Lindabridis, la princesa delirante que Calderón empoderó antes que ninguna ola feminista
Pedro Calderón de la Barca lleva consigo el cartelón de «discreto». Pero es ese un tópico ante el que se revuelve el director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, [[LINK:INTERNO|||Article|||649c993cdddbb0e4c1674b02|||Lluís Homar: «No se le ha hecho justicia» si le comparamos con Lope]], «que era el que se salía de la norma. Mientras, Calderón ha quedado como el autor del régimen», explica un Homar empeñado en darle luz al «padre» de Segismundo. «Vamos a hacer todo por redimensionarle», defiende desde una programación en la que, al ya estrenado Príncipe constante, se suma ahora El castillo de Lindabridis, El monstruo de los jardines, en abril, y «otro más del que todavía no puedo hablar», enumera el director y actor al tiempo que deja caer uno de sus planes para el Festival de Almagro...
Frente a la condición «romántica y explosiva» de Lope, apunta la autora Evangelina Rodríguez Cuadros, la «discreción» ha sido parte de la fama de Calderón. Convirtiéndose a su vez «en canon inapelable de los géneros del momento, desde el fresquísimo desparpajo de la comedia de capa y espada (...) a la cumbre de una tragedia que diversificaría entre la reflexión pasional y la política». Y en todo ese mundo se cuela ahora una trama no desconocida, pero si poco vista por los escenarios, El castillo de Lindabridis, que, como es costumbre, Nao d’Amores rescata del ostracismo en ese afán marca de la casa por recuperar el «patrimonio histórico». Lo que no es norma es la época a la que atienden los segovianos, dando en esta ocasión un salto mucho más allá de su habitual prebarroco (hasta bien entrado el siglo XVII). «De alguna manera para nosotros –explica Ana Zamora, directora de la compañía y actual Premio Nacional de Teatro– ha habido un cambio de ciclo, con más fuerza y energía y con el mismo compromiso. Nos gusta vivir al borde del precipicio, probar nuevas cosas, aprender y, sobre todo, generar otras otro tipo de miradas que puedan aportar algo al teatro clásico español», apunta de un título inspirado en Espejo de príncipes y caballeros, de Ortúñez de Calahorra, y editado en 1691, aunque se cree que se representó como fiesta cortesana en el Salón Real de Palacio de 1661. Calderón adaptó la temática caballeresca a su propio contexto teatral y creó un juego palaciego de aires carnavalescos.
Zamora condensa el espíritu de la pieza en una frase: «Una novela renacentista que habla de la época medieval con un lenguaje delirante»; un texto «con todo un artificio perteneciente al teatro cortesano: el lenguaje poético elaborado, la música, la danza, los disfraces, los seres fantásticos, pero está construida sobre el enredo propio de las novelas de capa y espada».
El castillo de Lindabridis cuenta la historia de la princesa Lindabridis, quien, para heredar el trono de Tartaria, deberá contraer matrimonio con un caballero que pueda vencer a su hermano Meridián en un torneo. Para encontrar al hombre más capacitado, se moverá por el mundo en un castillo volador. Para Zamora, el viaje de Lindabridis, «no es mera traslación en el espacio y en el tiempo», sino «pura evolución en la búsqueda de su propia identidad. A su espalda, toda la tradición europea occidental: la herencia de la épica, los romances, los libros de caballerías, las Bradamantes, Marfisas y Clorindas [abuelas de las características mujeres travestidas o varoniles del Siglo de Oro], las obras de Torquato Tasso y Ludovico Ariosto..., y tantas cosas más», presenta la directora.
Una realización personal
Aunque, quizá, lo más interesante de esta obra, como apunta la «jefa» de Nao d’Amores, «es entender que este viaje de Lindabridis es una realización personal» en la que Calderón de la Barca «convierte a una princesa encantada que espera en su torre a ser liberada de su encantamiento en una mujer con capacidad de acción en una heroína que resuelve sus conflictos, que pilota su nave, en una doncella guerrera que resuelve sus problemas por ella misma».
Como bien marca el sello segoviano, el equipo de Nao vuelve a proponer un juego de pura artesanía teatral en el que el montado y desmontado de la escenografía se convierte en otro de los alicientes, además de ser un espectáculo en el que no falta la música, «pues Calderón es el dramaturgo español que más relevancia da a este apartado en el teatro», señala María Alejandra Saturno –directora musical–, en el que se han recuperado las obras de Juan Hidalgo, mano derecha de Calderón con las melodías, para representar su estilo armónico; un texto en el que todo su elenco canta (Paula Iwasaki , Miguel Ángel Amor, Inés González, Isabel Zamora, Mikel Arostegui, Alfonso Barreno, Alejandro Pau y Alba Fresno) y en el que se recurre a ritmos de danzas líricas de compositores italianos.
- Dónde: Teatro de la Comedia, Madrid. Cuándo: hasta el 10 de marzo. Cuánto: de 6 a 25 euros.