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Notre Dame acerca a Trump y a Zelenski

Las calles aledañas a Notre Dame de París suman miles de creyentes y curiosos. El dispositivo de seguridad desplegado por el Ministerio del Interior incluye 6.000 militares y policías en un perímetro que cubre no sólo las cercanías de la catedral sino todo el microcentro de la ciudad. Hay 450 periodistas acreditados del mundo entero y 3.000 invitados internacionales.

Y no es para menos. La ocasión es histórica: después de cinco años de arduo trabajo de reconstrucción, la catedral vuelve a abrir sus puertas como si el incendio de abril de 2019 jamás hubiese ocurrido. Las manchas de hollín han desaparecido, la madera del techo ha sido restaurada y la aguja representativa de la edificación ha vuelto a erigirse en su lugar. Los vitrales llenan la estancia de halos verdes y azules mientras las paredes de piedra lucen más blancas que nunca. Notre Dame brilla como un diamante.

Pero seamos sinceros: este escenario reluciente no es solamente religioso. Las cuarenta personalidades políticas que se dieron cita en la catedral ayer sábado saben muy bien que es el teatro donde hay que mostrarse. Los presidentes de Alemania, Serbia, Italia, Bulgaria, Polonia, Paraguay; el príncipe Guillermo de Inglaterra, los reyes de Bélgica, la reina de Noruega, la presidenta del Parlamento Europeo y muchas otras autoridades han venido a ofrecer sus respetos a la virgen de París. Pero sin duda, hay una figura que se ha convertido en la vedette de esta ceremonia: el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump.

Desde su llegada a la capital francesa, a las siete de la mañana, la prensa no ha dejado de seguir sus movimientos por todas partes. Especialmente en la visita oficial al Palacio del Elíseo, sede del gobierno francés, donde estrechó por primera vez –después de su segunda elección- la mano de Macron. «El pueblo francés es formidable. Es un honor estar aquí», afirmó Donald Trump, subrayando su «excelente relación» con el presidente francés. Pero el matiz no se hizo esperar: «Parece que el mundo se está volviendo un poco loco en estos momentos y también vamos a hablar de eso».

Trump se refería, por supuesto, a la locura de la guerra: Medio Oriente y Ucrania para más señas. No soltó prenda sobre su posición pero sí aceptaóprotagonizar, una hora más tarde, una tripleta que también resulta histórica: Trump, Macron y Zelenski en la misma foto. ¿Un milagro de nuestra Señora de París? ¿Por qué no?

Los tres presidentes sostuvieron una reunión improvisada y breve en el Elíseo, para discutir sobre el conflicto en Ucrania. A pesar de que Trump se ha ufanado en poder terminar la guerra en 24 horas -evidentemente en perjuicio de Ucrania- este encuentro ha sido un mensaje fuerte y poderoso contra Vladimir Putin.

Por supuesto, sería ingenuo pensar que Volodomir Zelenski ha ganado este sábado la guerra de la diplomacia pero, sin duda, esta foto junto a Trump y Macron le ha causado escozor en los ojos al presidente ruso. Trump también tiene el poder de atemorizar con lo que pueda decidir en un futuro cercano: suspender las ayudas militares y financieras a Ucrania, retomar la guerra económica con China, endurecer la amistad con Europa, reforzar la alianza militar con Israel, retirarse de los acuerdos en favor del medio ambiente, sonreírle a Putin, volver a estrechar las manos de Kim Jong Un en Corea del Norte y un largo etcétera. Más vale asegurarse un puesto en su lista de amigos antes de su juramentación.

Y luego, Donald Trump es poderoso por forfait: el verdadero presidente de Estados Unidos, Joe Biden –del que ya nadie parece acordarse– es el gran ausente de la ceremonia. En su lugar, ha viajado a París la primera dama, Jill Biden, que ejerce sólo un rol de representación. La última imagen del mandatario estadounidense, que le ha dado la vuelta al mundo, es la siesta involuntaria que tomó esta semana en plena cumbre con los países africanos en Angola. Es casi imposible no evocar el insulto favorito de Trump para su rival: «Sleepy Joe».

Por su parte, Emmanuel Macron aprovechó la ocasión para bajar las tensiones políticas internas. O al menos para decretar una tregua. Recordemos que la Asamblea Nacional aprobó este miércoles una moción de censura contra el primer ministro, Michel Barnier, lo que desestabiliza una vez más al gobierno francés. La reapertura de Notre Dame ciertamente calma los ánimos y le da un soplo de aire espiritual a la crispación.

En su discurso dentro de la catedral, el presidente francés se concentró en agradecer a los 2.000 hombres y mujeres que han trabajado durante cinco años para lograr la reconstrucción en tiempo récord. También a los donantes que lograron reunir casi 800 millones de euros. «Notre Dame podría haber desparecido y mostrarnos que nuestras catedrales son también mortales», afirmó Macron.

«Pero escogimos la voluntad, el impulso. Decidimos reconstruir nuestra catedral con un esplendor aún mayor. Y esto, recibiendo una solidaridad sin precedentes. De todos los rincones del mundo, de todas las religiones del mundo. También la fraternidad de electricistas, carpinteros, artesanos, herreros, albañiles, escultores, maestros del vidrio, arqueólogos, historiadores, conservadores. Notre Dame es la metáfora de lo que pueden hacer las grandes naciones cuando logran la fraternidad universal».

La realidad política volverá mañana lunes, por supuesto. Pero este fin de semana, los franceses viven una tregua de belleza, adornada con las voces del Magnificat y el TeDeum, con el sonido del órgano de la catedral y la solemnidad de los rituales católicos. Una ocasión para volver a sentir las tradiciones francesas y el orgullo nacional de que sí se pudo.

¿Una corbata con los colores de Ucrania?

Durante el acto hubo un detalle muy comentado por la prensa que, aunque pudiera parecer menor, se interpretó como un mensaje de apoyo: Trump asistió a la reunión vestido de traje azul y corbata amarilla. ¿Los colores de Ucrania? ¿Los colores de Europa? En cualquier caso, visualmente fue otro golpe contra Rusia. La tradicional corbata roja, republicana y dura, se quedó en casa.

¿Qué poder tiene Trump en este momento, cuando aún no ha sido investido como presidente? Mucho. Su línea personalista se reafirma cuando viene a París como el empresario que estrecha manos, listo para negociar, y no como el mandatario obligado a seguir el protocolo. De hecho, Trump llegó tras haber elegido a su consuegro, Charles Kushner, como embajador en Francia. Poco importa que haya estado en la cárcel dos años, acusado de evasión de impuestos.

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