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El ocaso del macronismo tras el error de cálculo de Júpiter

Una apuesta fallida de un presidente crispado y en soledad que puede arrastrar al vacío a Francia y a Europa. Algún día, puede no lejano, el cine recreará lo que pasó en el Elíseo la noche del 9 de junio cuando el presidente francés asistía a su derrota más dura: la extrema derecha arrasaba en las europeas. Emmanuel Macron venía de celebrar en Normandía a todo bombo y platillo el 80º aniversario del desembarco en presencia de varios líderes mundiales como Biden. Pocas horas después tomaba una decisión que ha desencadenado una atmósfera de fin de ciclo, el ocaso de su propio invento, el macronismo como un movimiento agrupador de un hipercentro político liberal y europeísta.

La situación política, al contrario de lo que Macron pretendía con la disolución parlamentaria, no se ha “clarificado”, sino que probablemente sea más complicada tras la segunda vuelta del próximo domingo, bien con una cohabitación de alto voltaje con la extrema derecha, bien con una coalición XXL republicana que parece utópica por los numerosos vetos cruzados o bien con una Asamblea Nacional sin mayorías que alargue la parálisis con un año de transición y de un gobierno interino. En cualquiera de los casos, el fin del segundo mandato de Macron vendrá marcado por turbulencias. El presidente ya adelantó que va a seguir en el cargo “sea cual sea” el desenlace de estas legislativas anticipadas aunque parece casi inevitable que se abra un debate sobre su continuidad a partir del lunes si la crisis fuera irreparable.

El diario "Le Monde" relata que en el Elíseo “ya habrían incluso ensayado los primeros pasos de una cohabitación de combate Macron-Bardella”. Fuentes del macronismo dejan entrever estos días que la noche de las elecciones europeas, ante el varapalo en las urnas, Macron tomó la decisión del adelanto electoral más “por enfado y en caliente” que por cálculo político. Pocas comparativas caben con la secuencia electoral que Pedro Sánchez provocó en 2023 en España. El maquiavelismo que tantas veces -y como elogio- se le ha presupuesto a Macron, ahora no vendría a justificar esa decisión transformada en fracaso y que puede lastrar todo su legado político. Es más bien un contexto de soledad y cabreo personal lo que habría detrás. Si la decisión hubiese tenido la mínima dosis de estrategia, viendo ya la derrota que anticipaban todos los sondeos, Macron hubiese preparado mínimamente la jugada. La improvisación de su primer ministro, Gabriel Attal y su cara de desgano -raro en él- haciendo campaña los primeros días muestran lo vertical de la decisión, ese mal que ha perseguido al presidente desde que llegó al poder en 2017. Macron como peor enemigo de sí mismo.

Quienes mejor han escenificado el ocaso del macronismo estos días de campaña electoral han sido los propios candidatos del presidente en sus circunscripciones, escondiendo la fotografía de Macron de la propaganda electoral, ese rostro que en otras ocasiones fue el reclamo y un buen arrastre para que llegasen de diputados a París. “Macron ahora es lastre” dice a LA RAZON un cargo macronista que ha tenido que hacer campaña, “sacando motivación de dónde se podía”. También para muchos de sus socios del hipercentro ponen tierra de por medio como ha hecho Édouard Philippe, quien fuese primer ministro de Macron, conservador moderado y aspirante a presidir Francia en 2027, quien ha sentenciado: “Es el presidente quien ha matado la mayoría presidencial”. El diario Libération le llega a calificar de “persona non grata” en el seno de su mismo partido, donde, quien más y quien menos ha mostrado su desconcierto o enfado por la decisión del presidente.

Macron matando al macronismo, a la criatura que él mismo creó para llegar al poder antes de la campaña de 2017 como un salto en la política que rompiese las barreras tradicionales de izquierda y derecha. Un polo de europeístas anclado en el centro que prometía ser el antídoto contra la extrema derecha en tiempos del ascenso de Trump al poder o del Brexit. Durante un tiempo funcionó. Macron derrotó a Marine Le Pen dos veces, en 2017 y 2022. Pero no resolvió muchos de los problemas de fondo donde se asentaba el caldo de cultivo de la ola populista. Y no fueron pocos los avisos de alarma que durante su mandato han ido apareciendo: desde la revuelta de los chalecos amarillos hasta las sucesivas huelgas por su controvertida reforma de las pensiones pasando por la crisis agrícola a inicios de este mismo año. Todo ello ha ido siendo capitalizado por Le Pen. Especialmente a partir de las legislativas de 2022, cuando Macron pierde su mayoría absoluta parlamentaria y queda en minoría para sacar adelante su agenda reformista. Francia gobernada durante los últimos dos años a base de decretazos y cómo a través de ello se ha ido extendiendo la percepción de un presidente que no escucha ni quiere escuchar a la calle ni a los rivales políticos.

Esta crisis pone además en tela de juicio su estrategia política de taponar el bipartidismo histórico en el que se ha basado la alternancia de poder, tanto en Francia como en buena parte de Europa. Taponó y fagocitó a la derecha clásica y a los socialistas, fichando a muchos de ellos para hacer engordar a su hipercentro sin considerar quién era la alternativa a él cuando el ejercicio del poder lo erosionara. La oposición se fue aglutinando en los polos: el de extrema derecha de Le Pen y el de izquierda radical de Mélenchon. La Francia tripolar fue un proceso que se ha ido apuntalando en siete años y del que ahora emergen las consecuencias del riesgo que tenía la visión estratégica de Macron.

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