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"Madama Butterfly" o la trágica realidad del turismo sexual

El Teatro Real despide su temporada con 19 funciones de la ópera de Puccini en versión de Damiano Michieletto, que se aleja del orientalismo tradicional para centrarse en la crudeza del drama

Son muchas las óperas de Puccini que incorporan representaciones realistas de mujeres cuyas vidas terminan trágicamente, pero ninguna de estas historias es tan conmovedora como la de Cio-Cio-San, la protagonista de “Madama Butterfly”. La producción de Damiano Michieletto, concebida para el Teatro Regio de Torino, que ahora llega al Real, lo hace sin biombos, kimonos y abanicos, Michieletto la ha despojado del esteticismo orientalista que la aleja del espectador, para desnudar el drama desgarrador de la protagonista, víctima de lo que hoy conocemos como turismo sexual, de manera que el público pueda sentir el drama de las jóvenes pobres de los suburbios asiáticos que sueñan con poderosos hombres occidentales que vengan a sacarlas de la prostitución, la indigencia y la miseria.

Pero la conmovedora historia de amor, pérdida y sacrificio de esta joven geisha japonesa y su matrimonio con Pinkerton, un oficial de la Marina estadounidense a principios del siglo XX, explora también temas como la tradición, la devoción, el honor o la justicia. Las fuentes literarias de la ópera se basan en una inquietante realidad: la impunidad con la que hombres occidentales utilizaban sexualmente a las mujeres asiáticas, fascinados por su erotismo, misterio, delicadeza y servidumbre. Ese es el tema de “Madame Chrysanthème” (1887), novela en la que el marino francés Pierre Loti describe cómo la ley japonesa permitía a los oficiales de las armadas realizar matrimonios temporales con geishas -a través de transiciones económicas-, que quedarían disueltos tras un mes de abandono por cualquiera de las partes. Años después, John Luther Long publica “Madame Butterfly” (1898), basado en un supuesto caso real que conoció su hermana en Nagasaki, que David Belasco transformó en pieza teatral, obra que vio Puccini con tal conmoción, que propuso directamente al autor la compra de los derechos para crear una ópera homónima.

Giacomo Puccini (1858-1924) compuso “Madama Butterfly” en tres actos, con libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica. Es la sexta de sus 10 grandes óperas y la tercera en colaboración con estos libretistas, con los que ya había trabajado en “La bohème” y “Tosca” –su trilogía más representada-, a pesar de la tensión, disputas y desavenencias provocadas por el carácter difícil, obsesivo y perfeccionista del compositor. El libreto tiene una dureza inaudita, contrapone la naturalidad con la que se negocia la compraventa de una joven pobre e inocente para complacer los deseos sexuales de un marino foráneo, con la tragedia que vive la protagonista, enamorada de su seductor “marido” extranjero que va a liberarla de la miseria. Poco después de la boda, Pinkerton vuelve a EE.UU, dejando a Cio-Cio San sola y embarazada.

Tras años sin saber de él y de criar al hijo esperando la vuelta de su amado, éste lo hace junto a su nueva esposa estadounidense. Con mucho dolor, Butterfly les entrega el niño y, finalmente, se suicida. Su viaje personal la lleva de la inocencia y la ilusión a la esperanza fallida y la aceptación del trágico destino que le exige su código de honor. Más que en una simple víctima, su optimismo, incluso en las circunstancias más oscuras, la convierte en una heroína y esa mezcla de dulzura, angustia, vulnerabilidad y valentía de Madama Butterfly suscitan algunas de las composiciones más emotivas y desgarradoramente tiernas de Puccini.

Estrenada el 17 de febrero de 1904 en el Teatro alla Scala de Milán, en 1907 llegó por primera vez al Teatro Real, que ahora ofrecerá 19 funciones entre el 30 de junio y 22 de julio, con puesta en escena de Damiano Michieletto y la dirección musical de Nicola Luisotti y Luis Miguel Méndez, que estarán al frente de 4 repartos y del Coro y Orquesta Titulares del Real. Cuatro cantantes encarnan a la joven enamorada que se hace mujer a lo largo de la ópera: Saioa Hernández, Ailyn Pérez, Lianna Haroutounian y Aleksandra Kurzak. El papel de Pinkerton será para los tenores Matthew Polenzani, Charles Castronovo, Michael Fabiano y Leonardo Capalbo. Completan el cuarteto protagonista las mezzosopranos Silvia Beltrami, Nino Surguladze y Gemma Coma-Alabert, como Suzuki, y Lucas Meachem, Gerardo Bullón y Luis Cansino, como Sharpless.

La producción concebida por Michieletto fue un éxito en Turín, pero también algo controvertida, hubo división entre público y crítica por el punto de vista que el director da a la historia. “No existe una lectura universal y para mí hay una dosis de tragedia que he querido llevar al extremo sin dejar de ser fiel al relato. Desde el teatro griego hasta Shakespeare, las tragedias implican siempre crueldad y en este caso es la que sufre Butterfly” -explica-. Su sufrimiento viene por creer en un matrimonio de broma, una burla de la que Pinkerton se ríe porque lo que realmente espera es poder casarse con una mujer americana. Él pertenece a los vencedores y aprovecha la fuerza y dominación que dispone en un contexto de pobreza para engañar a Butterfly con lo que realmente es una compraventa, es decir, puro turismo sexual, y esta es la tragedia, aprovecharse de la ignorancia, la ingenuidad de esta niña que está dispuesta, que lo pierde todo, incluso a su familia y encima queda con un niño a su cargo, que al final tendrá que dar”, significa un director, que trata de resaltar “el cinismo y violencia de quien ejerce la fuerza y puede dominar a la otra parte, la parte débil”.

Michieletto ambienta la obra en la actualidad porque el turismo sexual es un fenómeno muy presente ahora y eso ha querido reflejar en la estética de la escenografía. “Los suburbios en la periferia de una gran metrópoli asiática presididos por luces de neón, centros comerciales y enormes carteles publicitarios de colores artificiales entre los que aparecen niñas que dirigen a los espectadores miradas de calculada ingenuidad que se alternan con anuncios de “fast food” y hamburguesas, un extrarradio poblado de vendedores ambulantes, pequeños traficantes, aventureros, turistas, y chicas de compañía -apunta Joan Matabosch-. Y la casa de paredes transparentes es, antes de tornarse en apartamento de Butterfly, una vitrina, un cubo de Plexiglas donde una legión de lolitas asiáticas en minifalda y tacones altos, se ofrecen al comprador occidental, entre los cuales ese Pinkerton que entra en escena con un vistoso coche blanco”, explica el director artístico del Real.

Una caja de cristal que para Michieletto es “una especie de símbolo de la ambivalencia entre la ilusión de Batterfly y el mundo real en el que vive, la ilusión de tener un nido, un refugio, un casa que decora con flores junto con el niño, pero al mismo tiempo su prisión. Ese es el contraste de esta situación cruel -explica-, su ilusión ingenua e inocente de enamorada y la cruel realidad de un lascivo y despiadado Pinkerton que la trata como un juguete, porque para él sólo es un juego y más que un hogar es una casa de prostitutas donde divertirse”. Para Nicola Luisotti, “esta versión es increíble en cuanto a música y texto, el espectáculo que hacemos no tiene nada raro, es una Butterfly casi tradicional, solo que trasladado a nuestra época, por ejemplo, se ve a Goro con el móvil, ¿por qué no?, pero la música es maravillosa, tan bonita, que en una carta que Puccini escribió a su hermana le decía, “esta música tan azucarada no va a gustar al público, yo la detesto, pero no puedo escribir otra cosa”. Afortunadamente lo hizo y nosotros estamos muertos de amor por esta música y por esta historia”, concluye Luisotti.

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