Europa ante su década más decisiva. ¿Han supuesto un punto de inflexión los informes Letta y Draghi?
Hace poco más de un año los informes Letta y Draghi pretendieron dar un toque de atención al rumbo de la Unión Europea: dos advertencias sobre la necesidad de llevar a cabo reformas estructurales en la integración económica y en la competitividad europea, en un contexto político, económico y social muy incierto, marcado por grandes polarizaciones y con un escenario geopolítico cada vez más volátil con crecientes conflictos internacionales que nos sitúan en uno de los momentos más delicados desde la Segunda Guerra Mundial.
El orden internacional tal y como lo conocíamos ha cambiado y gran parte de las políticas que durante décadas funcionaron, hoy se encuentran cuestionadas. Probablemente porque parte de la dirección política en la UE no ha cumplido con las expectativas en la última década generando, entre otras cuestiones, síntomas evidentes de pérdida de crecimiento en la economía y de nuestra competitividad. Esta situación se ha agravado con el liderazgo de EEUU y China por la economía del futuro: Inteligencia Artificial, plataformas digitales, la microelectrónica o el futuro de la automoción, mientras que ha dado la sensación de que la UE se ha quedado en tierra de nadie.
El estancamiento de la UE ha generado una creciente fatiga social. los ciudadanos perciben los problemas pero no encuentran una respuesta suficientemente contundente por parte de las instituciones. Por eso, es el momento de repensar la integración económica, la autonomía estratégica de la UE, nuestra política industrial y sobre todo, la ambición con la que Europa quiere posicionarse frente a los dos gigantes que desde hace mucho tiempo lideran por ser (o no ser) primera potencia mundial.
En abril de 2024 Enrico Letta presentó su informe sobre el futuro del mercado único; meses después, Mario Draghi entregó un diagnóstico aún más profundo sobre la competitividad europea. Ambos coincidían en algo esencial: si la UE quiere seguir siendo relevante, tiene que dejar de ser un herbívoro en un mundo de carnívoros. Si la UE no es capaz de acometer grandes reformas estructurales, corre el serio riesgo de quedar relegada a la irrelevancia estratégica. Draghi reclamaba a las instituciones europeas una gran inversión: más de 800 mil millones de euros adicionales (5 puntos del PIB de la UE) para llevar a cabo un aumento en la inversión, material e inmaterial.
Haciendo la comparativa con otros planes que se llevaron para impulsar la industria europea en el pasado, recordó que el Plan Marshall supuso un 2% del PIB de aquel momento, por lo que queda clara la magnitud del esfuerzo necesario. Dibujó tres grandes líneas para llevar a cabo esta “actualización” de la UE, como el refuerzo y la unificación de los mercados capitales (alineado con el informe Letta) con el objetivo de generar, potenciar y desarrollar las empresas innovadoras. Financiación en la innovación disruptiva y en los mercados públicos de defensa o en las redes transfronterizas.
Otras de las cuestiones a las que hacía mención tanto Draghi como Letta es a la hiperregulación que actualmente existe en la UE. Es necesario un proceso de simplificación normativa ya que el marco normativo europeo es un impedimento para el desarrollo de la innovación disruptiva y de nuevas cadenas de valor. En cualquier caso, esta agenda no debería traducirse en un regreso a modelos de política industrial dirigista, sino en generar un entorno regulatorio y financiero que permita al sector privado invertir y escalar innovación sin cargas burocráticas.
Enricco Letta advirtió además en su informe el problema estructural que Europa tiene con la regulación: la fragmentación normativa. Sectores estratégicos como las telecomunicaciones, la energía, centros de datos o servicios financieros siguen divididos en 27 marcos regulatorios distintos. Mientras Europa presume de tener un mercado interno como si fuera único, la realidad es que existen 27 realidades políticas, económicas y regulatorias diferentes que disuaden a grandes inversores internacionales.
Un año después de los informes, la opinión pública tiene la sensación de que la respuesta no está siendo suficientemente contundente. Los avances en políticas públicas existen y conviene reconocerlos. La Comisión Europea ha puesto en marcha iniciativas para potenciar la Inteligencia Artificial (AI Continent Action Plan), con una movilización de 200.000 millones de euros de inversión), facilitar proyectos industriales transfronterizos (Connecting Europe Facility, de 1.250 millones de euros), reforzar las cadenas de valor críticas (como RESourceEU o la Critical Medicines Act) o apoyar la industria de defensa (la EDIP, con 1.500 millones de euros de inversión dentro de la European Defence Industrial Strategy).
También se ha flexibilizado el marco de ayudas de Estado, se han aprobado planes de inversión para semiconductores y tecnologías verdes, y se han iniciado debates estructurales sobre el mercado de capitales europeo y la regulación de sectores estratégicos. Para aportar mayor seguridad a las empresas, en materia de sostenibilidad se ha llevado a cabo la aprobación de la Directiva Stop-the-clock (2025/794/UE) con el objetivo de simplificar la normativa de sostenibilidad en materia de información y diligencia debida, para aplazar las obligaciones de información de la Directiva CSRD. Sin embargo, estas medidas anunciadas siguen siendo insuficientes en escala y velocidad.
Draghi pidió inversiones anuales de entre 750.000 y 800.000 millones de euros. La comparación con Estados Unidos es relevante: desde la aprobación del Inflation Reduction Act, más del 80% de la inversión en tecnologías limpias atraída por Washington proviene de empresas extranjeras, incluidas europeas. EEUU invierte más, mejor y tiene más capacidad de atraer capital global, fidelizar su industria y consolidar una narrativa para los inversores de certidumbre económica estratégica que Europa (de momento) no ha logrado proyectar.
En uno de los estudios publicados por El Real Instituto Elcano relativo sobre la autonomía estratégica de la UE, destaca que actualmente dependemos de potencias exteriores para suministros esenciales, desde los chips avanzados hasta componentes para la transición energética y otras materias primas críticas como el litio. Y esa dependencia reduce la capacidad de la UE para actuar políticamente, limitando su margen diplomático y comprometiendo la competitividad. En España estamos expuestos a esta realidad, con dependencia en materias primas y con un tejido industrial que necesita inversión, escala y tecnología.
Sin embargo, tenemos una gran oportunidad para posicionarnos como un país líder en la UE en gran parte, gracias a las oportunidades que tenemos con el mercosur, la relación transatlántica y las grandes inversiones en sectores que son estratégicos como la transición energética, con proyectos como el Valle del Hidrógeno Verde en Andalucía con una inversión de más de 300 millones de euros y que ya es una referencia en toda la UE.
La UE ha avanzado en diagnósticos y ha impulsado algunas iniciativas que han demostrado que somos capaces de reaccionar cuando las circunstancias lo exigen. Pero sigue faltando la capacidad de tener más agilidad y adaptarse más rápido a los nuevos ciclos económicos e industriales. Mientras en EEUU hay Tesoro que actúa, Europa aborda un debate sobre políticas fiscales interminable. Mientras China ejecuta planes quinquenales con disciplina, Europa discute sobre reglamentos antes de decidir si quiere o no un instrumento financiero común. Dónde otros continentes atraen capital tecnológico con marcos regulatorios estables, Europa regula y encorseta el mercado con más de 27 regulaciones diferentes (sin contar con las regionales).
El riesgo al que ya estamos expuestos si no hay cambios es evidente: si Europa no integra su mercado de capitales, no unifica regulaciones estratégicas y no diseña una política industrial común, será irrelevante en el mundo. Un año después de Letta y Draghi, la UE ha empezado a impulsar cambios, pero todavía no ha asumido la lógica fundamental de sus recomendaciones: anticiparse a los cambios que vienen y a la ventana de oportunidades que se pierden por no hacerlo.
La próxima década definirá si la UE sigue siendo una potencia o se convierte en un actor secundario. Tenemos la oportunidad de llevar a cabo grandes transformaciones y modernizar nuestro modelo económico e industrial, el mismo que ha generado décadas de mayor prosperidad. Sería un error histórico no aprovechar este momento.