Ha quedado patente que una de las principales prioridades de China es “la isla rebelde”, que en enero eligió como presidente al controvertido Lai Ching-te, al que Pekín rechaza vehementemente. Como representante del partido soberanista Demócrata Progresista, es considerado por el régimen de Xi como un agente de las "fuerzas separatistas", y el respaldo de Washington constituye una línea roja en sus relaciones bilaterales.
Desde que Washington alteró su reconocimiento diplomático de Taiwán a favor de China en 1979, el Congreso estadounidense formalizó un compromiso de proveer armamento para la defensa de la isla. Desde entonces, Estados Unidos ha suministrado a Taiwán equipos militares y municiones por miles de millones de dólares, incluyendo cazas F-16 y buques de guerra, desafiando las reiteradas objeciones de Pekín. Recientemente, el Departamento de Estado estadounidense autorizó un nuevo paquete de venta de armamento a la isla valorado en 2.000 millones de dólares, que incluye sofisticados sistemas de misiles tierra-aire. Esta decisión ha intensificado aún más las fricciones en la región.
A pesar de las afirmaciones de las autoridades estadounidenses de que un enfrentamiento con China no es "ni inminente ni inevitable", la política de armar a Taiwán, junto con la presencia militar casi constante china en las proximidades de la isla, está alimentando un ciclo de creciente tensión. Este mes, China llevó a cabo un ejercicio militar a gran escala que implicó el despliegue de aviones de combate, buques de guerra y embarcaciones de la guardia costera, acorralando Taiwán.