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Crítica de "Rosalie": la barba no hace al hombre ★★★

Vuelve a recolocarse las flores en el cabello, peinado en un moño un tanto inocente y pueril, vuelve a mirarse en el espejo el traje azul cielo con pequeños volantitos y que ha cosido ella misma, y, por penúltima vez, vuelve a repasar con los dedos su cutis, de una palidez prodigiosa, para comprobar de nuevo que ningún vello ha quedado vivo después de que papá la afeitase esa mañana, como todas las mañanas.

Francia, 1870, Rosalie (espléndida, inquebrantable Nadia Tereszkiewicz) está a punto de casarse con Abel (un no menos grande Benoît Magimel), el silencioso y adusto dueño de una taberna corroída por la carcoma y las deudas, quien decide contraer matrimonio con ella por la dote, 15.000 de aquellos francos. Pero el hombre no conoce el secreto de Rosalie, quien, desde que nació, tiene la cara y el cuerpo cubiertos de pelo y hace mucho que se autolesiona. Tras una desastrosa noche de bodas, ella, la más rebelde mujer barbuda, decide plantarle cara a la sociedad, dejar de esconderse y defender su condición femenina tras guardar en un cajón todos los objetos de barbero.

Y mientras sueña con barracones de feria donde todo el mundo mira cómo se desnuda, intenta que Abel la ame por lo que es (hay en el filme, en este sentido, varias escenas de sexo especialmente morbosas) y decide posar en ropa interior para vender postales mostrando aquello con que la naturaleza la quiso condenar, comprobamos que el nuevo trabajo dirigido por Stéphanie di Giusto se trata de una cinta atípica, empoderada en su máxima expresión, una firme defensora de la singularidad y la aceptación frente a los convencionalismos. Porque, cierto, hay imberbes con el alma llena de oscuros enredos.

Lo mejor:

Que Nadia Tereszkiewicz y Benoît Magimel están francamente estupendos

Lo peor:

Su tramo final, en exceso melodramático, con ese intento de adopción fallido

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