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Crítica de "Lucha y metamorfosis de una mujer": el ego y su predicamento hoy en día ★★★

Crítica de

Autoría: Édouard Louis. Dirección: Fernando Bernués. Interpretación: Eneko Sagardoy, Eva Trancón. Teatro Español. Hasta el 7 de julio de 2024

Mi sospecha de que Édouard Louis es uno de los escritores más sobrevalorados de la actualidad se está convirtiendo en inexorable convencimiento a medida que voy viendo más versiones para la escena de sus textos. Y no lo digo porque el resultado de esas adaptaciones sea malo, sino más bien al contrario: compruebo que la dimensión escénica, tratada con un mínimo de oficio y talento, consigue engalanar una literatura original que, por si sola, es bastante simplona y pueril. Todo cuanto afecta a su engordado ‘yo’ son penurias de artificioso, y por tanto escaso, valor poético. Es un autor que pretende hacer arte de una pataleta; leer un libro suyo es como leer el diario de un niño consentido que cree que los sinsabores de su vida son exclusivísimas y trascendentales tragedias.

Pero he aquí que, cuando ese pretencioso despecho se filtra con el cuerpo, el alma y la técnica de un intérprete que sea medianamente bueno y esté bien dirigido, la cosa cobra al menos, sin que llegue a ser nada del otro mundo, cierto empaque emocional y cierta verdad discursiva. Y eso es lo que pasa en esta función titulada Lucha y metamorfosis de una mujer, en la que el protagonista, evidente trasunto del escritor, evoca la relación con su madre y describe -quizá sea esto lo mejor construido y lo más potente del texto- la evolución vital de esa mujer, determinada por su época, su educación, sus circunstancias sociales, sus deseos íntimos y sus inevitables frustraciones. Hay un buen trabajo de Eneko Sagardoy en el rol principal y, sobre todo, de Eva Trancón, que resuelve de manera brillante la difícil papeleta de entrar y salir en las distintas fases y estados de ánimo de la madre sin transición alguna que le permita ir acomodando paulatinamente al personaje en cada lugar.

Por fortuna, la duración de la función –algo menos de una hora- está en perfecta consonancia con la naturaleza de la historia –algo que no suele ocurrir en nuestros teatros- y con el desarrollo de la acción. En un espacio dispuesto a dos bandas, iluminado de una manera un poco desconcertante –los espectadores de un lado ven a los espectadores que tienen enfrente con tanta o mayor claridad que a los propios actores- Fernando Bernués sabe dar ritmo al relato para que todo el mundo lo siga con interés de principio a fin y sabe propiciar una adecuada y bonita interacción de carácter simbólico entre el personaje que evoca y el personaje evocado.

Lo mejor: la historia está deshojada en su escenificación de la presuntuosidad que hay en su literatura.

Lo peor: el afectado y cansino exhibicionismo del autor, que no hace sino revelar una superficialidad que cree no tener.

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