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El humanismo en la época de la IA y los nuevos autoritarismos

Los últimos siete siglos de la historia de las ideas en Occidente están marcados por el desarrollo de un pensamiento independiente y libre que tiende a otorgar valor moral y central a la vida y la dignidad humana, con progresiva independencia de cualquier metafísica. La sociedad como «concordia de los amigos», entre pitagóricos, platónicos y renacentistas, es el ideal para mejorar progresivamente las condiciones de vida en este mundo, a través de la educación y de la cultura, sin poner exclusivamente la mira en el más allá. Esta aproximación se suele considerar designar con el epíteto de «Humanista» y pone al ser humano en el centro de una cosmovisión que deja de lado las oscuridades de los orígenes mitológicos y de la cuestión de Dios, pero también aparca por un momento las investigaciones sobre las causas científicas, que posterga frente al valor de lo puramente humano.

Se pone sobre la mesa la necesidad de buscar una armonía individual y social, un bienestar físico y mental y una cohesión fraternal. Estos últimos siete siglos, entre el «otoño» de la Edad Media y el despuntar del Humanismo en el «trecento» y «quattrocento» –con las primeras figuras ejemplares como Petrarca, Boccaccio o Valla– hasta llegar a nuestro mundo actual –en un Occidente que ha ido buscando una ética sin necesidad de dioses y una centralidad de los derechos humanos y culturales–, son el escenario de una asombrosa peripecia espiritual que define nuestras sociedades democráticas. Entre medias está, por supuesto, la edad de la Ilustración, el Enciclopedismo, el despertar de la pedagogía y la ciencia –con Humboldt o Darwin–, el positivismo y el surgimiento de nuevas disciplinas que van desarrollándose desde el núcleo de la filosofía y la filología antiguas y remontan el vuelo hacia la psicología, la sociología o la antropología.

Un reciente ensayo de Sara Bakewell, «Provocadores y paganos. El asombroso viaje del humanismo» (Ariel) propone un viaje a la esencial y compleja historia del pensamiento humanista, desde el Renacimiento a la Ilustración y a nuestros días, contada de forma apasionante y amena, para todos los públicos. El recorrido por sus principales figuras permite constatar que, seguramente después de la revolución cognitiva, la revolución agrícola y antes de la revolución industrial, hay que situar el hito fundamental de la revolución del humanismo: encarna la búsqueda de ideales más allá de una sociedad regida por la violencia, el interés económico, el ansia de poder, o el oscurantismo supersticioso –por cierto, lástima el título que le han puesto en castellano, que traiciona parte de la esencia del libro (mejor el original Humanamente posible), pues lo que defiende el humanismo es independiente de la religiosidad o no de sus miembros–: veamos una breve panorámica del movimiento.

Los sofistas

Los tan denostados sofistas en la antigüedad, contra los que elabora su edificio ético y teórico el Sócrates de Platón, se configuran como antecedentes necesarios de esta visión humanista de la realidad, centrada en el ser humano e independiente de los poderes cósmicos de los dioses y de las indagaciones naturalistas, por mucha importancia que tengan. Se estima que hay que saber vivir y convivir felizmente sobre la base del acuerdo, la sociabilidad y una política participativa. No es de extrañar que el Humanismo, desde sus orígenes griegos, a su revisitación en la Italia del Renacimiento, esté ligada a los regímenes políticos participativos: la democracia antigua, los «comuni, signorie e città» italianos del renacimiento y, posteriormente, por supuesto, su siguiente revisitación ilustrada con los orígenes de las democracias modernas en las revoluciones burguesas. En el comienzo fue Protágoras y su idea del hombre como medida de todas las cosas, antecedente del gran Leonardo.

Otros pensadores como Gorgias o Hipias, tan criticados por los platónicos, muestran la validez de este movimiento sofístico que se ha de reivindicar, pese a la cancelación de casi todos sus escritos. Después del mundo griego viene la «humanitas» de la República tardía con Cicerón, otro «santo patrón» del humanismo, a través del que se puede seguir una corriente subterránea de humanidad y fraternidad a través de la Edad Media. Habrá que esperar muchos siglos, –no improductivos ni tan oscuros como se suele decir–, para que vuelvan a volar las ideas humanistas en el Renacimiento.

La fecha de 1397, en la que el erudito bizantino, Manuel Crisoloras comienza a dar clase de griego en Florencia, representa a nuestro ver un momento fundamental para el ímpetu humanístico, cuando el conocimiento del griego se empieza a extender en Italia y fuera de ella, recuperándose parte de ese espíritu crítico con el diálogo con los grandes textos de la tradición cultural. Otro momento clave es la recuperación, gracias a los buenos oficios de Poggio Bracciolini, del poema completo de Lucrecio «De Rerum Natura», monumento del epicureísmo y del antiguo materialismo librepensador de Grecia y Roma, que entra en tromba en el Renacimiento y lo cambia todo. Los hitos que señala Bakewell en su libro son muy significativos: los poemas de Petrarca y la mitología de Boccaccio, la labor contra los falsarios de Valla –desmontando las oscuridades de la tardoantigüedad y el medievo–, las «neoacademias» renacentistas con su paganismo redivivo, la urbanidad de Castiglione, la imprenta de Manucio…. Las «redes sociales» de los humanistas se tejen rápidamente desde entonces no solo entre los vivos, sino también con los muertos, en la idea del diálogo con los difuntos, tan enriquecedor como quería Petrarca. También esta red abunda en ciencia, con los desarrollos de la astronomía y la medicina, como en Vesalio.

El recorrido resulta normalmente sugerente, porque traza muy bien los contornos y perfiles de esta historia de una «comunidad de amigos», que va más allá de la muerte –la lectura de los clásicos y su reinterpretación es una cierta comunidad espiritual epistolar, como ve en lo moderno Sloterdijk– y está centrada en un conocimiento fraterno. Cómo no hacer un alto en las figuras gigantescas de Erasmo y Montaigne, en el humanismo viajero por caminos y libros que cambian para siempre la historia de la conciencia europea. En épocas de enorme polarización en Europa ambos representan el áureo equilibrio de un pensamiento moderado. ¡Cómo nos hace falta esto hoy! El humanismo, más allá de la obsesión por lo mercantilista y tecnológico, es el único bálsamo que puede sanar a una sociedad herida, y dividida, a través urbanidad, cortesía, convención y respeto mutuo, con una ética no necesariamente basada en Dios.

Frente al totalitarismo

Sin apasionamiento frente a las creencias, el libro de Bakewell muestra la amistad y comunidad entre los humanistas ateos, agnósticos y religiosos, que hacen crecer esta corriente a la par, desde Erasmo a Renan. Indudablemente, tienen para nosotros especial interés los autores del siglo XIX, después de los impresionantes desarrollos en pos del librepensamiento en los enciclopedistas franceses y en el gran Voltaire. Es una historia de logros y anhelos por la libertad, de liberación intelectual y emancipación social progresiva. Destacan muchas mujeres –desde Christine de Pizan a Mary Ward– y varias parejas –como la de los Humboldt o los Mill–, el impresionante educador Arnold, el emancipador Douglas, el cultivado E.M. Forster y otras figuras emblemáticas como la de Aby Warburg y Bertrand Russell, que llegan hasta el siglo XX con un humanismo renovado frente a la sinrazón. Pienso, en fin, en el valor del humanismo frente a la sinrazón de guerras y totalitarismos: se ve especialmente en autores como Thomas Mann o Stefan Zweig. Los discursos de Mann a Alemania durante el nazismo son el epítome de cómo el humanismo nos ha de liberar. No dejemos de apasionarnos por la humanidad frente a las oscuridades del fanatismo, seamos humanistas.

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