Escritores prolíficos
Hay quienes tienen la virtud de trabajar muy rápido, de que las labores les cunden sobradamente, que el tiempo no es problema para tener las tareas listas cuando el patrón las requiere. Hay autores que emplean años en terminar una obra, en cuyo caso los editores no pueden meter prisa porque conocen que cada cual requiere su tempo, y de ahí no hay quien los saque. Sin embargo hoy día es asombroso lo fértiles que son muchos los que en el «ambience» literario o, más bien, pseudo literario te preguntan «¿has leído ya mi nueva novela?», y a una se le queda la cara de tonta pensando en que la anterior la publicó hace tres meses. Naturalmente ni la anterior ni la presente pasará por mis manos. Tengo muchas más cosas que leer y hasta que estudiar como para perder tiempo en algo que, incluso, me puede contaminar.
No quisiera escribir una frase que pudiera parecerse a otra escrita –más bien mal escrita–, por algún arrogante de la cosa que va de autor experimentado. Nadie es mejor ni peor, sino que todos somos diferentes y tenemos nuestro propio modo de trabajar, más lento o más rápido, pero, al menos, se intenta poner honestidad en lo que se saca a la luz.
Ken Follet es una máquina de hacer churros, pero siendo lo que son sus obras, se venden por toneladas y ahí lo tenemos, ahora triunfando con un musical que acaba de estrenar precisamente en Madrid, y con una aceptación inusitada. Es lo que tienen los best sellers, que llegan hasta todos los rincones, como en otro tiempo las novelas de vaqueros de Marcial Lafuente Estefanía, o las de amor de Corín Tellado a quien en su momento elogió Vargas Llosa diciendo que si la gente lee, da igual lo que se meta por los ojos. No estaría yo muy de acuerdo con el maestro peruano, pero si es así, bendita sea la literatura basura. Lo que no deja de ser cierto es que García Márquez dejó dicho que jamás se llevara al cine sus «100 años de soledad». No quisiera imaginar qué hubiera pensado de un musical…