Aumenta tu eficiencia con el método Ivy Lee, avalado por 100 años de éxito
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Este sistema de planificación nos ayuda a entender nuestra situación actual, fijar metas que podemos alcanzar, y seguir nuestros progresos
En el año 1918, Bethlehem Steel Corporation todavía estaba
en su apogeo. La compañía estadounidense seguiría funcionando y cubriendo las
enormes necesidades de metal del país hasta que, varias décadas después
-concretamente, hasta 1995- se viera en la necesidad de cerrar sus puertas,
después de que la competencia del mercado simplemente se hiciera con su nicho.
En aquel entonces, su presidente era Charles Schwab, uno de
los hombres más ricos del planeta, y la situación en Bethlehem Steel estaba
lejos de ser ideal. Schwap observó que sus empleados, sobre todo sus lugartenientes
más cercanos, no eran capaces de cumplir con sus tareas con la eficiencia que
se esperaría de una compañía de su nivel.
La solución que encontró a este problema fue contactar con
Ivy-Lee; a quien más tarde se le conocería como el padre de las relaciones
públicas y como el creador del método de productividad que hoy, 100 años
después, compartimos con nuestros lectores.
Durante aquella reunión con Schwap, este le comentó la
situación en la que se encontraba su empresa… y cómo sus empleados no eran
capaces de cumplir con las exigencias de su cargo.
Ivy-Lee, por su parte, le respondió que únicamente
necesitaría sentarse con cada uno de los ejecutivos durante 15 minutos y que,
con eso, conseguiría ponerle fin a sus problemas. Tenía tanta confianza en su
método de productividad, que le dijo que no esperaría ningún pago por sus
servicios, a menos que 90 días después no se hubieran probado de sobra sus
resultados: “Después de tres meses, puedes enviarme un cheque, por lo que creas
que vale para ti”, le dijo Ivy-Lee.
Y así fue. Charles Schwap aceptó la oferta, Ivy-Lee se
reunió con los ejecutivos por separado y, después de tres meses, los resultados
eran tan positivos que Charles Schwap le extendió un cheque por valor de 25.000
dólares; lo que, por aquel entonces, era una cantidad mucho más grande de lo
que hoy pueda parecer.
Pero, ¿en qué consistía este método que fue capaz de lograr un
éxito tan rotundo?
El secreto de su éxito
El método de productividad Ivy-Lee parte de una premisa realmente simple: Lo único que hay que hacer es anotar -al final de cada jornada- las 6 tareas que se deben completar a lo largo del día siguiente. Parece muy tonto, ¿verdad? Pues, a pesar de su aparente sencillez, lo cierto es que cuando implantamos este método en nuestro día a día conseguimos unos resultados extraordinarios.
Planificar nuestra jornada mediante este sistema nos permite
evaluar nuestra situación con realismo, marcarnos objetivos posibles y, por
último, monitorizar los resultados que conseguimos; lo que nos da la
oportunidad de pivotar y modificar nuestros planes, de acuerdo a nuestros
progresos.
La mayor virtud del método Ivy-Lee es la sensación que nos
da al tachar las tareas que hemos realizado. Este pequeño chute de dopamina es
una pequeña victoria a nuestros esfuerzos, una recompensa que nos mantendrá en
nuestro camino durante más tiempo. Ahora bien, por el mismo motivo… aunque en
sentido contrario, también debemos tener en cuenta que, si no somos capaces de
completar una de nuestras seis tareas, puede acabar afectándonos bastante.
Por eso, para implantar el método Ivy-Lee correctamente y de
forma que podamos mantenerlo en el tiempo, es necesario que diseñemos “el día
que queremos tener” … no “el día que debemos tener”. Debemos priorizar aquellas
tareas que sean imprescindibles; si la tarea es muy grande, descomponla en
pequeñas tareas; y dejar para el final de la lista aquellas que tengan menos
importancia para nosotros.
Así, si por cualquier motivo no somos capaces de terminar
una de las obligaciones que nos hemos autoimpuesto, siempre podemos pasarla al
día siguiente. Como decíamos antes, puede ser un poco desmoralizador terminar
el día sin completar una de las tareas pendientes. Sin embargo, esto también
nos dará un punto adicional de urgencia, que nos empujará a ser eficaces.
Planifica para la constancia
Recuerda que la mayoría de sistemas de productividad que tratamos de incluir en nuestra rutina acaban fallando porque tendemos a olvidar que el plan más lógico no siempre es el más razonable. Por ejemplo, si queremos caminar desde el punto A a un punto B que está a 1.000 kilómetros de distancia; lo más lógico sería caminar todos los días de sol a sol y sin descanso… o con los mínimos descansos posibles.
Sin embargo, ese no es el plan más razonable. Es un plan que
no tiene en cuenta que no somos máquinas, y que la motivación que se tiene al
comienzo de la marcha… no es la misma que cuando llevas 5 días seguidos
caminando y tienes los pies llenos de ampollas. En este ejemplo, el plan más
razonable sería hacer algunos kilómetros menos y hacer algunos descansos más,
para que sea posible y deseable mantener el ritmo en el largo plazo.