Una Navidad de todo menos cristiana
Como cada año, prácticamente desde octubre hemos visto las calles llenarse de luces, papá noeles y decoraciones de todo tipo. No obstante, también como cada año, se observa cómo el componente fundamental de la Navidad, su relación con el cristianismo, sufre desde ataques directos hasta un silencioso ostracismo en nombre de expresiones desnatadas y complacientes que buscan diluir el mensaje final de la Navidad en una suerte de «fiestas» laicas. En nombre de la «neutralidad», la «inclusión» o la «modernización», instituciones públicas europeas están arrinconando o, en ocasiones, vaciando directamente el significado cristiano de la Navidad. Y lo preocupante no es solo el gesto, sino el mensaje que transmite.
En nombre de esta supuesta neutralidad, en 2025 hemos encontrado cada vez más expresiones extrañas y confusas. Por ejemplo, en Bruselas, capital de facto de la Unión Europea, ha saltado la polémica debido a la instalación de un Belén que, aunque bienintencionado, resulta inquietante. La artista alemana Victoria-Maria Geyer, siguiendo las indicaciones del ayuntamiento, instaló un Belén sin rostros ni referencias cristianas específicas. Todas las figuras de esta obra casi abstracta se encuentran sin cara, componiéndose sus «rostros», por llamarlos de alguna manera, de retales de telas de muchos colores que buscan, según Geyer, «transmitir el espíritu de la Navidad a todas las personas independientemente de su fe o etnia». Por supuesto, la polémica fue inmediata y la práctica totalidad de partidos y del público conservador y cristiano consideró este Belén algo que varía entre lo ridículo y lo terrorífico, siendo calificado en redes como un Belén de «zombies».
Lo mismo se ha podido observar en Alemania, más concretamente en la ciudad de Ulm, donde otro Belén ha sido objeto de polémica. La Catedral Mayor de Ulm decidió eliminar su Belén centenario por considerarlo inadecuado o atrasado a los tiempos, ya que había recibido críticas por la representación del rey Melchor, figura de color negro que portaba, de forma cómica, un pretzel que entregaba al Niño Jesús. En España, este tipo de detalles de carácter cómico es habitual, no cabe olvidarse de la costumbre de esconder en el belén a un hombre haciendo de vientre, pero en Alemania llevaba años provocando controversia.
Finalmente, se colocó una representación más seria y reciente, eliminando el componente cómico pese a las quejas de la comunidad local, que afirmaba que ocultar este Belén centenario era inapropiado y que pese a lo valioso del conjunto de figuras, todas estaban marcadas por un cierto tono de humor negro.
La persecución francesa
No obstante, los casos más graves se están dando en Francia, donde las expresiones cristianas son directamente perseguidas en Navidad. Desde febrero de 2025, el Consejo de Estado francés ha endurecido la aplicación de la Ley de Laicidad de 1905, matizando y persiguiendo con más fuerza que ningún organismo público pueda favorecer, apoyar o fomentar expresiones religiosas en cualquier edificio o espacio público. Más de mil años de tradición en Francia han sido borradas de un plumazo y decenas de ayuntamientos que, este año, como todos los anteriores, habían instalado belenes o decoraciones e iluminación con temática naturalmente religiosa, han comenzado a sufrir persecución y multas. Por destacar algunos casos, aunque hay otros, están los ayuntamientos de Béziers o el de Beaucaire, que se encuentran actualmente en procesos judiciales abiertos por mantener la tradición que llevaban realizando durante siglos.
Y es aquí donde la paradoja de la Navidad alcanza niveles preocupantes: el símbolo que durante siglos representó valores como dignidad humana, sacrificio y compasión pasa a ser interpretado como una agresión. La libertad religiosa se redefine como libertad frente a lo religioso, pero solo cuando es cristiano. Estas decisiones comparten una misma lógica: el Estado debe ser neutral, y lo cristiano no lo es. Sin embargo, esta «neutralidad» nunca se aplica del mismo modo a todos los símbolos culturales o ideológicos. Se eliminan belenes y cruces, pero se mantienen o se promueven discursos, banderas o símbolos con fuerte carga política, moral o identitaria. El resultado es una neutralidad asimétrica, mientras algunas identidades deben ocultarse para no molestar, otras se consideran expresión legítima del progreso. Destaca, por ejemplo, el izado de banderas palestinas en varias ciudades europeas como Belfast o algunas localidades francesas, que han decidido colocar estas expresiones políticas mientras perseguían los belenes y analizaban si las luces de Navidad podrían interpretarse como cristianas.
Lo que no parecen entender ciertas instituciones es que la Navidad no obliga a creer. Nadie es forzado a rezar ante un belén. No obstante, retirar estos símbolos sí envía un mensaje claro, que el cristianismo es aceptable solo en privado, nunca en el espacio común que, curiosamente, ayudó a construir. Europa no será más plural por borrar su herencia cristiana, sino que será más frágil, más vacía y más incoherente. Porque una sociedad que celebra una fiesta mientras censura su significado acaba celebrando simplemente la nada. La lotería de Navidad o las ofertas del Corte Inglés. Poca cosa que celebrar, creo.