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Lo que supone la vuelta de Trump a la presidencia de Estados Unidos

Suponemos que los ciudadanos norteamericanos entienden los resultados de sus recientes elecciones presidenciales, al menos en la misma medida que lo hacemos nosotros con las nuestras. En este caso, los demás sabemos que quien sea presidente de Estados Unidos nos afecta, tanto o más que a sus conciudadanos. Tenemos una larga experiencia pues cada cuatro años sucede. Es también cierto que la mayoría de las veces no hemos creído que iba a ser para tanto, con variadas dosis de acierto.

Trump parece que desea generar expectativas de grandes y sustanciales cambios, desde la geopolítica al comercio. Y aunque ya tengamos la experiencia que no fue para tanto en sus primeros cuatro años, ahora el mismo no para de asegurarnos que habrá un antes y un después en su segunda presidencia. Para ello su elección de equipo indica que la lealtad, personal e ideológica priman, junto con un considerable patrimonio. Lejos están los tiempos de valorar la experiencia y garantías para el conjunto de la opinión pública, doméstica y mundial. Mucho más relevante resulta el abandono de equipos plurales, incluso con personalidades independientes o incluso contrarias. Esta vez Trump promete ser totalmente fiel a sí mismo, sin concesiones a ninguna pluralidad.

Peter Thiel, billonario tecnológico, ya nos advirtió hace ocho años que «a Trump no hay que creerle pero si tomarle en serio». Más recientemente, el futuro presidente ha insistido que una de sus fortalezas es ser impredecible, frase repetida por sus partidarios. Esto ya indica bastantes cosas, casi más para aliados que adversarios. Ser impredecible es lo contrario que el resto de los dirigentes mundiales ofrecen a sus ciudadanos y a otros gobiernos, aunque la realidad de gobernar conduzca a más de una sorpresa sobre lo inicialmente prometido.

Ser impredecible parece valorarse en este caso como una ventaja sobre otros gobiernos, que sí lo serian. Pero esta premisa puede resultar incorrecta. Es más, ya antes de Trump 2 el mundo estaba inmerso en una realidad multipolar, donde no solo dos o tres superpotencias imponen sus preferencias. La ineficacia relativa de las sanciones a Rusia, los acuerdos estratégicos tanto con EEUU como con China por parte de países emergentes, las posiciones distintas dentro de la UE sobre el final de la guerra de Ucrania, son muestras del relativo poder actual de las grandes potencias. Cabe preguntarse si hoy algún país es imprescindible. Cualquiera diría que Trump está decidido a comprobarlo.

Incluso antes de su llegada, China e incluso Rusia levantan la bandera del cambio climático por la perspectiva de una nueva retirada del Acuerdo de París por parte EEUU. Los tres son los más grandes emisores de CO2, imprescindibles pues para cualquier acuerdo mundial. La pretensión de que sólo Norteamérica desarrolle una política mercantilista no es realista y mucho menos que los demás no se adapten. Los grandes aliados de Norteamérica desde 1945 es más que posible que se enfrenten a un importante cambio de escenario y con ello al fin de una época. Para la Unión Europea por un lado ya es una realidad aceptada que los europeos tienen que elevar su gasto en defensa, por otro la retirada norteamericana del pacto climático aleja la imposición global sobre el carbono, lo que hace imposible la propia agenda europea. Situación similar le sucede a la imposición tributaria mínima sobre empresas multinacionales. Trump ya en su primer mandato condenó a la inoperancia la Organización Mundial de Comercio, aunque las transacciones globales hayan seguido creciendo, eso sí con el aumento de cientos de medidas proteccionistas.

Comprensible o no para los extranjeros, los votantes han elegido con amplitud un nuevo papel para su país, donde todo pasará por ventajas concretas en cada ocasión. Con este mensaje, los republicanos han ganado en votos populares por primera vez en 20 años, ha conseguido más respaldo en minorías étnicas hasta ahora favorables a los demócratas. El multilateralismo base de la estrategia de EEUU durante nueve décadas podría dar paso a cada cual a lo suyo. Desafío de primer orden para la Unión Europea, Japón, Corea del Sur, Canadá o México y muchos otros. Por su parte, el presidente chino no ha perdido el tiempo en la reciente cumbre del G 20 en Río, para levantar la bandera china del multilateralismo, sobre todo orientada al llamado Sur Global. Cosas veredes.

La agenda de Trump la conocemos. Expulsión de inmigrantes ilegales, aranceles para reducir el déficit comercial y al mismo tiempo para financiar las bajadas de impuestos directos, acuerdos bilaterales sobre los multilaterales, y ahora además promoción de las monedas digitales privadas. Hay que reconocer que las políticas de Trump sobre China, Israel y Arabia Saudí de sus primeros cuatro años fueron mantenidas por los demócratas, así como la mencionada exigencia de que Europa pague su defensa. Pero el mundo no es hoy más sencillo desde el año 2020.

No tenemos ahora una pandemia desde luego. A cambio el bloque chino, ruso, iraní y norcoreano es una realidad, no solo en cuestiones de defensa, con muchos países emergentes aceptando al menos parte de sus planteamientos. En el ámbito doméstico, el nivel de deuda pública norteamericana es ahora un riesgo cierto, con un déficit fiscal crónico del 7%. También es cierto que tanto China como la UE rozan el estancamiento, por lo que poco pueden aportar a la demanda mundial. La nueva Norteamérica que Trump planea quiere ser aún más dinámica, sin que deudas o ahorro supongan un problema, ni aumenten sus importaciones. Pero lo supondrán, eso lo sabemos.

Como sabemos que los mismos ciudadanos llevan tres elecciones rechazando al partido en el gobierno de Washington o que hace dos años los republicanos fracasaron en las elecciones «midterm», como que habrá otras en dos años, que pueden convertir a Trump en un pato cojo. Para entonces es más que posible que muchas cosas sean distintas en el mundo y que nada volverá a 2024. Cada cual habrá seguido su camino. Después de Trump lo más seguro es que estaremos en un mundo más multipolar todavía. No será la primera vez en la historia, pero sí será una novedad para los norteamericanos, que habrán visto sus deseos hechos realidad.

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