Un inmigrante africano, antes de subir al cayuco: "Barcelona o la muerte"
Ser inmigrante es un camino que se empieza pero que no tiene un final concreto. Ni siquiera termina cuando se alcanza el país soñado porque entonces empieza el complejo proceso de integración, se amontonan las miradas de reojo, los estereotipos que no sabía que existían hasta que cayeron sobre él. El inmigrante no concluye su camino hasta que regresa a casa, si vuelve alguna vez. Para los ciudadanos de África subsahariana que suben a un cayuco con dirección a España, por ejemplo, este camino sin un rumbo concreto encuentra un punto intermedio, un paso que cruza por Senegal. Hasta aquí llegan guineanos, gambianos, marfileños y sierraleoneses para entregarse a la voluntad de un océano sin remordimientos.
Es el caso de Aladi, un gambiano de treinta años que hace cuatro meses que pasea las calles de Saint Louis (al norte de Senegal) mientras vende camisetas a los turistas y pequeñas piezas de arte que asegura que elabora él mismo. Hace cuatro meses que vaga sin rumbo fijo. Llegó a Senegal hace cuatro meses con cerca de mil euros ahorrados en el bolsillo, dispuesto a pagar el peaje a los patrones que organizan los viajes en cayuco, pagó, subió a la embarcación con el corazón desbocado, era de noche, observó cómo las luces de la costa senegalesa desaparecían y ya no quiso mirar atrás.
Lo que él identifica como guardacostas marroquíes encontraron su cayuco dos días después de salir y les trajeron de vuelta a Senegal. El sueño, tergiversado por las suculentas historias que le narran sus amigos ya asentados en España, se quebró en cuanto volvió a pisar territorio senegalés. “Ahora tengo que volver a ganar el dinero para pagar el viaje y me está costando mucho. Nadie quiere comprarme camisetas”. Borrón y cuenta nueva: las mafias de inmigrantes no ofrecen seguro por cancelación y el dinero que ahorró durante cinco años en Gambia ya lo da por perdido. Podría regresar a casa, a la miseria que inunda una nación donde la renta per cápita apenas supera los 800 dólares, podría volver a la vida que ocurre en un suspiro y que acaba sin sabor. Pero no quiere.
“Si consigo el dinero, saldré en cuanto caiga la primera lluvia. Cuando caiga la primera lluvia, me prepararé, y saldré antes de que llueva por segunda vez”. Hay algo de romántico en su forma de medir el tiempo. Algo de esperanzador. Pero la primera lluvia caerá dentro de dos meses y Aladi reconoce que todavía está muy lejos de reunir el dinero necesario para intentar el viaje por segunda vez. Podría regresar a Gambia aunque fueran algunos meses y reunir allí el dinero, asegura que “muchos amigos míos han vuelto a Gambia porque en Senegal no hay trabajo”, pero realmente tampoco hay trabajo en Gambia y Aladi piensa que es ridículo correr de un lado a otro para conseguir lo mismo. Al ser cuestionado sobre los peligros del viaje en cayuco, su respuesta es contundente: “Barça o barsaak”, que en wolof se traduce como “Barcelona o morir”. Esta es la premisa que domina los pensamientos del joven gambiano.
Este periodista recuerda tiempos más jóvenes, hace años, cuando un secretario de la embajada española en Dakar le confirmó que había individuos sueltos por la ciudad que animaban a los futuros inmigrantes a elegir Barcelona como lugar al que acudir. Podría filosofarse cómo la propaganda venenosa del fútbol y la alucinación donde el niño descalzo sueña con jugar en el Camp Nou es combinada por los enemigos de España, camuflados en el independentismo catalán, para engatusar al senegalés con la Diagonal y abarrotar su región de inmigrantes. Podrían atarse cabos de un lado y otro, pero lo que importa en este artículo es que el empuje independentista deriva en este resultado grotesco para el gambiano: o Barcelona o morir.
Al ser cuestionado sobre las horas de sol que tendrá que aguantar en los campos españoles, si llega, y sobre las duras condiciones laborales que vivirá mientras recoge fresas en Huelva, responde desenvuelto: “soy joven y tengo la fuerza de mi lado. Ya dormiré de viejo”. No parece que Aladi tenga un plan oculto. No pretende entrar en España para robar, cobrar ayudas, expandir el islam; quiere trabajar muy duro, no le importa que le vayan a explotar, quiere sufrir, quiere sentirse orgulloso de sí mismo, sentirse joven y mandar el dinero que pueda a su familia. Si Alá es complaciente con él, incluso se permite soñar con el día en que traerá a sus dos hijos a España, aunque reconoce que no será fácil.
Un español podría pensar que Aladi es un estúpido. Que tendría que dejar de perder el tiempo deambulando las calles de Saint Louis para ir directamente al consulado español en Dakar y seguir los trámites necesarios para acceder a España de manera regular. Aladi ríe al escuchar la propuesta. Por supuesto, esto fue lo primero que hizo antes de probar suerte con el cayuco.
“Cuando vas al consulado español, hay unos tipos [senegaleses] cerca de la puerta que son quienes se ofrecen a ayudarte con todo el papeleo. Si ellos no te ayudan, que tienen contactos en el consulado, es imposible conseguir el visado si no demuestras que tienes empleo y una cuenta bancaria con dinero. Pero yo no tengo trabajo, ¡por eso quiero irme! Esas personas que te ayudan a conseguir el visado cobran a veces cuatro millones de francos CFA [unos 6.000 euros] y yo no tengo ese dinero. El visado se consigue teniendo un trabajo o pagando mucho dinero, y yo no tengo ninguna de las dos”.
El testimonio de Aladi no es nuevo. Este periodista tiene contacto con varios de estos “traficantes de visados” en Lagos, Nigeria, igual que numerosas conversaciones con cooperantes españoles le han confirmado la dificultad que tienen los africanos de obtener siquiera cita en el consulado en Dakar, como no medie un tercero. Este periodista incluso intentó pedir cita por el sistema digital que ofrece el consulado español en Nigeria: sencillamente, el sistema no funcionó durante semanas… ¿y cómo conseguirían en ese tiempo sus visados los nigerianos?
Su única alternativa son las olas. Siempre están allí. No importa cuánto tarde en reunir el dinero porque siempre van a estar allí. En lo referente a las ofertas temporales de empleo en España, habituales en Marruecos pero que también se dan en menor medida en Senegal, Aladi vuelve a esbozar una sonrisa que parece compasiva al enfrentarse a una persona que piensa que existe la justicia para el africano. Las ofertas temporales de empleo existen, es cierto, pero “no aparecen en ninguna página web, sino que hay algunas personas con esa información y ellas se encargan de elegir a sus amigos y familiares, siempre es igual”.
A Aladi no le importa ir a Francia o a España. No sabe bien adónde irá porque no tiene un destino escrito. Sabe que embarcará de noche, entre las tres y las cuatro de la madrugada, para aprovecharse del cobijo de la nocturna. Sabe que no le contará a su familia su intención de llegar a España en cayuco hasta que llegue (ellos piensan que sencillamente está probando suerte en el panorama laboral senegalés, no sospechan nada), porque teme decírselo y que intenten convencerle de que se eche atrás. Aladi se encuentra hoy en el limbo del inmigrante de África Occidental, en Senegal, no ha llegado a su destino pero tampoco está en su casa, vive en tierra de nadie, arruinado, dando vueltas y vueltas y vueltas con una mochila de la que salen camisetas, esperando a que empiecen las primeras lluvias y las nubes le encuentren con plata en el bolsillo.