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Una ruta de lujo sin límites de Marrakech a Casablanca

Una ruta de lujo sin límites de Marrakech a Casablanca

Descubrimos la majestuosidad de un cinco estrellas sin igual a dos pasos de la mítica Plaza Yamaa el Fna y viajamos a la "Ciudad Blanca" para alojarnos en la nueva joya de Mohamed VI, que marida a la perfección modernidad y tradición a orillas del océano

Piensen en lujo. Los que les evoca, lo que imaginarían experimentar si pudieran tocarlo y vivirlo. Pues bien, hay más. Todo aquello que puedan conjeturar se queda corto cuando ponen un pie en Royal Mansour, un hotel o más bien dicho un palacio, donde el tiempo se detiene y la fastuosidad rebosa en cada rincón. Un concepto de hospedaje que va más allá de lo establecido y donde la opulencia marida con la gastronomía, el bienestar, la desconexión, la privacidad, la tradición y la modernidad. Viajamos a las dos joyas de Royal Mansour de Marruecos para experimentar en Marrakech y Casablanca cómo transcurre la vida cuando el único objetivo es disfrutar.

Comenzamos nuestra ruta en Marrakech, el destino marroquí más arraigado entre el turismo internacional y donde Royal Mansour puso la primera piedra de este imperio del goce. A pocos metros de la Medina, poco más de cinco minutos andando, entramos en este complejo fascinante que recrea una medina dentro de la propia Medina. Pero aquí no hay ruido, tan solo los pájaros que sobrevuelan Le Jardin y el agua de las fuentes rompen el silencio.

El contraste con el epicentro de la mágica ciudad magrebí, donde los vendedores pugnan por el mejor comprador en un zoco abrumador y una emblemática plaza de Jemaa el-Fna que tiene una visita obligada, es asombroso. En el interior del Royal Mansour y tras bajarnos de un Bentley que nos ha recogido a la llegada al aeropuerto de Menara, un equipo del hotel nos recibe en un hall al más puro estilo “Las mil y una noches”. No hay detalle que quede la improvisación.

Artesanía y tradición

Más de 1.500 artesanos trabajaron en su construcción, para la que se emplearon cuatro años (abrió en 2010) cuidando cada pormenor y haciendo del complejo una auténtica obra de arte, su artesanía es delicada y evocadora. Impresionantes techos de madera de cedro, mosaicos, muebles dignos de museo (para los más fetichistas hay hasta una vitrina con objetos “ultrapremium” como unas babuchas de Louis Vuitton) y pasillos infinitos por los que ya han caminado “celebrities” como Cristiano Ronaldo, Michelle Obama y Robert de Niro, entre muchos otro.

De hecho, el nombre de sus huéspedes más populares es secreto salvo que ellos mismos deseen hacerlo público. Más de 600 trabajadores conforman el equipo del Royal Mansour Marrakech y hasta 100 jardineros trabajan en la obra natural de dos hectáreas diseñadas por el español Luis Vallejo. Caminando por los diferentes caminos de este laberinto vegetal encontramos un pequeño huerto de donde se abastecen los propios restaurantes del hotel (incluso gozan de sus propias colmenas), también hay una residencia de artistas ubicada en una especie de bohemio invernadero donde la inspiración surge por arte de magia, y si miran arriba puede que se topen con “The nest” un comedor instalado en lo alto de un árbol.

La exclusividad y privacidad está asegurada. Es más, los 53 riads están comunicados por laberínticos pasillos secretos por los que se mueven los empleados del hotel, así que no le será fácil toparse con el servicio. En cada planta de los riads privados hay una puerta por donde ellos salen y entran sin molestar. La formación de los mayordomos es exquisita, de hecho, Royal Mansour ha ideado un programa para acoger cada año a jóvenes para su formación y ofrecerles la oportunidad de adquirir una formación esencial e incluso de iniciar una carrera profesional aquí.

Y es que su propietario, el rey Mohamed VI, tuvo claro desde el principio que este proyecto debería de formar una parte indiscutible del país, integrando a sus ciudadanos y recibiendo al foráneo con todas las comodidades posibles, entre las que también destaca la gastronomía. Entre los múltiples restaurantes que alberga esta joya de artesanía hotelera está La Grande Table Marocaine, donde degustar los mejores platos marroquíes como los Sh’Hiwates, delicias típicas de la zona, o los suculentos tajines.

El mejor hammam del mundo

Antes de hacer el “check out” y emprender nuestra marcha hacia Casablanca, reservamos una sesión de Hammam en el Royal Mansour, un centro de bienestar que ha sido multipremiado internacionalmente. Según definen los empelado es como “una burbuja de encaje blanco mashrabiya”. Solo con poner un pie en el interior la calma y los aromas a rosas fresca se cuelan por cada poro de la piel. Yousef será el encargado de practicarnos la sesión de hamman, un baño completo con los mejores productos sobre un mármol caliente. Al final del tratamiento de hammam su piel habrá rejuvenecido, como poco, una década.

Con las pilas cargadas ponemos rumbo a Casablanca, donde Royal Mansour acaba de inaugurar un nuevo hotel basado en los mismos principios de calidad y atención que el de Marrakech, pero con un concepto adaptado a esta cosmopolita ciudad marroquí que todavía no ha sido “arrasada” por el turismo. Da gusto caminar por ella sin sentir agobio, sin ser asaltado por vendedores ambulantes. Conserva la tradición magrebí, y así puede constatarse por sus zocos callejeros, pero con una filosofía muy diferente a la que envuelve su hermano de Marrakech.

Impresiona traspasar las inmensas puertas del Royal Mansour Casablanca y descubrir cómo el ayer y el hoy se fusionan en un mismo cuerpo donde también la tierra y el agua, la arena y el mar tienen su propio protagonismo. Levantar este majestuoso cinco estrellas en la capital económica del país les ha llevado nueve años. El lugar en el que se ha erigido tampoco es fruto del azar. Eligieron un legendarío y mítico palacio de los años 50. Hace 70 años albergaba el primer cinco estrellas de la ciudad y allí se juntaba la “crème de la crème” de la socialité de antaño incluso celebridades y mandatarios (como fue el caso de Yasir Arafat) se alojaron en alguna de sus habitaciones.

Hoy, el Royal Mansour ha querido revivir esa charme y acoger a todos aquellos ávidos del buen vivir y el bien estar. Una oportunidad para desconectar en una ciudad, la más grande de Marruecos, digna de conocer. Antes de salir a la calle, entramos en el patio original del edificio original donde ahora el paisajista español Luis Vallejo ha creado una verde obra de arte, la cual marida con gusto con las más de 600 siluetas de peces elaboradas en cristal de Bohemia suspendidas del techo por 3.000 varillas de fibra de vidrio e iluminadas por 149 luciérnagas, que simbolizan las 149 habitaciones del Royal Mansour Casablanca.

Desde uno de sus tres restaurantes, el ubicado en la planta 23 con vistas 360º observamos la grandiosidad de esta ciudad costera, la magnitud del océano y un serpenteante juego de calles. También sobresale la Mezquita de Hassan II, construida a la orilla del mar. Su minarete se eleva 200 metros sobre el nivel del agua convirtiéndolo en el más alto del mundo. Sus dimensiones abruman: 20.000 metros cuadrados en el interior y una sala de oración que puede albergar hasta 25.000 personas. Es la tercera más grande del mundo, tan solo por detrás de La Meca y Medina.

Art Déco y murales urbanos

No muy lejos de este templo religioso se encuentra otrora Calle La Garde, ahora renombrada Mohamed V, donde el mayor reclamo son las fachadas Art Déco, vestigios de la colonia francesa que fue. En ocasiones, parece que estemos caminando por París, rodeados de pequeñas Brasseries con sus míticas terrazas. Visitamos el Teatro Rialto, que pese a sus numerosas remodelaciones a lo largo de los años conserva el espíritu Déco, y alzamos la vista para localizar en la mencionada avenida la casa en la que residió Antoine de Saint-Exupéry, autor de “El Príncipito”.

De hecho, muy cerca se encuentra el Bar Petit Puscet, donde el literato acudía para socializar. A pocos pasos de allí, en la Antigua Medina se encuentra el Mercado Central, donde se puede comprar el pesado y verduras que se desee comer y pedir que lo cocinen en los restaurantes traseros. También merece una visita la zona de la Nueva Medina. Nos detenemos en el Horno de Bennis Habous, donde cocinan ricos dulces típicos. Allí acuden locales, apenas turistas, y es que este es uno de los puntos fuertes, sentirse parte de la ciudad sin las prisas del foráneo con cámara en mano.

Y es que Casablanca es una apasionante fusión de tradición y modernidad. Muestra de ello es también el arte callejero que nos muestra Amin, un joven marroquí que hace de mecenas para artistas que expresan en las fachadas sus sentimientos a través de la organización sin ánimo de lucro Alouane Bladi. Contactamos con él y nos muestra obras espectaculares.

No podemos terminar nuestra ruta por la “Ciudad Blanca” sin disfrutar de la vibrante vida nocturna, otro de sus fuertes. Si vistan locales como Le Balcon 33 o el Amstrong no querrán irse nunca de allí. La magia invade cada paso. Sin duda es el momento de visitar Casablanca antes de que se masifique y, en cierto modo, pierda la esencia única que hoy brota de cada rincón.

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