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Más de dos millones de desplazados: “En UNICEF se les va la mayoría del presupuesto en la logística”

La guerra destruye unas ciudades y construye otras. Regenera los paisajes con una determinación incomprensible y cruel. Porque la capacidad destructiva de los conflictos aparece reflejada a diario en las imágenes publicadas de edificios chamuscados y como en ruinas, abandonados a la presión de las bombas y con los miembros asomando de manera macabra, pero siempre cabe a preguntarse adónde fueron aquellas personas que sobrevivieron y que no aparecen en la fotografía del edificio sin inquilinos. Esas personas huyen por miles o millones y construyen nuevas ciudades lejos del peligro (dicen que el sapiens se extendió por el globo buscando comida y huyendo de otros más fuertes), o se desplazan hacia poblaciones ya existentes y reconfiguran su demografía.

Los paisajes urbanos se alteran al principio con las lonas de los refugiados que acampan en la calle, nacen nuevas dinámicas sociales al aparecer nuevos grupos. Y podría decirse que la guerra destruye, es verdad, pero también crea nuevos movimientos políticos, aparecen nuevos inmigrantes a quienes echar la culpa, vienen con nuevos empleos que traen de sus lugares de origen, nuevos miedos y nuevas necesidades. Este es un proceso creador.

El centro de Don Bosco que corre a cargo de la congregación salesiana en la ciudad de Goma, provincia de Kivu Norte, República Democrática del Congo, es un ejemplo de cómo morir en un lugar significa nacer en otro. El conflicto en curso entre el Estado congoleño y el grupo paramilitar conocido como M23 ha provocado en Kivu Norte el desplazamiento de más de 2.5 millones de personas, donde alrededor de 560.000 (los números siguen creciendo hoy) han huido a la ciudad de Goma para escapar de la destrucción y de la violencia que acompaña a los grupos armados. Las lonas blancas de los desplazados se mezclan en la ciudad con los edificios; una familia de desplazados llega a Goma, busca un hueco y planta su tienda en un lado de la carretera, encajonada en un callejón, junto a una charca, en el patio de una iglesia… Y fue hace aproximadamente dos años cuando los hermanos salesianos vieron cómo sus terrenos se llenaban, primero despacio y luego muy rápido, de lonas blancas y desplazados que aprovechaban este hueco para empezar su nueva vida.

Aproximadamente 25.000 personas viven ahora en el centro de Don Bosco. De cero a veinticinco mil en dos años. Así nace una nueva máscara en la ciudad. Los cuatro palos con una loma encima que configuraban cada hogar inicial han evolucionado hasta las tiendas de campaña de UNICEF que se colocan ahora de forma ordenada hasta copar cada milímetro de terreno disponible. Apenas hay senderitos cuadriculados que hacen de calles por las que cabe una persona. Se han colocado tres depósitos de agua con capacidad para 1.200 litros que se rellenan tres veces al día. Dan a cuatrocientos centilitros de agua diarios por cabeza. Una escuela de UNICEF atiende a 450 chavales y los salesianos (que contaban con un colegio antes de los acontecimientos que se explican) han aumentado su capacidad escolar hasta atender a alrededor de 2.000 niños y niñas. Teniendo en cuenta que el 40% de los desplazados son menores de 15 años. De este 40%, un 10% ha nacido en el patio de los salesianos.

Un tenue alumbrado que se colocó recientemente arranca oscuridad a la noche. Entre los desplazados eligieron a sus líderes, que son quienes hacen de intermediarios entre las necesidades de los desplazados y los salesianos, y se configuran nuevas escalas sociales, poderes, nuevas necesidades: letrinas, comidas, medicinas. Los comerciantes de etnia nande que trabajan cerca del centro de Don Bosco se quejan de que los desplazados espantan a su clientela, y surgen conflictos que antes no existían, voces mediadoras nacen, ofertas y contraofertas. Personas que no sabían de la existencia de otras se asocian y se enfrentan y se complementan en el rompecabezas de la ciudad.

Cambiar un paisaje es una labor titánica. Como desplazar una montaña. Los hermanos salesianos, cuya misión principal consistía en gestionar una escuela y llevar a cabo una tarea evangelizadora, pronto tuvieron que enfrentarse a epidemias de cólera, problemas de espacio y saneamiento, rencillas entre los desplazados y los comerciantes, decenas de miles de personas que necesitan comida y agua. El hermano Domingo lo cuenta, aunque agradece que, a diferencia de otros tantos campos de desplazados, el suelo volcánico y duro de Goma evita que se creen lodazales durante la época de lluvias. Domingo está cansado, igual que sus ocho compañeros, pero todavía encuentra rincones por los que dar gracias a Dios. Explica que la ayuda que reciben es insuficiente; siempre lo es cuando se habla de un campo de desplazados en África porque los campos de desplazados en África los habitan personas a las que expulsaron de su tierra y ellos tenían un hogar y una forma de vida que pisoteó la bota del grupo rebelde y ahora no tienen nada. Una lona. Un hueco encontrado en los terrenos de los salesianos y medio litro de agua diaria.

USAID ayudaba: ya no. Un grupo de estudiantes belgas ayudaba: se cortó su financiación. Médicos Sin Fronteras aporta un ayuda puntual. Save the Children contribuye en el área de sanidad. Y, en palabras de Domingo: “en UNICEF se les va la mayoría del presupuesto en la logística”.

Cuenta que la picaresca es otra cuestión que tratar, cuando “hay personas en Goma que se hacen pasar por desplazados para cobrar las ayudas y luego se marchan a sus casas”. Que hay rencillas en ocasiones, y que se rumorea que el M23 tienen infiltrados en los campos (los desplazados son de mayoría hutu) para generar divisiones y enfrentamientos que dificulten la convivencia. Cuenta que, en otro campamento, los choques con los comerciantes de etnia nande llevaron a que asesinasen a un desplazado hutu, y que los hutus respondieron quemando los negocios de los nande. Que los salesianos dividen a los niños en grupos de 500 para ofrecerles un tentempié a media mañana.

Que no es viable que les encarguen a ocho salesianos el cuidado de 25.000 desplazados. Que no imaginaban que la crisis duraría los casi tres años que lleva, que nunca tuvieron los medios para desarrollar este proyecto gigantesco y que hace falta un compromiso por parte del Estado (que se hace el loco y deposita su responsabilidad en organizaciones extranjeras), mientras se pregunta qué ocurrirá cuando acabe el conflicto, si es que los conflictos acaban alguna vez en el este de República Democrática del Congo.

Como un valle al que esculpe un río, los desplazados esculpen este rincón de la ciudad de Goma, dándole nuevas formas y colores, construyendo por medio de la destrucción que les trajo aquí. Es probable que las tiendas de campaña sean sustituidas antes o después por casitas de chapa, que significan una forma de arraigar aún más y de volver permanente el cambio que se introdujo. Así es la guerra: como una diosa que destruye y construye sobre las cenizas y destruye lo nuevo y construye dentro de su ciclo de perpetua regeneración forzada.

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