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Eurípides y la violencia vicaria

Eurípides y la violencia vicaria

El Festival de Mérida inaugura su 70ª edición con la ópera «Medea / Médée», un montaje con 150 personas en el escenario que ha sido coproducido por el Teatro Real

Dicen que Margarita Xirgu quedó fascinada para siempre la primera vez que visitó el Teatro Romano de Mérida durante una gira que hizo por la provincia de Badajoz. Hacía poco tiempo que el arqueólogo José Ramón Mélida había concluido los trabajos de excavación y restauración, iniciados en 1910, de esta joya arquitectónica y cultural que había estado sepultada durante siglos. Cuentan que Xirgu empezó ya entonces a barruntar la idea de devolver a esas piedras su prístina función, que no era otra que la de albergar representaciones escénicas. Ella misma, aseguran, fue quien se ganó a Unamuno para esa causa años después, hasta el punto de que el escritor bilbaíno tradujo para ella, a tal efecto, «Medea», de Séneca. Rivas Cherif, por su parte, sería el encargado de dirigirla en aquella función, ya mítica, en la que se implicó directamente el gobierno de la II República, presidido por Manuel Azaña, y de la que se hicieron eco los principales diarios del país. Según el profesor Bernardo Antonio González, «pocos acontecimientos en la historia de la escena española moderna superan en importancia» a aquella representación. Era el 18 de junio de 1933, y se inauguraba así lo que hoy conocemos como el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida.

Ahora, el certamen cumple 70 ediciones (su celebración se interrumpió entre 1934 y 1953 por la coyuntura política), una cifra más o menos redonda que a su director, Jesús Cimarro, le sirve de oportuno pretexto para «rendir un homenaje» a aquella «Medea» fundacional con esta otra «Medea / Médée», hecha hoy en día y de naturaleza bien distinta, que abrirá esta noche la presente edición. En efecto, se trata de la ópera de Luigi Cherubini, con libreto de François-Benoît Hoffmann a partir de las obras homónimas de Euripides y Corneille, que se estrenó por primera vez en 1797 en París. Para Paco Azorín, director del montaje, «es una pieza muy particular desde el punto de vista musical que, en su historia, no ha encontrado quizá una forma de representación idónea, y que ha sufrido algunas modificaciones a lo largo del tiempo en sus recitativos y partes habladas». Sin embargo, cree que tiene «una infinidad de posibilidades teatrales»: «Estamos ante una de las tragedias más poderosas de todo el repertorio grecolatino –asegura–. La fuerza dramática de la historia es tal que, en este espacio, con estas piedras milenarias, resuena siempre de manera especial».

Muy musical y teatral

Y resume muy bien el director cuál es ese meollo dramático tan «poderoso»: «Eurípides nos habla de un talento destructor, que es el de Medea, que para hacer daño a su marido decide literalmente matar a sus propios hijos». Pero la propuesta de Azorín presenta algunas novedades en la manera de plasmar escénica y dramatúrgicamente ese argumento: «Nos interesaba mucho el punto de vista de los chavales. Creo que, tradicionalmente, la historia de Medea se ha contado en primer lugar desde el punto de vista de Jasón, es decir, del heteropatriarcado, mostrando a una mujer que es una loca y que por eso mata a sus hijos. Desde luego, eso es así, pero es una versión bastante simplista. Después, con la irrupción del feminismo, la historia se ha contado desde el punto de vista de la propia Medea, que castiga a Jasón porque ha hecho algo imperdonable: quebrantar su juramento de amor. En este caso, Medea es mujer antes que madre; una mujer que ha decidido tener unos hijos con un señor y que deja de ver el sentido que puedan tener esos hijos cuando ese señor no está. Pero… hay otra versión más, que es la que nosotros queremos hacer, y que es la de los grandes olvidados: los niños; una versión que nos habla de la violencia vicaria, de los niños usados como moneda de cambio y como arma arrojadiza, algo que está desgraciadamente a la orden del día. Nuestras cárceles están llenas de Medeas y Medeos. Así que hemos querido dar a esos dos niños –interpretados por Carla Rodríguez e Ismael Palacios– la presencia y la voz que nunca han tenido; dos niños que, de acuerdo al tiempo que transcurre en la obra, son en verdad dos adolescentes».

Al tratarse de una gran producción en la que participan el Teatro Real, el Abu Dhabi Festival y el propio Festival de Mérida, Azorín no ha tenido muchas dificultades para formar el mejor elenco de acuerdo a lo que estaba buscando exactamente. Ángeles Blancas, en el papel de Medea; Noah Stewart, como Jasón; y Nancy Fabiola Herrera, dando vida a Neris, la doncella de Medea, son solo algunos de los protagonistas. «Queríamos un reparto que fuera muy musical…, pero que también fuera muy teatral –explica el director–. En el Real, como es lógico, hemos dado prioridad a lo musical, pero aquí, en un sitio como Mérida, queríamos potenciar lo teatral». Y sus razones tendrá para introducir ese cambio, porque pocos conocen este espacio como él: unos 15 montajes en el Teatro Romano lleva Azorín ya a sus espaldas, bien como director, bien como escenógrafo. Y aún sigue aprendiendo y explorando la mejor manera de hacer teatro en este lugar único: «Llegué muy joven y muy chulo, queriendo dar lecciones al Teatro Romano de cómo se hacían las escenografías –cuenta entre risas–, pero fue el propio teatro el que me enseñó a mí, a pedradas, que no hace falta casi nada en un sitio así, porque la propia arquitectura y su historia ya te lo están proporcionando todo. Lo que hay que hacer es limitarse a contar la historia de la manera más sencilla y, sobre todo, más directa para llegar al público».

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