Al acabar la semifinal, Alberto Ginés se paseaba por el rocódromo de Le Bourget comiendo un bocadillo. Alzaba la vista hacia el público. Buscaba a unos amigos que habían venido a verlo. El campeón olímpico de escalada deportiva parecía un chaval que hubiera venido de excursión con el instituto. Y, sin embargo, acababa de subir más que nadie por una pared convexa, llena de obstáculos y saledizos, levantando con cada paso ovaciones de admiración entre el público. «Me he visto muy bien con la cuerda», decía. Читать дальше...