La encrucijada económica de China en el año de la Serpiente de Madera
Con la llegada del año de la Serpiente de Madera, China se enfrenta a un panorama de creciente incertidumbre económica que pone en tela de juicio su rol como motor del crecimiento global. A pesar de los esfuerzos del presidente, Xi Jinping, por infundir confianza en la resiliencia económica del país, los recientes movimientos políticos sugieren un descontento subyacente con respecto a las proyecciones económicas. Esta inquietud se ve intensificada por la alteración del ciclo político tradicional, que ha sido un barómetro confiable para analistas y economistas. La relación con Estados Unidos se perfila como un factor crítico, con dos posibles trayectorias: una intensificación de la guerra comercial o la renegociación de acuerdos similares al «Acuerdo Fase Uno» previo al estallido de la pandemia. Aunque Xi ha advertido sobre los «mares tormentosos» que se avecinan, hasta ahora ha logrado evitar calamidades significativas. Sin embargo, con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, la estabilidad de su liderazgo y su ambición de transformar a China en una superpotencia están en una encrucijada.
Tras la abrupta decisión de Pekín a finales de 2022 de abandonar su draconiana política de «Cero covid», los analistas anticipaban una rápida reactivación de su economía. Después de tres años de confinamientos que paralizaron sectores enteros, se esperaba que la reapertura del país desencadenara un fuerte repunte económico. Sin embargo, la recuperación ha sido titubeante. El crecimiento del PIB ha decepcionado, la confianza del consumidor ha caído, y las tensiones con Occidente se han intensificado. Además, el colapso del sector inmobiliario ha llevado al impago de algunas de las principales corporaciones chinas, lo que plantea interrogantes sobre su estabilidad.
Este año que se cierra, el gigante asiático ha atravesado otro periodo de desaceleración, con una caída en el crecimiento del PIB, que se situó en un 4,8% interanual durante los tres primeros trimestres, en comparación con el 5,2% registrado en 2023. Este retroceso se atribuye principalmente a una notable reducción en el consumo interno, cuya contribución al PIB se limitó a un 2,4%, frente al 4,3% del año anterior. La inversión, aunque también ha mostrado signos de enfriamiento, ha disminuido a un ritmo más moderado, con su aporte al PIB cayendo del 1,5% en 2023 al 1,3% en los primeros tres trimestres de 2024, cifra que ya se ve afectada por los bajos niveles de referencia de años anteriores. Como resultado, el clima empresarial se mantiene notablemente cauteloso.
A pesar de los desafíos que enfrenta, el comercio exterior ha emergido como un punto positivo. Sin embargo, empiezan a surgir inquietudes respecto a las exportaciones. La débil demanda interna, combinada con las inversiones en manufactura avanzada, ha generado un exceso de capacidad de producción que necesita ser absorbido por los mercados internacionales. Este escenario es un gran desafío para un país que, aunque se considera la «fábrica del mundo», depende en gran medida de las ventas globales.
Las tensiones comerciales se han intensificado no solo con Estados Unidos, donde la competencia por la supremacía tecnológica agrava el conflicto, sino también con la Unión Europea y diversos países del Sur Global. Si esta tendencia persiste, China podría no lograr la apertura comercial que anhela, enfrentándose en su lugar a un aumento de barreras comerciales que ejercerían presión adicional sobre su economía. Esta situación, junto con la profunda fragilidad del mercado inmobiliario, ha intensificado las presiones deflacionistas en el país, especialmente en lo que respecta a los precios de producción.
Con todo, el Banco Mundial ajustó este jueves al alza sus previsiones económicas a corto plazo para China, al mismo tiempo que reiteró su llamado para que se implementen reformas profundas que aborden la falta de confianza y los problemas estructurales de la segunda economía más grande del mundo. El prestamista multilateral anunció que ha incrementado su previsión de crecimiento del PIB para el próximo año en 0,4 puntos porcentuales, situándose en un 4,5%. Este ajuste refleja una serie de medidas de flexibilización anunciadas en los últimos tres meses. Asimismo, el organismo elevó su pronóstico para todo el año en 0,1 puntos porcentuales, alcanzando el 4,9%, apenas por debajo del objetivo de crecimiento de Pekín para 2024, que ronda el 5%. La entidad crediticia también destacó las recientes promesas de los planificadores económicos para mejorar el apoyo al bienestar social y al consumo, así como para implementar reformas fiscales y tributarias. No obstante, subrayó que se requieren más detalles para fortalecer la confianza de los hogares y las empresas.
Uno de sus objetivos clave es «impulsar vigorosamente el consumo, mejorar la eficiencia de la inversión y expandir de manera integral la demanda interna». Además, las autoridades planean un enfoque moderadamente expansivo en su estrategia financiera, con más déficit y emisión de bonos gubernamentales a muy largo plazo. Esto incluirá la reducción de los requisitos de reservas y los tipos de interés para asegurar una liquidez adecuada, marcando un cambio significativo en su enfoque económico.
Los responsables políticos enfatizaron la necesidad de medidas macroeconómicas robustas para estimular el consumo interno y fomentar la innovación tecnológica. Su plan también abarca la estabilización de sectores críticos, reflejando el compromiso de evitar riesgos y mitigar choques externos. Aparentemente, su determinación actual va más allá de los marcos tradicionales, con promesas de ampliar su arsenal de herramientas, potenciar las medidas anticíclicas y buscar una mejor coordinación entre las diversas acciones gubernamentales. Esta agenda se entrelaza con una campaña anticorrupción más amplia, sugiriendo un enfoque integrado en la gobernanza y gestión económica.
En este foro estratégico, se analizó la respuesta que deberá adoptar la segunda economía mundial ante la inminente administración de Donald Trump, que asumirá el poder el 20 de enero y que planea imponer aranceles de hasta el 60% a las importaciones chinas. Tal medida provocaría una rápida y caótica disociación del comercio bilateral, que en 2023 alcanzó más de 570.000 millones de dólares, según Bloomberg. Además, se prevé que Washington endurezca los controles a la exportación de tecnología avanzada, obstaculizando aún más el progreso chino en semiconductores, inteligencia artificial, computación cuántica y otros sectores clave.
La segunda economía mundial se encuentra ahora en una situación más vulnerable que en 2018, cuando Trump activó por primera vez su arsenal arancelario. A esto se suma la posibilidad de que los halcones en el aparato de seguridad nacional estadounidense adopten tácticas más agresivas en Taiwán y el mar de China Meridional, lo que podría desencadenar un enfrentamiento entre superpotencias reminiscentes de la crisis de los misiles cubanos de 1962. La principal y más urgente tarea para Xi será evitar que estas fricciones se descontrolen. Los aranceles estadounidenses amplios e indiscriminados sobre productos chinos podrían tener un efecto contraproducente, incentivando un aumento de las inversiones chinas en regiones como el Sudeste Asiático, América Latina y otros mercados emergentes. Esta reorientación de capitales no solo fortalecería la presencia de Pekín en áreas estratégicamente relevantes, sino que también podría erosionar la influencia estadounidense en estos territorios.