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Ahora va a por la Corona

Que defienda la Constitución el tío que la desmonta es muy complicado. El viernes nos dijo Pedro Sánchez que «todos los territorios están cumpliendo la Constitución, a diferencia de lo que pasaba en el pasado». ¡En un acto de conmemoración del que estaban ausentes sus socios de gobierno, los que pactan con él las nuevas decisiones y el futuro de todos! Es imposible razonar con un hombre que afirma una cosa y su contraria. En Sevilla acaba de anunciar para España un modelo confederal –contra la ley fundamental– con una hacienda «repartida» en autonomías. De lo de la amnistía a los que se han alzado contra la Constitución, ni hablamos.

Si ERC, Junts, Bildu o el PNV están encantados es porque los avances de los nacionalismos son vigorosos. Y en la calle se abren paso varias de las tesis de Pablo Iglesias: que la Transición fue un pacto con el franquismo, que la República es más democrática que la Monarquía, que los jueces son de derechas y que el pueblo (el partido único en asamblea), es mejor que la «partitocracia». Todo este trabajo de zapa ideológica se resume en lo que Ione Belarra expresa: «Es precisa una nueva Constitución que ponga fin al régimen del 78». En entrevista en Cope, me dijo Tomás Gómez el domingo pasado: «Al romper la caja de solidaridad con un cupo catalán que otorga independencia a Cataluña, el modelo territorial de Sánchez es más confederal que autonómico. ¿Cuál es el último símbolo que queda? La Corona (…) Creo que la siguiente línea de ataque va a ir dirigida contra la Corona. Es la última institución que representa al Estado nación». Yo no dejaría caer en saco rato esta observación del ex secretario general del PSOE madrileño, que conoce bien al presidente.

Mentir es la seña de identidad de Sánchez, por desgracia para todos nosotros. Y yo creo que esta labilidad moral se ha enraizado muy profundamente en su partido. ¿Cómo, si no, podría aclamarse con enardecimiento a José Luis Rodríguez Zapatero, que abonó una terrible crisis económica que destrozó a los trabajadores que confiaron en la solidez del sistema, al repetir que los bancos españoles eran totalmente de fiar? ¿Cómo, si no, puede recibirse con vítores a Chaves y Griñán, que desviaron los fondos europeos destinados a los obreros de las empresas en quiebra? ¿Cómo, si no, puede aplaudirse hasta el callo a Magdalena Álvarez? No, las fechorías de todos ellos no se han olvidado. Es solo que se «enjuagan» para aupar a un partido profundamente dañado.

España tiene en su presidente a un enemigo de la Constitución. No porque quiera lícitamente cambiarla (no tiene quorum), sino porque el poder es su único objetivo, y si tiene que sortear el texto fundamental, lo hará. Ya ha demostrado su uso de instituciones como la Fiscalía General, el Tribunal Constitucional, la presidencia del Congreso de los Diputados, el código penal, RTVE o el INE: retuerce, coloniza y usa a su favor cuantos instrumentos democráticos precisa.

La gente que «pita» en el PSOE de hoy es la que se presta a ser utilizada al servicio del líder. Lobato ha demostrado qué ocurre con los que se resisten a superar la frontera de la legalidad o la decencia. Cuando una persona quiere mandar, tiene dos opciones en la elección de sus colaboradores: o gente válida, capaz también de discrepar, o esbirros. A Pedro le gustan como Pilar Sánchez Acera y Óscar López, dispuestos a inmolarse. Luego ya se ocupa él de volverlos a «colocar». Pilar Sánchez Acera va a hacer de cortafuegos de López con el feo asunto de la filtración de los datos del hermano de Ayuso. Y López, que ya perdió en Castilla y Léon estrepitosamente, se va a dejar aplastar por Isabel Díaz Ayuso. El martirio se lleva mucho en este PSOE.

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