Gracias a los médicos venezolanos
Estamos acostumbrados a reclamar por aquello que no nos gusta o por todo aquello que está mal. Eso está bien, pero tenemos la mala costumbre de no agradecer públicamente las cosas buenas, bonitas o bien hechas que nos ocurren. Seguro que no se hace por maldad, no. Lo que pasa es que damos por sentado que la bondad, lo bonito o lo coherente, es normal y reaccionamos solo cuando eso es interrumpido por alguna causa fortuita. Por ejemplo, nadie agradece que existe el oxígeno, lo valoramos solo cuando por mala suerte nos estamos ahogando o, por alguna causa, no podemos respirar.
Ojalá pudieran mis distinguidos lectores llegar hasta el final de este escrito, porque quiero agradecer públicamente y de corazón, a todos los médicos de Venezuela por su trato humano y por su excelente preparación, en especial, en esta ocasión, a los médicos que me atendieron en la Clínica Ávila.
Ya les cuento. La semana pasada tuve un percance de salud el cual ya fue totalmente superado. Absolutamente superado. He tenido la suerte de encontrarme con un grupo de excelentes médicos venezolanos quienes, con su cariño y sapienza, van más allá de lo que significa ser un galeno.
Si algo añoran quienes viven fuera de Venezuela es la solidaridad y familiaridad de nuestros médicos, quienes han destacado por el modo de tratar a los pacientes incluso fuera de nuestro país. Sé, de primera mano, que si alguien necesita ir a un médico en Europa es tan frío y distante el trato que los pacientes salen frustrados. Al entrar al consultorio, generalmente ocurre así, los médicos estarán sentados frente a una computadora. No te tocan y no te examinan a menos que te estés muriendo, es más, casi ni te miran.
ꟷBuenas, doctor.
ꟷDígame, ¿por qué vino?
ꟷMire, es que yo siento un dolor por acá desde hace una semana.
El doctor apenas voltea dejando de ver momentáneamente su computadora. Mira al paciente con desdén.
ꟷ¿Dónde dice que le duele?
ꟷAcá, doctor … ¿no me va a examinar?
ꟷNo. No es necesario. Le voy a mandar a hacer unos exámenes y después venga previa cita.
ꟷPero, ¿y qué hago mientras tanto?
ꟷ¿No escuchó? ¡Primero los exámenes y después regrese!
Ese mismo doctor que se comporta así es a lo mejor una eminencia y hace trasplantes de corazón, pero no le interesan las enfermedades “normales”. Igual ocurre cuando hay problemas dentales. Fuera de Venezuela, el servicio odontológico es casi impagable y te pueden hacer un cambio de mandíbula, pero les cuesta una bola curarte una caries. Así podríamos también hablar de otras especialidades. Por eso es que cuando los venezolanos vienen de vacaciones a su país, aprovechan para hacerse todo lo maltrecho que tengan, con el lujo de médicos que tenemos en Venezuela.
Siento gran admiración por los médicos venezolanos, incluso les agarré más cariño cuando a finales de los ochenta, junto al gran Cayito Aponte, inauguré un restaurante llamado “El Cayoclaudio”, que estaba ubicado en el Colegio de Médicos del Distrito Federal. Allí, con ellos, no me hice millonario, pero aprendí a quererlos. Recuerdo que cuando no tenían dinero para comer en el restaurante, yo les fiaba, los anotaba en un cuaderno que día a día se fue haciendo muy grueso. Cayito me decía: “Claudio, deja ya el cariño con los médicos que nos vamos a arruinar”.
Igual, Cayito, calladito la boca, también les fiaba y los anotaba en ese libro que aún conservo.
Pero bueno, ojalá este artículo sirva para agradecerles también a esos médicos de verdad, a los que se graduaron en universidades de verdad e hicieron sus posgrados y que ahora trabajan con las uñas en hospitales públicos ganando sueldos miserables. Esos médicos son héroes, hacen milagros para atender a pacientes con gran entrega. Les faltan los insumos, pero les sobra corazón.
Quiero volver a esto de los médicos y enfermeras de la Clínica El Ávila, para decirles que me tienen a la orden para lo que me necesiten. Gracias, de manera especial, por el maravilloso trato que he recibido por parte de los doctores Yajaira Lozada, Rosana Hernández, Aixa Müller, Mireya García, José Ramón Gómez, la licenciada Norma Isea y la enfermera María Auxiliadora Salas.
Amigos médicos, soy cocinero, humorista y escritor, escojan una de esas tres profesiones y yo allí estaré para ustedes. Lo único que no les voy a ofrecer son inyecciones ni exámenes, pero habrá risas, comida y transfusiones de whisky o vino. De nuevo, gracias amigos.
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