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Crítica de "Un día cualquiera": a ver quién se muere antes ★★1/2

Dirección y guion: José Texeira. Intérpretes: Ariane Gaisán, Alberto Trejo, Fran Ofrecio, Mila Villalba, Raquel San Felipe. Fotografía: Alberto Muñoz. España, 2024. Duración: 90 minutos. Terror.

Cinco amigos (dos parejas y el que va de carabina, un chico, por otra parte, sumamente misterioso y marisabidillo del que poco sabe el resto, solo que se trata del anfitrión) deciden pasar juntos un fin de semana en una casa de campo extremeña perdida de la mano de Dios, donde llegan de noche cerrada y en la que, apenas unos minutos después de que comience «Un día cualquiera», alguien muere de manera más o menos accidental y un secuestro se va, desde ese momento preciso, a tomar por saco. Lo malo es que, apenas pasan otros veinte de largometraje, algún espectador espabilado podrá imaginar en qué acaba la cosa, aunque no sepa bien por qué. A partir de ahí, el asunto se embrolla bastante, aparece la hermana de uno reclamando verlo, una mujer que da la impresión de que es inofensiva aunque un poco con «cara de caballo» y que pone en un brete mortal a los cuatro que quedan con vida a partir de una serie de dilemas que ni «Saw», un título que, por cierto, como el amor, está en el aire de esta cinta. El asunto resulta, la verdad, retorcidillo e ingenioso, tanto como que el director José Texeira haya conseguido realizar una película con cuatro euros y un oscuro encanto «made in» serie de Netflix. Sin pasta, claro. Lo peor reside en los intérpretes, que a veces, muchas, se pasan de histriónicos y otras, las menos, parecen como petrificados. Sin mencionar una banda sonora que, de vez en cuando, y, literalmente, flipa. Tiene asimismo gracia el recurso de los amarraderos para caballos dentro de la propia y destartalada residencia y su inspiración en ese cine terrorífico rural hollywoodiense; tal y como acaba el filme, esto en EE UU tendría hasta una segunda entrega, no exagero.

Lo mejor: la idea de la que parte tiene su gracia, con ese muerto «sin querer» casi en el prólogo

Lo peor: los actores, la mayor parte del tiempo excesivamente histriónicos

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