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Serbia, 1999: cuando la guerra llama a la puerta

Serbia, 1999: cuando la guerra llama a la puerta

«78 Days», de la directora serbia Emilia Gasic, es una de las propuestas más interesantes del festival Cinema Jove de Valencia, que se celebra hasta el sábado 29 de junio

La revolución narrativa de una película como “El proyecto de la bruja de Blair” (1999), terremoto cinematográfico explorado y diseccionado ya a todos los niveles, suele opacarse por una cuestión de forma: las lágrimas moquillentas de Heather Donahue, en primera persona, tienen más fuerza que cualquier reflexión sobre el punto de vista o la decisión consciente, artística y política del movimiento de cámara. Por eso, más de dos décadas después, dar con una película de metraje encontrado como “78 days”, de la debutante serbia Emilia Gasic, le devuelve la fe en el análisis fílmico a cualquiera. El filme, rodado como si de una sucesión de vídeos caseros se tratase, subvierte la asociación de este micro-género en el acerbo cultural contemporáneo desde lo relacionado con el horror (pensamos en los ejemplos buenos, como “REC” o la reciente “Deadstream”) hasta devolverlo a su génesis original hogareño, para justo entonces devolvernos a lo más rizado del rizo: estamos en Serbia, en 1999, y los bombardeos de la OTAN están cercando la casa de unos padres y sus tres hijas.

“Es difícil ponerle fecha, pero empecé a pensar en esta película cuando estaba en la universidad, en Belgrado. Nos pidieron hacer un autorretrato en forma de cortometraje, como ejercicio, pero me daba mucho pudor ponerme delante de la cámara. Así se me ocurrió acudir al archivo de mi familia, a todos esos videos que habíamos grabado cuando era pequeña y me encantó, pero ahí se quedó la idea. Diez años después, cuando estaba estudiando cine en Nueva York, me volví a encontrar con los archivos en mi disco duro y creo que mi cerebro estaba en un sitio completamente distinto. Es como si de repente hubiera recordado todo ese período tan terrible, de golpe”, explica Gasic a LA RAZÓN, en el marco del festival Cinema Jove de Valencia donde ha presentado su filme tras levantar aplausos en el prestigioso festival de Rotterdam. Y sigue, sobre la decisión de ficcionar aquellos recuerdos, en lugar de usar el propio material de archivo al estilo de un documental: “Nunca me ha gustado aparecer en cámara. Y aquellos videos eran demasiado personales. De hecho, lo que más me interesaba era el desafío. ¿Cómo hacemos una película de ficción con videos caseros y que lo parezcan? Quería que la gente se olvidara de que está viendo ficción, que son actores, incluso aunque estemos recreando algunas escenas reales, de mi propia familia”, añade sincera.

Un "coming of age" entre bombas de la OTAN

Protagonizada por un trío de hermanas sin apenas experiencia cinematográfica, “78 days” arranca casi coincidiendo con la fallida Conferencia de Rambouillet, por la que se procedió al ataque de la OTAN a posiciones civiles serbias (se calculan 1.500 fallecidos) y se levó en masa a la población masculina. La marcha del padre de las niñas las deja solas con su madre y con unos nuevos vecinos, huidos de las masacres en Belgrado, en una especie de estado ilusorio de suspensión, escuchando los bombardeos pero intentando llevar una vida lo más normal posible dentro de lo esquizofrénico del contexto. Es ahí donde Gasic, vestida de cineasta de lo empático para su debut en el largometraje, es capaz de epatar desde el costumbrismo y emocionar desde lo más grandilocuente, hablando de ira adolescente, del primer amor o del capricho infantil. “Me encanta el cine de terror, pero jamás haría una película de un solo género. Crecí viendo cine de terror japonés, en el que lo más interesante ocurre fuera de campo, por eso quería jugar con ello en mi película aunque no tenga nada que ver. ¿Qué pasaría si haces un “coming of age” pero jugando con esa idea, la de un horror que no es obvio? Ese fue el punto de partida”, confiesa la directora.

“Al principio, nos planteamos usar una cámara convencional contemporánea, pero no hubiera tenido ningún sentido. No puedes falsear la textura de una videocámara casera, incluso hoy, con los efectos digitales que existen. Mi directora de fotografía, Inés Gowland, me convenció para usar este formato porque es imposible de replicar. El objetivo era la inmersión, y un filtro digital lo iba a estropear. La sensación que buscábamos era la que tienes tú al ver esos vídeos de tu familia en el pasado”, apunta Gasic, sobre una filmación en la que eran los propios actores los que se encargaban de sujetar la cámara para terminar de aportar realismo a la coreografía. “La cámara era muy pequeña, lo que me permitía probar varias cosas e incluso dejar que los actores hicieran lo que les pareciese más natural y luego elegía lo que me parecía mejor y más realista. Rodarla con una cámara de cine hubiera sido ridículo, hubiera estropeado toda la experiencia”, completa la realizadora.

 

Preguntada acerca de eso que cobardemente llamaremos “herida balcánica” y que va desde la guerra civil yugoslava a principios de los noventa hasta las masacres de nuevo siglo y la caída de Milosevic, Gasic habla del trauma colectivo: “La gente que todavía lidia con esta época en específico, sigue sufriendo. Por eso creo que mi película es necesaria, porque solo hay un puñado de historias que aborden el bombardeo de 1999. Y siempre se ha hecho desde una perspectiva masculina, lo cual no cuenta toda la historia. Como niña que vivió eso, necesitaba verme, necesitaba ver la historia de mi generación. Fue maravilloso ver cómo la gente de diferentes generaciones reaccionaba a ella, desde lo narrativo y desde lo político. Ha sido un viaje extremadamente terapéutico”, responde la directora, consciente de los ecos de un conflicto que pasan desde la actual situación en Ucrania o Gaza hasta los graves incidentes de odio étnico que se han registrado en la Eurocopa entre serbios, croatas y albaneses. “La guerra nunca es una buena noticia, pero entiendo que la película puede apelar a una sensibilidad especial en el estado actual del mundo, más cuando hay tantas infancias no solo amenazadas, sino ya destruidas para siempre sin posibilidad de reparación”, se despide elocuente.

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