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Año I después de Nadal

El deporte español se ha quedado huérfano en 2024, aunque quizá ya lo estuviera antes y ni siquiera el propio Nadal quería ser consciente de ello. Porque el Rafa del año de su adiós no ha tenido nada que ver en la pista con el de los veinte años anteriores. ¡Y, en realidad, qué más da! Ya había hecho todo y muchísimo más de lo que tenía que hacer. Y fuera siguió siendo el mismo, aunque algunos estuvieran empeñados en ponerle «peguitas». El caso es que su grandeza, mucho más allá de la interminable ristra de números, le ha permitido seguir dejando imágenes imborrables. Las hubo a la altura de su pasado como sucedió en la ceremonia inaugural de los Juegos. El traspaso de la antorcha olímpica por parte de Zidane y el trayecto en lancha por el Sena con Carl Lewis, Nadia Comaneci y Serena Williams fueron su particular 23 «Grand Slam». Las imágenes abandonando la Philippe Chatrier de Roland Garros después de caer en el cuadro individual ante Djokovic y en el doble junto a Alcaraz fueron el epitafio de una trayectoria irrepetible en el escenario en que se hizo legendario. La peculiar despedida en el Martín Carpena, con la derrota ante Países Bajos en la Davis, tuvo la nocturnidad y el fatalismo de los tropiezos del deporte español de otra era de la que no forma parte Rafa.

Nadal ha tratado de sobreponerse a la evidencia con un espíritu encomiable. Su cuerpo le estaba enviando señales de las dificultades que otros no sufrían desde que era un crío, pero a partir de mediados de 2022, cuando no pudo competir en la semifinal de Wimbledon ante Kyrgios, esas señales se habían convertido en una tortura. Semanas antes de aquello, el día después de ganar su último Roland Garros, el décimo cuarto, necesitaba muletas para caminar. Rafa lo intentó una y otra vez con una tenacidad muy por encima de lo razonable. Hasta que el pasado verano asumió que era el momento de dar un paso al lado, que ya no podía competir como le llenaba y el 10 de octubre, poco antes de mediodía, anunció su adiós al tenis profesional. Todos recordaremos qué hacíamos cuando Rafa comunicó su retirada.

La dimensión de Nadal va más allá de sus victorias, de sus remontadas, de su carácter competitivo, de la fortaleza mental y de unas cifras inimaginables. Lo decía Manolo Santana con esa mezcla cheli y marbellí a la que siempre había que prestar atención: «Rafa va a ser el número uno del mundo, el mejor deportista español de la historia». Y luego te lanzaba un guiño. Las dos profecías se cumplieron.

2025 va a ser el año I después de Nadal. El deporte español sigue instalado en la élite mundial en numerosas disciplinas. Fútbol, waterpolo, tenis, golf, piragüismo, boxeo, balonmano, motociclismo... pero es que lo de Rafa era otra cosa. Ya lo dice el tío Toni: «Sobre todo no ha tenido nunca intención de perjudicar a nadie. Su legado va más allá del deporte y del mundo del tenis. Ha mostrado que se puede hacer frente a la adversidad con carácter, con pasión y con dedicación. Ha mostrado que se puede tener una gran rivalidad con distintos jugadores, que se puede luchar hasta el límite sin perder nunca la compostura y el respeto a sus competidores». Rafa fue todo eso y más.

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