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Elegir bien la batalla que dar

No hay que tirar cohetes. Guárdenlos para otra ocasión porque ni el acuerdo efímero del PP con Junts –sí, ha leído bien, con el golpista fugado–, supone el principio del fin de Sánchez, ni el boicot a dicho pacto permite considerar que el Gobierno mantiene una mayoría parlamentaria sólida.

Mirado con detenimiento, calculando las jugadas de los actores y midiendo resultados el asunto parece un engaño.

Queda mucha tramitación parlamentaria por delante, y una materia como un impuesto que se elude por la puerta de atrás con exenciones fiscales no iba a derribar al Gobierno.

Tampoco es el inicio de una «bonita amistad» entre PP y Junts, con el PNV de artista invitado, para una moción de censura impulsada porque los nacionalistas hayan tenido una fiebre de responsabilidad y no aguantan la inoperancia del gobierno de coalición progresista.

La maniobra de Junts era una explosión controlada. Pactaba con el PP y presentaba la exigencia de un voto de confianza para dar un aviso a Sánchez y señalar a los catalanes que todavía existen.

De hecho, en cuanto el PP ha querido apuntarse un tanto, los portavoces de Puigdemont han aclarado que no van a apoyar a Feijóo en una moción de censura.

Ha sido una demostración de músculo, nada más, para tener presencia y contrarrestar el papel que ha adquirido ERC gracias a Salvador Illa, que ha permitido a los independentistas del golpe elaborar la ley de memoria histórica de Cataluña.

Lamentablemente, la historia está siendo tan sobada por los políticos que va a perder su carácter de disciplina científica, pero ese es otro tema.

La sensación es que Junts ha utilizado a los populares, como antes lo hizo el PNV. No hay que culpar de ello al PP. La posición de los de Feijóo es muy compleja. Ganaron las elecciones de 2023, pero Sánchez gobierna porque sus tragaderas le permiten pactar con cualquiera y conseguir una mayoría.

Además, la posición estratégica del PP es delicada. No puede fiarse de Vox, que ha roto los gobiernos autonómicos y en el Parlamento europeo está con los «Patriotas» prorrusos.

En consecuencia, no podrían formar un gobierno estable con Santiago Abascal que, además, no sería admitido por Junts, PNV y el resto de nacionalistas.

Recordemos que la existencia de la «ultraderecha» es la coartada perfecta para las coaliciones absurdas que forman estos con el PSOE.

Esto no lo puede romper el PP de ninguna manera, por mucho que lleve meses hablando con Junts y el PNV, que son dos partidos de los que debería desconfiar.

Si bien es difícil sumar apoyos, al menos no deberían perderlos. No caen bien en el electorado tradicional del PP los pactos con nacionalistas que tienen detrás un historial delictivo o rupturista, o simplemente un pasado reciente traidor. Pregunten a Rajoy.

Esos votantes son bombardeados continuamente por la propaganda de Vox, que cuenta que los populares son iguales que los socialistas. En suma, llegar a acuerdos con los nacionalistas es dar la razón a su competidor por la derecha.

No en vano, Vox ha subido en las encuestas. La moraleja es que el antisanchismo supone no adoptar sus costumbres, como son las de pactar con los rupturistas.

No siempre una derrota momentánea del PSOE, como sucedió en la comisión que permitió suspender el impuesto a las eléctricas, supone ganar la guerra.

En la ciudadanía no quedará que se ganó en esa comisión, sino que Junts usó lo que hizo falta, incluido al PP, para torcer la mano a Sánchez y sacar más rendimiento.

No se trata de rendirse, sino de elegir bien las batallas. Y Feijóo y su equipo están para seleccionar dónde darlas.

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