Madrid es una ciudad en la que, como me dijo una vez Anguita sobre todas las ciudades, hay que mirar a los cielos. Los cielos de Madrid son gárgolas, balcones que se caen, altillos donde un aspirante a poeta quiere comerse el mundo y demás. Ahora en verano , cuando refresca (es un decir), el paseante se encuentra, debajo de los cielos naranjas, con una fauna que le inspira ternura. En esta columna se ha hablado del solitario madrileño, esa especie que lleva camisa de varias lejías y algunos años; barba canosa y un recorrido siempre igual. Читать дальше...