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"El Hecho extraordinario". En Paris, la noche del 29 abril de 1937

"En los designios de la Providencia no hay meras coincidencias" (San Juan Pablo II, tras su atentado el 13 mayo de 1981)

Manuel García Morente fue un reconocido filósofo, pensador y prolífico escritor, acreditado representante de la comunidad universitaria española de la primera mitad del siglo XX. Fue catedrático de Ética en la Universidad Complutense durante 30 años, la única existente en Madrid en aquellos años y en la que también ejerció como Decano de su Facultad de Filosofía desde 1931.

Al estallar la Guerra Civil será desposeído del cargo y sustituido por Julián Besteiro, el político socialista. García Morente, jienense nacido en 1886, fallecerá en Madrid en 1942, tras experimentar "El Hecho extraordinario", que le produjo una fulminante conversión mientras vivía exiliado en París para evitar ser asesinado. Hijo de un reputado oftalmólogo, volteriano y no creyente, y una ferviente católica, crecerá educado en la fe que abandonará pronto. Su formación liberal pasará por la Institución Libre de Enseñanza y opositará joven a la cátedra universitaria señalada.

Su prestigio como filósofo y el hecho de haberse formado intensamente en Francia y Alemania le granjeó el acceso a numerosas instancias como reconocido escritor, conferenciante y traductor.

Un mes después de comenzada la guerra, el 28 de agosto, fue informado de que un comando de la FAI había asesinado a su yerno de 29 años, por el que sentía un profundo afecto y cariño. Ingeniero agrónomo y geógrafo, gozaba de prestigio profesional y de virtudes humanas. Morente tenía dos pequeños nietos del matrimonio entre éste y una de sus hijas, que a los 22 años se encontró viuda, con su madre ya fallecida y su padre dedicado a su intensa vida universitaria. La noticia le abrió una dolorosa herida. Un mes después recibió un aviso, de solvencia contrastada, advirtiéndole de la urgencia en abandonar España porque, en determinados ámbitos, se preparaba asesinarle.

Salió con un salvoconducto hacia Barcelona para llegar a París el 2 de octubre de 1936 sin medio económico alguno. Allí, comenzó una nueva vida, donde la Providencia se desarrollará en su pensamiento y en su vida de forma cada vez más intensa. Será precisamente el hecho de constatar cómo gestiones que había iniciado no salían adelante y, sin embargo, otras no emprendidas sí lo conseguían, lo que le llevó a plantearse seriamente la existencia de alguien ajeno a él que lo dirigía.

"Un golpe de suerte"

A finales de enero, "un golpe de suerte" le abrió la puerta a la esperanza al recibir una carta por la que se le ofrecía, por parte de una editorial, la elaboración de un nuevo diccionario que le permitirá compensar a la viuda de un amigo ya fallecido que le daba de comer cada día en su casa.

A los pocos días recibe "otro golpe de teatro" al otorgarle un amigo suyo –decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires– la cátedra de Filosofía en la Universidad de Tucumán, en Argentina, lo que aceptó inmediatamente a la espera de poder viajar cuando consiguiera llevar a su familia con el. Desde su llegada a París había iniciado gestiones para traer a sus hijas y nietos, resultando todas ellas infructuosas.

Un día, al visitar a su buen amigo José Ortega y Gasset, también exiliado como él, tendrá una sencilla experiencia que le impactará, al caer en la cuenta de que el recorrido que llevaba efectuando por las calles de París tantas veces para verse con él atravesaba la calle "de la Asunción" y el convento de las religiosas con las que se había educado su querida esposa ya fallecida.

Nunca se había fijado en ese detalle, que hizo rebrotar su esperanza y, llegado a casa de don José, coincidirá, para su sorpresa, con un buen amigo de Madrid que tenía un hijo secretario de Negrín que llegaba al día siguiente a París, lo que confiaba daría solución a la salida de España de su familia.

Esas coincidencias le harán reflexionar hondamente: En esa carta escribió: "Me quedé pasmado. ... Alrededor de mí o, mejor dicho, sobre mí e independientemente de mí, se iba tejiendo, sin la más mínima intervención de mi parte, toda mi vida. El encargo del diccionario, el ofrecimiento de la cátedra argentina, el felicísimo encuentro con el padre de un secretario de Negrín –entonces ministro de Hacienda del gobierno de la República–, nada de eso había sido ni buscado, ni procurado, ni siquiera sospechado por mí (..). Diríase que algún poder incógnito, dueño absoluto del acontecer humano, arreglaba sin mí todo lo mío. Es más, todo lo que yo hacía o intentaba por propia iniciativa, salía mal y fracasaba; las gestiones en la Embajada inglesa, con la Cruz Roja Internacional, todas las innumerables gestiones para encontrar trabajo en París, habían fracasado estrepitosamente. En cambio, me caían como llovidos del cielo acontecimientos que ni podía imaginar y en los que mi personal iniciativa no había tenido la menor parte. Por tercera vez, la idea de la Providencia se clavó en mi mente. Pero, por tercera vez, la rechacé con terquedad y soberbia".

Determinismo o providencia

García Morente prosigue en la carta a su director espiritual: "La idea cósmica del determinismo universal anidó en mi mente, y rechacé como una puerilidad la idea de rezar a Dios". Mientras tanto, los obstáculos para que sus hijas y nietos pudieran reunirse con él no se superaban, lo que le convenció de que el gobierno las mantenía allí para impedir que pudieran escribir o hablar algo no conveniente para ellos.

Su gozo dio paso a una cierta depresión y desánimo al no poder tomar posesión con su familia de la cátedra argentina: "¿Qué está haciendo –pensaba– Dios conmigo, la Providencia, la Naturaleza, el Cosmos, o lo que sea?". "La impotencia, la ignorancia, una noche sombría en derredor, y nada, absolutamente nada, sino esperar la sentencia de los acontecimientos; y una esperanza que no sabe lo que espera, es sencillamente la desesperación".

El 27 y el 28 de abril el amigo que le había cedido una habitación en su casa tuvo que ausentarse y quedo sólo, incrementando su insomnio nocturno y sus razonamientos: "Desde que empezó la guerra yo no había intervenido en la contextura, en los hechos de mi propia vida. Los hechos de mi vida se habían hecho sin mí, sin mi intervención. De alguna manera yo los había experimentado pero no los había causado. ¿Qué o quién o cuál había sido la causa de esa vida que, siendo mía, no había sido causada por mí? Esa contradicción me obligaba a plantearme una antinomia que no tenía aparente solución", escribirá.

La única respuesta que encontró es que ese alguien había pensado una vida para él, y se la entregaba, pudiendo él libremente rechazarla.

La idea de Dios providente comenzó a arraigar en su cabeza, y su corazón. La noche del 29 de abril se quedó dormido en un sillón ante la ventana que dominaba la ciudad de París, tras escuchar por la radio una suave melodía, despertando súbitamente y poniéndose en pie. Frente a él, Montmartre y, al girar la cabeza hacia la oscura habitación, allí estaba Él. En silencio, sin tocarlo, permaneció inmóvil en su presencia. Cayo de rodillas balbuceando entre lágrimas el Padre nuestro y el Ave María, y la decisión de ordenarse sacerdote.

Pocos días después, el gobierno de Largo Caballero caía y el Dr. Negrín le sustituyó. Recibió un telegrama de sus hijas anunciándole que salían hacia Francia. El 9 de junio embarcaban para Lisboa y, de allí, a Buenos Aires. El 28 de junio de 1938 se despedía de la Universidad de Tucumán. En el barco de regreso a España, entre sollozos y con gran alegría, comunicó a sus hijas su decisión. El 10 de septiembre de 1938 comenzaba su preparación para el sacerdocio y, 2 años después, escribía esta carta. Falleció como un ejemplar sacerdote el 7 de diciembre de 1942.

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