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Beatriz Serrano: "Nuestras madres estaban más preparadas para la vida que nosotros"

Los hay que definen a Beatriz Serrano (Madrid, 1989) como "odiadora profesional", pero no se asusten: "Soy una persona encantadora", sonríe durante un desayuno en Cascorro. "Hay muchísimas cosas que me gustan". Por ejemplo, una tostada a las diez de la mañana. Ese lado "oscurillo" solo es parte del traje de "podcaster" con el que lleva la ironía al límite en Arsénico caviar (Premio Ondas). Dispara hasta a familia y amigos si es necesario; o a ella misma. Sin compasión. Aunque más allá de "jeiteos", lo suyo es presentar a Serrano como lo que es: periodista, apóstata de Twitter (X) por culpa de Elon Musk –"se ha convertido en un agujero"– y reciente novelista. Una mujer capaz de cerrar unas vacaciones en Ibiza payaseando a golpe del Happy Ending de Mika, pero también de introducir en la conversación más mundana nombres que descolocarían a cualquier mortal, como el de Erving Goffman.

Y es que fue este sociólogo el que terminó de empujar a la periodista al que es ya su primer libro publicado, El descontento (Temas de hoy). La teoría de Goffman sobre el teatro de la vida (solo somos realmente nosotros en la intimidad, el resto del tiempo es algo así como un paripé de cara a la galería: en fin, postureo) era el esqueleto sobre el que Serrano iba a engendrar a Marisa, una protagonista que podría ser la propia autora, aunque "¡no lo es!", zanja sobre una treintañera que vive anestesiada para soportar cada jornada laboral en una agencia de publicidad. Odia el trabajo. Solo acude a la oficina para ahorrar dinero en aire acondicionado. Sin embargo, no puede dejarlo: le gustan demasiado las cosas bonitas. La semana previa a un "team building", la ansiedad de Marisa se dispara por compartir un fin de semana entero con sus compañeros... Un compromiso insoportable.

[[QUOTE:PULL|||La escritora sospecha hasta de las amables "salas Google" en las que las empresas solo buscan "atrapar a su empleado más tiempo", advierte]]

Serrano debuta en la novela con un "hijodelapandemia", un libro lleno de humor y de una ironía marca de la casa con el que se lo pasó "pipa", asegura, en pleno confinamiento y que nace del hastío de toda una generación por sobrevivir entrelazando trabajos precarios en los que ya no solo pesan las cuatro perras que te mal pagan a la hora de tomar decisiones, sino también una violencia laboral que no permitirías ni al mejor de tus colegas o unos horarios en los que la conciliación con la vida misma es cosa de equilibristas. La escritora sospecha hasta de las amables "salas Google" en las que las empresas solo buscan "atrapar a su empleado más tiempo", advierte.

Marisa podría haber sido ella y la agencia de publicidad una redacción, no obstante, prefirió poner distancia con lo que hubiera sido una autoficción. "Me gusta la ficción pura". "He estado en entrevistas de trabajo en las que me pedían ser la mujer orquesta", confiesa quien ha roto la pesimista predicción de uno de sus profesores de Ciencias de la Información (UCM): "No vais a encontrar trabajo como periodistas", le dijeron. Hoy, forma parte de la plantilla de El País.

Hace mucho tiempo que la escritora rompió con "el cuento que nos contaron": "No era exactamente así. Por mucho que siguiéramos los pasos que nos decían, el final no era ese". Aquello del mito de la meritocracia quedó para las vidas de los padres/abuelos de los "millennials". "Empezar a trabajar en una empresa, subir escalones y jubilarse allí es un imposible a día de hoy. No tenemos esa sensación de pertenencia ni de seguridad. Nos hemos acostumbrado a las inclemencias de las crisis". Sí coincide la madrileña con ese mantra que le hace pertenecer a "la generación más preparada", aunque le pone un matiz, "académicamente, por idiomas y títulos. En la práctica, nuestras madres estaban mucho más preparadas para la vida".

[[QUOTE:PULL|||"Ir al psicólogo ya no es de locos. Ya puedes decir que vas a terapia sin que te miren mal"|||B. Serrano]]

Pero Beatriz Serrano huye de las quejas y prefiere resaltar a "una generación que se expresa, que habla mucho más de sentimientos que la de nuestros abuelos" y que ha normalizado las visitas al psicólogo: "Ya no es de locos. Ya puedes decir que vas a terapia sin que te miren mal. Aunque por otro lado puede ser algo muy burgués porque no todo el mundo se puede permitir pagar 70 u 80 euros por una sesión".

Buena parte de estos pensamientos son los que se destilan en El descontento y en esa protagonista que es víctima de la soledad: "Hay muchas veces que puedes estar en WhatsApp todo el día y no haber hablado en voz alta con nadie. Creo que estamos muy aislados. Falta sentido comunitario, ya no conocemos ni a nuestros vecinos, también porque igual en tu bloque hay tres Airbnb...". Marisa va de casa a la oficia y de la oficina a casa. El juego de su vida tiene pocas casillas más. Hace tiempo que abandonó su carrera como historiadora del arte y de ello solo quedan sus visitas al Museo del Prado, su sitio favorito junto al Carrefour 24 horas de la glorieta de Quevedo –"uno le alimenta el alma y otro el cuerpo"–, donde se hace pasar por cirujana para justificar la compra de donuts de madrugada y así camuflar una victoria más del capitalismo.

Igual que se queda ensimismada con El jardín de las delicias, de El Bosco, "donde saca sus propias reflexiones del cuadro", se pasa horas mirando YouTube: "Le encantan todos los vídeos. Es su ventana al mundo", dice Serrano sobre una mujer que, además de por el sistema, está anestesiada por el Orfidal. Sabe que está haciendo algo mal, pero es como un hámster dentro de la rueda. No sabe salir de ella. Solo la imaginación le hace viajar: "Sueña con la lotería, o con que le atropelle un autobús, o con que suceda algo que le saque de esa rutina porque por sí sola es incapaz de hacerlo". Unas fantasías muy diferentes a las de Serrano, que, una vez probada la novela, ya mira a la siguiente obra, "pero no tendrá nada que ver con El descontento, esta historia ya está contada".

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