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La científica Eva Nogales: «Los Nobel no son los Oscar de la ciencia; aquí, la nominación no es un mérito»

La científica Eva Nogales: «Los Nobel no son los Oscar de la ciencia; aquí, la nominación no es un mérito»

Esta exitosa biofísica podría convertirse en la primera española en obtener el galardón sueco por los hallazgos en biología estructural. Nos desvela el alcance de sus investigaciones y el impacto de los «genes egoístas» 

Eva Nogales (Colmenar Viejo, 1965) habla con tanta pasión de la ciencia que hace que hasta los más ineptos en la materia la encuentren fascinante. Dice que ha tenido suerte, pero su esfuerzo e inteligencia hablan más de ella que el azar. Tras licenciarse en Ciencias Físicas en la Universidad Autónoma de Madrid se mudó a Inglaterra para realizar su tesis. Allí empezó con la que es hoy su gran especialidad, la Biofísica y su proteína fetiche, la tubulina. Acaba de ser nombrada Doctora Honoris Causa por la Universidad Carlos III de Madrid, un título más a su dilatada trayectoria de reconocimientos. Catedrática de la Universidad de Berkeley (California), recibió hace poco más de medio año el prestigioso Premio Shaw, conocido como el Nobel asiático, que la coloca en la antesala de conseguir el galardón de la Academia sueca. Sería el tercero que recae en un español (después de Severo Ochoa y Ramón y Cajal) y la primera vez que una científica española lo consigue.

No sé si de tanto hablar de la posibilidad de ganar el Premio Nobel al final lo gafaremos.

No soy muy supersticiosa, lo que me parece curioso es que la gente vea los Premios Nobel como si fueran los Oscar de la ciencia y no es así. En los Oscar sí hay nominaciones, de hecho, estas son públicas y suponen un mérito en sí, en la ciencia no. Cuando se habla de un actor se dice que ha estado, por ejemplo, nominado tres veces a los Oscar, pero eso no existe en los Nobel. Aquí las nominaciones son secretas, los únicos que saben quién está en la lista son los miembros de la Academia Sueca. Lo que pasa es que, estadísticamente hablando, una vez que te dan un determinado tipo de premio hay ciertas probabilidades de que te otorguen otro, pero son solo probabilidades, no certezas.

No hay duda de que sería la guinda a su carrera de éxito en el ámbito de la biología molecular.

Evidentemente, no es algo trivial conseguir el Nobel, pero no obtenerlo no significa que no hayas hecho algo valioso. Eso sí, es un reconocimiento que lanza al estrellato mundial.

Su área de estudio se centra en los componentes celulares, su estructura y sus interacciones. En resumen, cómo funciona la ingeniería celular. ¿Cuáles son las implicaciones médicas de estos importantes hallazgos?

Yo no me dedico a hacer fármacos sino a proporcionar la información básica de los componentes celulares que ayudan luego a biotecnólogos o a la industria farmacéutica a diseñar mejores fármacos o a entender, por ejemplo, por qué determinadas enfermedades hereditarias tienen ciertos aspectos fisiológicos. Por ejemplo, yo estudio los microtúbulos, que son dianas para tratamientos anticancerígenos, pero también supone un sistema biológico que es esencial para el desarrollo neurológico. Cuando esto no funciona bien puede derivar, por ejemplo, en problemas cognitivos. Estudiar qué lleva a esta situación es una de las cosas que estudiamos.

Las investigaciones sobre el genoma siguen aportando resultados novedosos pese a llevar décadas analizándolo. ¿Queda todavía mucho por aprender de los misterios que entraña el ADN?

Nuestro genoma es todo el ADN que contiene cada una de nuestras células. En realidad, la parte que tiene información y que utiliza la célula es muy pequeña, podríamos estar hablando de un 1%. Hay otra parte de este genoma que tiene que ver con su propia regulación. Además, existen partes que son remanentes de virus, lo que denominamos «genes egoístas», los cuales poseen la capacidad de copiarse a sí mismos muchas veces. Una tercera parte de nuestro genoma ha sido creado por uno de estos de estos «genes egoístas» que, técnicamente, se llaman retrotransposones.

¿Qué más se sabe de estos «genes egoístas» y qué función cumplen en nuestro organismo?

Uno de estos «genes egoístas» en particular crea el 30% de nuestro genoma. Nosotros, en el laboratorio, lo hemos visualizado, hemos identificado a la proteína que codifica este gen y que es capaz de copiar un elemento una y otra vez. Estos «genes egoístas» son heredados, incluso, ancestrales. Son parte de nuestro genoma. En un determinado momento invadieron las células y continuaron repitiéndose. Lo que tiene que hacer nuestro organismo es silenciarlos porque pueden ser positivos en algún momento para célula y en otros, negativos al dar lugar a una enfermedad.

La ingeniería genética es otro de los grandes desafíos actuales, la cual plantea ciertos conflictos éticos...

Se utiliza muchísimo para hacer investigación, pero también en medicina para, por ejemplo, corregir un gen que está mal. De hecho, ya ha sido usada para cuidar algunos tipos de anemia. Pero también tiene muchísimo futuro en la agricultura. Se pueden crear plantas que crezcan en condiciones de extrema sequedad o calor, algo fundamental en este momento ante el aumento de las temperaturas como consecuencia del cambio climático. La ingeniería genética está genial para curar determinadas enfermedades hereditarias. Los retrotransposones hacen este tipo de cosas, por lo que podríamos utilizar esta maquinaria molecular también para hacer nosotros, de manera controlada, cambios en genomas.

Su trabajo se centra en el estudio del origen de la naturaleza, de la vida, para que, después, otros implementen sus hallazgos en forma de tratamientos o fármacos. ¿Puede ser frustrante en cierto modo estar trabajando siempre a la sombra?

Los científicos se dedican a la ciencia porque quieren entender el mundo que nos rodea para poder controlarlo y mejorarlo. En mi caso, en el campo biomédico, se estudia la ciencia de la vida porque si no comprendemos la célula cómo vamos a entender cuándo se estropea y da lugar a enfermedades. Si no conocemos los componentes celulares a los que se unen los fármacos para tener un efecto determinado, cómo vamos a poder mejorar esos fármacos o diseñar otros nuevos.

Durante la pandemia salió a la luz la importante labor colaborativa que existe en el mundo científico. ¿Siempre ha sido así o la covid lo impulsó?

Una de las cosas que más me gusta del mundo científico es que cada uno de nosotros nunca empezamos de cero. Siempre lo hacemos desde donde lo han dejado otros. Cada uno de nosotros se beneficia de lo que hacen los demás, de lo que han hecho anteriormente y de aquello en lo que están trabajando al mismo tiempo que nosotros. Somos una comunidad abierta que se comunica muchísimo. Esto se vio con claridad durante la pandemia, pero trabajamos siempre así en el mundo científico.

La inversión económica en ciencia es uno de los aspectos fundamentales para la investigación. ¿Está nuestra clase política concienciada de que esta inversión a largo plazo es esencial?

Claro que se sigue necesitando inversión y sobre todo a largo plazo. Hay que saber que para que haya descubrimientos que tengan relevancia médica hay que hacer mucha investigación básica fundamental porque nunca se sabe de dónde va a salir la información crítica para que luego nos podamos beneficiarnos de ella de forma más directa. Por ejemplo, yo trabajo con microscopios electrónicos que cuestan cinco millones de dólares. Su mantenimiento, entre personal, piezas, etc..., puede llegar a medio millón de dólares al año. Hay que entender que hay que hacer 100 investigaciones para que una de ellas tenga un producto práctico. Mucha investigación sirve para que los siguientes empiecen un paso más arriba.

¿Por qué se fue de España para desarrollar su carrera como científica? ¿Es complicado en nuestro país?

Me fui a Inglaterra y luego a EE UU en busca de oportunidades que fueran únicas para el tipo de trabajo que deseaba. También quería exponerme a otras formas de trabajar. Creo que es fundamental conocer otras ideas, experiencias, enfrentarse a diferentes conocimientos. Una vez hecho eso ya puedes volver o quedarte en otro destino, dependiendo de las circunstancias de cada uno. Integrar las distintas culturas de investigación es fundamental. Dicho esto, en España creo que tanto la clase política como la ciudadanía aprecian la investigación, pero es muy importante que se cuente con la opinión de los científicos españoles, que se les escuche y que inviertan a largo plazo para que tengamos la oportunidad de hacer cosas arriesgadas, que lleven un poquito más de tiempo, pero que tengan un mayor impacto.

La situación de los jóvenes que desean dedicarse a la investigación es bastante precaria...

Es muy importante que se apoye mucho a la gente joven. Una cosa es que se den premios a la gente mayor como yo, que está muy bien, pero lo importante para la ciencia es que se respalde a los jóvenes que tengan referentes y se reconozca su talento.

¿Cuándo se conseguirá la paridad en los laboratorios?

La presencia de la mujer en la ciencia cada vez está mejor, pero todavía queda mucho por hacer. Eso sí, somos suficientes para lograr un gran impulso. Las mujeres se organizan bien, somos emprendedoras por naturaleza, y cuando no nos ponen cortapisas podemos hacer grandes cosas. Nuestra lucha por la igualdad no ha terminado, pero la verdad es que estoy súper optimista

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